Habla por primera vez el principal acusado del crimen de Ana Zerdán

Se cumplieron 16 años del asesinato de Ana Zerdán. Antes del nuevo juicio habla el principal acusado.

Florencia Salto

A 16 años del asesinato

Juan Cruz García garciajcruz@rionegro.com.ar

Lo tildaron de asesino y “mantenido”. Estuvo tres veces preso y hoy camina por Cipolletti consciente de que no volverá a la cárcel por su edad, pero que sí podría hacerlo su hijo, un treintañero que se transformó en un viajero incansable desde que salió de prisión. Juan Carlos Aguirre rompió el silencio después de 16 años, luego de aquel 18 de septiembre de 1999 cuando –según su versión– encontró en un charco de sangre a la bioquímica Ana Zerdán, su pareja.

“Dicen que es un caso complejo, pero lo hicieron complejo. Pusieron papeles sobre papeles cuando no había nada. Pandolfi (el abogado de la querella) manejó todo. Porque tenía un poder omnímodo sobre la Justicia y la gente. Él manejó todo y eso lo voy a recalcar”, insistió Aguirre.

Aguirre recibió a “Río Negro” en su departamento de la calle España, en el centro de Cipolletti. Allí vive desde que les entregó a las hermanas de Zerdán la casa que compartían en un coqueto barrio de Cipolletti.

“Se hizo justicia por nosotros, pero no por Ana”, dijo a la salida de tribunales cuando lo absolvieron en 2008. Después se llamó a silencio. Su hijo, Juan Manuel Aguirre Taboada, clamó justicia y se sumergió en la causa.

Aguirre y Zerdán se conocieron en un locutorio, cuando él llamaba a su hijo a Olavarría y ella se acercó. Convivieron durante una década, aunque en el último tiempo la relación “ya se había enfriado”. De hecho, él ya estaba con otra mujer. La madrugada del asesinato dice que se despertó por “un sexto sentido”. Salió a buscarla porque había un pacto “de hacer cada uno la suya”, pero siempre había que volver a dormir “a casa”. O avisar. Dice que se preocupó porque en los días previos Ana le había contado que estaba con arritmia y entonces fue a buscarla al lugar donde sabía que iba a cenar con amigas. Como la confitería estaba cerrada, condujo hasta el laboratorio y advirtió que el auto de Ana estaba afuera. Se bajó y, asegura, encontró la puerta sin llave y adentro el cuerpo sobre una gran mancha de sangre. Entonces hizo tres llamados: a una amiga de Ana, al socio de la bioquímica y a la Policía.

Terminó acusado y después fue absuelto. Las huellas que aparecieron en el laboratorio no le pertenecían. En la misma causa también fue juzgado, con el mismo resultado, su hijo Juan Manuel, involucrado el mismo día en que detuvieron a su padre, el 28 de diciembre del 2000. Juan Carlos dice que decidió hablar “por su hijo”, porque él, con sus 76 años, ya no tiene miedo de ir a la cárcel.

¿Cómo la recuerda?

–Era una mujer muy especial y siempre iba al frente. Tenía un hogar muy humilde en Salta. Era buena mujer y de la nada llegó a ser bioquímica. Ambiciosa. Se buscó las mejores amistades acá y también vivía para los pobres.

–¿Por qué habla ahora?

–Lo hago por Juan Manuel. Fui ingenuo. Creí en la Justicia y me demostró lo contrario. Al principio no nombré abogados porque no tenía nada de que defenderme. Y mis amigos policías me decían ‘Juanca, buscá a un abogado, te están investigando’.

–¿Tiene miedo de volver a la cárcel?

–No tengo miedo porque no tienen nada en nuestra contra. No somos culpables. Buscaron durante un año y pico, me seguían, lo seguían a Juan Manuel. Pero nunca encontraron nada.

¿Cuál es su hipótesis?

–No me lo saca de la cabeza nadie: fue un sicario. No robaron nada y el caso es igual a las otras muertes: la masacre del laboratorio y la de Diana del Frari. Creo que fue por la investigación que hacía Ana, que me enteré después. Desde 1998 hacía estudios sobre muestras de sangre tomadas a los habitantes de Añelo y del El Chañar. Allí el agua podría estar contaminada por metales pesados derivados del petróleo.

¿Qué le diría a la gente que piensa que usted es un asesino?

–Nada. Ya no me interesa lo que piensa la gente. Yo camino por Cipolletti y me aguanto las malas miradas.


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