HISTORIAS PATAGÓNICAS: Nahuel Huapi marcial y una propuesta de película

Un cameraman de Sucesos Argentinos llegó en el invierno de 1939, cuando la revista "Cine Argentino" propuso usar el escenario lacustre para filmes nacionales; el cuartel abrió una sala de cine y un proyecto alentaba a pintores paisajistas.

El invierno barilochense de 1939 parecía uno más y aún mejor, por las novedades que alegraron al vecindario. Una propuesta ingresada en la Cámara de Diputados de la Nación proponía la Casa del Artista en Bariloche para hospedar a pintores paisajistas (en realidad, idea original del ingeniero bahiense Domingo Pronsato, amante de la Patagonia, impulsor de ferrocarriles trasandinos patagónicos, e infante compañero de Ceferino Namuncurá y de Carlos Gardel en el colegio salesiano Pío Nono de Buenos Aires).

La llegada del fotógrafo y cineasta Modesto Fernández Seijo para registrar los paisajes del Parque Nacional a incluirlos en el noticiero Sucesos Argentinos, y la sugerencia de Ignacio Rodríguez Riera en la revista Cine Argentino (con una imagen del Tronador) para que esos escenarios sirvieran al rodamiento del películas nacionales, se sumaron a una divulgación concreta con réditos en cierne pero alentadores.

Simultáneamente se buscó coronar a una reina de la belleza local y premiar a los cuatro vencedores del Tronador de los últimos cinco años, ceremonia del viernes 11 de agosto en la intendencia del Parque Nacional Nahuel Huapi (según La Nación del día siguiente). Antonio Lynch, director del Parque Nacional, entregó plaquetas de oro a Germán Claussen, el primero en lograrlo (el 29/01/1934), a Otto Mailing (4/01/1937) y a Miguel Margarido y Emiliano Huerta (5/12/1938).

Por razones menos gratas resultó el invierno de los más recordados por preceder a la Segunda Guerra Mundial y porque poco después, un incendio destruiría la primera versión en madera del hotel Llao Llao (noche del 25 al 26 de octubre).

Si el desencanto no sumió a los barilochenses, la razón debe buscarse en la necesidad de gratificaciones que los grupos humanos suelen otorgarse cuando asoma el presagio de algún Apocalipsis. Intuyen que un desastre, aunque extra hemisférico y en ciernes, les opacará el futuro.

Para mitigar cualquier asomo de angustia personal o colectiva, a los vecinos no les bastaba la contemplación de los lagos, bosques y montañas, ni sosegar los presentimientos felicitándose por vivir en un lugar de encantos naturales. Aquella mayoría de europeos sabía que los coletazos de una hecatombe en el Viejo Continente podría no sólo afectar a sus lejanas familias, sino padecer ellos mismos los efectos de una crisis económica mundial. La Gran Guerra, como se llamó a la de 1914 – 1919, demostró que los perjuicios alcanzaron a países no implicados en la contienda.

 

Larminat y Greenhill

 

Al estallar aquella guerra, algunos europeos afincados en la Patagonia y en el sur chileno, retornaron al Viejo Continente para alistarse en las filas. Con ese fuego patriótico bajaron el Limay en un mismo bote y compartieron el tren desde Neuquén a Constitución, aunque combatirían en bandos enfrentados y algunos murieron miserablemente en sus trincheras. Esta vez convenía distenderse con pasatiempos en la aldea cordillerana que eligieron para vivir y veían crecer.

De la familia Larminat, fundadora de la estancia Cerro Los Pinos, entre Junín y San Martín de los Andes, siete hermanos combatieron en esa Primera Guerra, mientras de Victoria, Chile, el joven agricultor inglés Percy Greenhill nada menos que uno de los hermanos de la Bandolera Inglesa- partió en agosto de 1916 para combatir en la Royal Filed Artillery, poco más de un año después que su hermana cayó asesinada en el Chubut (él fue condecorado por el rey de Inglaterra).

En Bariloche, el Centro Cívico comenzaba a cobrar las formas definitivas con que se inauguró el domingo 17 de marzo siguiente, y otras obras alistaban los enclaves estratégicos para sustentar los paseos turísticos más ambiciosos.

Era el paraíso preferido de viajeros empedernidos, buscadores de sosiego vacacional, tórtolos dispuestos a enmarcar sus primeros pasos matrimoniales, funcionarios estatales con planes progresistas cautivados con la magia del paisaje, y, por qué no, aventureros y pasionales de toda laya. Faltaba poco para que llegara la noticia del inicio de la guerra y entonces serían hijos de extranjeros quienes partirían a combatir, como el piloto Huntley Fraser Macdonald que ganaría fama en la RAF, nacido en la estancia El Maitén, y, vía materna, era primo de Irene Bresler, una de las postulantes a coronarse Miss Bariloche ya iniciado el conflicto europeo.

A mediados de julio del '39, ese concurso organizado por el semanario local La Voz Andina (LVA) para dar con la mejor belleza lugareña, ya sumaba 26 postuladas por cada cupón-voto enviados por los lectores. La «partera nacional» Eleonora Ihl que atendía 3 veces por semana en el consultorio del Dr. Molinelli- desbordaba de orgullo familiar. Es que la joven Hanni Ihl punteaba el concurso con 41 votos, seguida de Nelly Boock, mientras la muy bonita Irene Bresler seguía en el lote de las menos votadas. Pero comenzaría a repuntar.

En la semana anterior el periódico puso tinte patriótico a su primera página: agregó el escudo nacional entre el título, por debajo del logotipo, y todo -incluidos los textos- fue impreso en celeste como homenaje al 123º aniversario de la Independencia.

 

Retreta en la Mitre

 

Entre esos asomos nacionalistas se abrió al público una caldeada sala cinematográfica en el cuartel y la banda militar impuso clarinadas y redobles desde un palco levantado en la esquina de Mitre y Palacios para sus dominicales conciertos marciales y de retretas.

Eran tiempos de chauvinismo y los aires de exaltación nacional campeaban hasta en el Rotary Club Bariloche presidido por el subprefecto del lago, Oscar Aníbal Correa Falcón, una familia en la que Edelmiro Correa Falcón, que a principios de siglo pasado fue escribiente del gobierno de Chubut, consiguió una nada envidiable fama como militante de la temible Liga Patriótica Argentina. Con blasones también de ganadero que llegó a comisario en el Chaco y a gobernador desde 1919 en Santa Cruz, defendió en ese confín a los farmer y a las compañías ganaderas extranjeras en un triste protagonismo durante las dramáticas huelgas obreras.

Aquél 9 de julio el periódico fue devorado por los asistentes al desfile militar presidido por el jefe a cargo de la guarnición local, capitán Hugo Conway. En la Casa Rosada presidía el general Agustín P. Justo y en las publicaciones del país abundaban las noticias castrenses. Era el caso de La Voz Andina, que agregaba novedades eclesiásticas remitidas desde Luis Beltrán por el veterano cura Honorio Fausto Calvería, además de sus poesías somníferas que sorteaban el vallado de lo estrictamente periodístico. Calvería, había sido párroco vicario de Bariloche por 6 años y estaba al frente de esa parroquia cuando el 12 de enero de 1930 llegó a la estación Pilcaniyen Monseñor De Andrea, obispo de Temnos.

Clavería fue cicerone del prelado con el apoyo de Primo Capraro que organizó los paseos. Es que si bien ya había representantes de agencias turísticas de Buenos Aires, Bariloche carecía de las de turismo receptivo. Pero del mismo tren se apeó el joven Otto Mailing, un bávaro atlético de escasa altura que pretendía llegar a Chile, pero se afincó frente al lago. Fue el responsable junto Hans Hildebrandt- de que Bariloche tuviera la primera agencia del receptivo y editó la admirable primera «Guía del Nahuel Huapi y Parque Nacional del Sud» a un peso cada ejemplar de 96 páginas más un mapa despegable con el plano del pequeño pueblo y otro del «parque».

Aquella gira de monseñor De Andrea la evocó Calvería con tardías notas en La Voz Andina. La primera, del sábado 19 de agosto de 1939, recordó la misa en la cumbre del cerro Campanario donde Primo Capraro erigió una cruz de hierro y un altar que le propuso al prelado para recordar su gira y este aceptó.

 

Pase de factura

 

La ceremonia estuvo flanqueada por «una guardia de honor» de «la floreciente colonia libanesa de Bariloche» (monseñor era «protector» de esa comunidad en la Argentina). El ex párroco Clavería agregó una premonición respecto al cerro Campanario que no llegaría a ver materializada. «No cabe duda: ese sitio está llamado a ser lugar preferido del turismo. Con un funicular, todo estará resuelto», profetizó. También reveló un cruce de picardías. Capraro le pasó las facturas a De Andrea por la cruz y el altar en el cerro. La réplica surgió del ingenio de Ana Palacio de Nougués, que integraba su comitiva del prelado. Hizo correr la voz de que el obispo hablaría al pueblo de Bariloche en la misa mayor de su despedida. La concurrencia fue desbordante y la Nougués se encargó personalmente de la colecta con la que pagó a Capraro.

El periódico pontificaba desde notas de tono editorial e informaba sobre temas policiales, deportivos y sociales. Deslizaba su aplauso a ciertas medidas gubernamentales que beneficiarían a la región junto a algunas críticas contra medidas que coartaban libertades básicas y solían aparecer firmadas con el seudónimo Juan A. Quebracho (con quien polemizó un tal Facundo, quien descubrió que aquel mote forestal encubría a una bellísima muchacha lugareña).

Con la firma de Quebracho el semanario publicó noticias de Buenos Aires por las que las asociaciones extranjeras quedaban sujetas a una disposición policial de reunirse. Se aducía que la repartición «carece de personal que domine otros idiomas que el castellano, no pudiendo así controlar dichas reuniones…». Quebracho dedujo que en Bariloche el tema se agravaba porque serían necesarios «empleados (policiales) que hablasen alemán, inglés, suizo, sueco, dinamarqués, italiano, ruso, griego, japonés, chino y todos los dialectos habidos y por haber…».

(Continuará)

FRANCISCO N. JUAREZ

fnjuarez@sion.com


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