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Juegos Olímpicos: el deporte es educación no formal


Hasta que Argentina no elabore un “Masterplan” que encolumne a todo el deporte, donde el gobierno y la inversión privada se involucren, será difícil ver un rendimiento superior.


Los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, finalmente celebrados entre el 23 de julio y el 8 de agosto de 2021, acaban de terminar. Que Japón los haya organizado en plena pandemia de coronavirus -aun sin público- es una gesta, digna de reconocimiento.

Hay postales de estos juegos que quedarán grabadas por siempre en la retina. Los sorpresivos triunfos de Italia en 100 metros llanos, salto en alto o posta 4 x 100 masculinos; la confirmación de Francia en juegos colectivos tales como el hándball, voleibol, basquetbol y su temible proyección rumbo a París 2024; de EE.UU. con su NBA a cuestas y atletas distribuidos en tantísimas disciplinas; la ratificación de campeones individuales en gimnasia, artes marciales, saltos ornamentales, arquería o tiro de países orientales como China, Japón o Corea; de nadadores por Australia; velocistas por Jamaica o de resistencia por Kenia o Etiopía.

Momentos únicos, como el del acuerdo en plena pista entre el italiano Tamberi y el qatarí Barshim , el deslumbramiento por la perfección de la clavadista Quan Hongchan o la capacidad de sobreponerse de la neerlandesa de origen etíope Sifan Hassan luego de su caída en los 1.500 metros, ya forman parte del álbum olímpico.

Han sido bienvenidas disciplinas que demuestran apertura, como la de 4 x 400 mixtos de atletismo o triatlón relevo mixto, skateboarding, básquet 3 x 3, reminiscencias de los Juegos Olímpicos de la Juventud. Que se haya aceptado a una deportista trans, con razonables requisitos para ello, es también un gesto de inclusión.

En lo concerniente a la producción argentina, el adiós de los Juegos de leyendas como Paula Pareto en Judo, Pedro Ibarra, Noel Barrionuevo y Belén Succi en Hockey, Sebastián Simonet y Gonzalo Carou en hándball, merecen un recuadro.

Otra imagen de singular emotividad nos brindaron Hugo y Facundo Conte al fundirse en un abrazo eterno, tras el triunfo por el bronce frente a Brasil. Así, en un hecho inédito para nuestro país, padre e hijo obtienen idéntico premio luego de treinta y tres años.

Un párrafo aparte amerita el enorme Luis Scola quien, aún vigente a los 41 años, mereció la interrupción de su último partido olímpico frente a Australia y el unánime aplauso de todo el estadio por su destacadísima trayectoria. Se fue el último samurái de la generación dorada, un hombre con un sentido de la autocrítica y de la tenacidad único.

A la hora del recuento de las medallas, la cosecha argentina ha sido magra, con solo tres preseas: una de plata en manos de Las Leonas y dos de bronce, la del voleibol masculino y la del seven de rugby.

Cuando uno sigue el derrotero de países en ascenso como Francia, Italia, Australia, China o Japón se denota la presencia de un plan a nivel nacional, que es seguido por los distintos gobiernos, desde las escuelas deportivas hasta la elite.

En Argentina, en dicha materia, sólo impera la improvisación. Una pérdida de lo usufructuado con los Juegos Olímpicos de Buenos Aires 2018 que apena. Si se han conseguido estas medallas y no desentonar en algunos deportes, es solo merced al talento, pasión y esfuerzo de nuestros atletas.

Por citar un ejemplo, la selección de voleibol, tras 80 días de convivencia, debió para lograr el bronce batir a verdaderas potencias como EE.UU., Italia, Brasil con pretensiones de oro y hasta a quien resultara campeón, Francia, en partidos infartantes.

A esa altura es dable preguntarse: ¿cómo puede otorgarse el valor de una sola medalla a un deporte colectivo que a un atleta individual? ¿No sería más criterioso darles el equivalente a tres preseas a equipos conformados por tantas personas, que deben atravesar tantas instancias, para acceder a un podio?

Hasta que Argentina no elabore un “Masterplan” que encolumne a todo el deporte detrás, donde el gobierno y la inversión privada se involucren, será difícil ver un rendimiento superior. Sólo destellos de deportistas que con garra y corazón defienden, como pueden, los colores de una bandera que aman.

Entre Argentina y el mundo existe tanta distancia como la que hay entre el deporte de las grandes ciudades y el interior de nuestro país. La falta de competencia en lugares alejados del epicentro deportivo, de donde pueden surgir nuevos valores, demuestra la falta de articulación entre escuelas y clubes y, más aún, entre los estamentos municipales, provinciales y nacionales.

El deporte es educación no formal. Por medio del mismo se logra tener disciplina, orden, salud, constancia, pensar en el bien común y exigirse día a día para ser mejor.

El deporte -comprendámoslo definitivamente- es cultura. Los Juegos Olímpicos ayudan a visualizar cómo el mundo ha tomado plena conciencia de ello. Habrá que preguntarse si a nuestros gobernantes actuales y futuros les interesa o conviene… que nuestros hijos sean el día de mañana, personas cultas.

* Abogado. Profesor Nacional de Educación Física. Docente universitario. angrimanmarcelo@gmail.com


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