Historia…
– ¿Usted ejerce la prostitución?
– No. Yo tuve un café, lo cerré para dedicarme de lleno al activismo a favor del colectivo trans. Quise ser escribana, incluso comencé la carrera pero tuve que abandonarla por mi condición de género.
– ¿Cómo es esa historia?
– Soy de Santiago del Estero. Ahí me formé en el primario, secundario y opté por estudiar escribanía en la Universidad Católica, pero allí me condenaron en los hechos, en la práctica concreta de mi existencia como estudiante…
– ¿Le hacían sentir que no llegaría?
– Y… en la práctica fue eso… sí, sí. Pero no sólo me condenaron por ser una persona trans, sino también porque desde lo confesional pertenezco a una religión africanista.
– Las tenía todas…
– Todas para el mundo del prejuicio, del estigma… fue en el ´95.
– ¿Cuándo se dio cuenta de que en usted se construía otro género?
– Y… de piba. Y a los 17 años ya era tanta la condena, el estigma que recibía a diario de mil maneras, que no quería ni ir a la panadería, por decirle. Y si iba, salía corriendo por la desconsideración en las miradas, en el trato… Incluso por el hecho de que entraba un policía y me llevaba sin más a la comisaría.
– Si, como usted señala, por necesidad, por la discriminación que sufren sus compañeras de la población trans, el grueso de ellas se dedica a la prostitución, ¿en qué trabajan quienes, discriminados en otros planos laborales, igualmente no van a la prostitución?
– Peluqueras, cocineras, labores que requieren de formación. De ahí en más, para quien no tiene o no puede acceder a esa formación, todo es muy distinto. Hay profesionales, sí. Tenemos abogadas, odontólogas, educadoras, pero siempre padeciendo estigma, condena aun admitiendo -como le señalé- que la transfobia cede…
- ¿Usted ejerce la prostitución?
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