Inercias confrontativas

Acaba de tener lugar en la Casa de América de Madrid un seminario organizado por la Fundación Ideas sobre «las independencias latinoamericanas». Con la intervención de especialistas de distintas materias, una de las sesiones se destinó a reflexionar sobre los procesos económicos de desarrollo en América Latina. La reunión culminó con una conferencia magistral de Felipe González que hizo un repaso inteligente, ameno y profundo sobre la realidad de nuestro subcontinente.

Lo primero que llama la atención en estos encuentros es la existencia de una amplia coincidencia acerca del diagnóstico y de la «hoja de ruta» que señala el camino adecuado para iniciar una nueva etapa de crecimiento y desarrollo. América Latina está ante una situación histórica favorable similar a la que se vivió en el período que antecedió a la I Guerra Mundial, con el precio de las materias primas en ascenso y con la enorme ventaja competitiva que supone tener una población relativamente joven en términos demográficos.

Según la opinión unánime de los expertos, la prioridad estratégica en Latinoamérica pasa por modernizar el Estado y mejorar la calidad de sus instituciones. Hay que conseguir previsibilidad en los comportamientos gubernamentales, dado que la previsibilidad no sólo favorece el ingreso de capitales externos sino que evita la fuga del ahorro interno. La mejora en la eficacia del Estado permite ofrecer servicios públicos (salud y educación) en condiciones de calidad que lleguen a todos los sectores, lo que a su vez otorga legitimidad al pacto fiscal necesario para revertir la extrema desigualdad de nuestras sociedades. Finalmente, otra variable estratégica consiste en volcar el mayor esfuerzo público-privado a formar a las nuevas generaciones para afrontar los desafíos de un nuevo modelo productivo basado en las nuevas tecnologías.

Como señalara Felipe González, «el libreto» de la transición española ya estaba escrito en 1977. España no tenía más que seguir los procesos de modernización que habían tenido lugar en el resto de la Europa occidental. En el caso de América Latina, la «hoja de ruta» también es conocida y está largamente consensuada. Algunos países, como Brasil, Chile, Uruguay, Perú y Costa Rica ya han iniciado esa andadura. ¿Cuál es entonces la explicación de que en la Argentina no tenga lugar un proceso de modernización institucional y el modelo de Estado clientelar y prebendario siga dominando el escenario? ¿Cómo es posible que a esta altura de los tiempos la incorporación de un alto cargo público suponga la llegada de cientos de nuevos funcionarios familiares y amigos (250 en el caso de Romina Picolotti)?

La verdad es que resulta difícil entender la persistencia en estas prácticas deplorables. Tal vez una de las explicaciones de comportamientos tan perversos tenga que ver con la continuidad de una inercia confrontativa que viene de otras épocas. Atados mentalmente a los viejos enfrentamientos del pasado, algunos liderazgos se fortalecen buscando «enemigos» y «culpables» a los que se atribuye la responsabilidad de nuestro atraso. En esa necesidad de acumular poder el Estado se convierte en el botín de guerra que permite dar a las mesnadas propias alimentación y sustento.

Los países que avanzan hacia la modernización han abandonado las creencias de que la política es un juego de suma cero donde lo que obtiene un sector es consecuencia de lo que consigue sustraer a otro. Esa filosofía pertenece a un pasado de cazadores y depredadores en que un grupo se abastecía a costa del otro. En la actualidad, la Revolución Industrial y las nuevas tecnologías permiten obtener excedentes suficientes para proceder a un reparto equitativo de la riqueza creada.

Por esa razón los países del sudeste asiático sólo piensan ahora en el modo de progresar y la forma de adquirir el «know how» suministrado por los más avanzados. Han dejado atrás los rancios rencores del pasado colonial. El caso paradigmático es Vietnam, que perdió más de tres millones de seres en una absurda guerra iniciada por Estados Unidos y que en la actualidad no duda en aumentar las relaciones comerciales con su antiguo enemigo.

En América Latina, por el contrario, sobreviven todavía algunas utopías regresivas que, con la manguera del petróleo en la mano, pueden incendiar alguna pradera. Pérdida de tiempo inútil, puesto que la creencia en el poder redentor del fuego pertenece a una época superada. Los países que progresan son los que miran hacia adelante, debaten sobre lo que deben hacer y apenas se entretienen en las querellas del pasado.

(*) Periodista y abogado


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