Jardinero

Columna semanal

Redacción

Por Redacción

El disparador

Empezaba el otoño. Ella le dijo que si era lo que él quería, que lo hiciera. Incluso, le confesó que lo admiraba por animarse a dar el salto. Coincidieron en ajustar los gastos cotidianos de la pareja. Ella se ofreció a ser el soporte económico hasta que el nuevo plan diera sus frutos. Él agarró el teléfono y llamó a su tío -con quien hablaba tres o cuatro veces al año- para contarle que había renunciado al trabajo como administrativo en la oficina.

-¿Tío, puedo ser tu ayudante?

-¿Qué?

-Sí, quiero ser jardinero, como vos.

-Pero si no sabés distinguir una planta de lechuga de un yuyo.

-Por eso, quiero aprender. Vos tenés mucha experiencia.

Discutieron. Hasta que él logró convencerlo de que juntos tendrían más clientes. A la mañana siguiente fueron a los primeros jardines. El tío le explicó que la poda es muy importante para los árboles y conviene hacerla en invierno. “Nunca hay que exagerar en la cantidad que se corta”, le advirtió.

Con el paso de las semanas fue acumulando más conceptos. Cada tanto, también, sufría algún achaque físico. “Dentro de poco ya no me van a doler la cintura ni las manos. Es costumbre. Igual, esta nueva vida no lo cambio por nada”, le dijo a su mujer mientras cenaban. “A lo que yo no me quiero acostumbrar es a comer fideos todas las noches”, le respondió ella.

Empezaba la primavera. Él creía que ya había aprendido suficiente. Lo llamó a su tío para darle las gracias y, además, para decirle que quería ganar más dinero.

-No te puedo pagar más -respondió el tío.

-Por eso, pensé en trabajar por mi cuenta.

-¡¿Cómo?!

-No quiero ser más ayudante…

El tío lo insultó, lo acusó de traidor y le cortó el teléfono. El sobrino no le dio mayor importancia a esos gritos. Se sentía con la confianza para dar un paso más y conseguir sus clientes. En rigor, hacía ya varias semanas que atendía otros jardines, a escondidas de su tío. Sin embargo, cuando se independizó, el trabajo se estancó. Y a él le parecía extraño. “Es como si me rechazaran por algo”, repetía.

-Tal vez deberías volver con tu tío -propuso su mujer.

-Si nunca más me atendió el teléfono.

-Bueno, yo soy la que un día no te va a abrir más la puerta de casa.

Él le pidió paciencia -un poco más- y le prometió que si en un mes no conseguía cinco jardines, buscaría empleo como administrativo. Esa tarde empezó a cortar el pasto en la casa de un vecino, al que ya conocía porque meses antes había ido con su tío. Ahí arrancó una oleada de clientes nuevos.

Promediaba el verano. Con su mujer, salían a cenar a un restaurante cada viernes. Para entonces también había construido una relación de confianza con el vecino, que una tarde le invitó a tomar una cerveza.

-Ahora que te conozco bien, me doy cuenta de que te debería haber contratado antes como jardinero -le dijo el vecino.

-¿Y por qué no lo hiciste?

-Era difícil.

-¿Qué cosa?

-Tu socio…

-Sí, mi tío era difícil.

-No, no.

-¿Qué? No entiendo.

-Pasa que él me había dicho que lo traicionaste, que le afanaste los clientes….

-No, bueno… No fue tan así…

-También, que le robaste las herramientas y que por eso él dejó de laburar como jardinero.

Juan Ignacio Pereyra


El disparador

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