Jugadora
en clave de Y
MARÍA EMILIA SALTO bebasalto@hotmail.com
Hace pocos días tuve el placer de disfrutar por televisión una película franco-germana que se llama “La jugadora de ajedrez”. Y digo disfrutar, porque el juego, tomado en el doble sentido de tablero y de relaciones, campea por toda la película. El cine francés no suele atraparme, porque me confieso seguidora de libretos donde el ritmo, la acción, lleven la pauta. Aquí fue distinto. El encanto puede estar en la identificación inmediata que una hace con la protagonista, Heléne (Sandrine Bonnaire). Ella es mucama en un hotel de Córcega y limpia la casa de un ermitaño personaje que juega solo al ajedrez, el doctor Kroger (Kevin Kline). Una vida rutinaria: limpia los cuartos de huéspedes que van y vienen, y la casa llena de libros del taciturno habitante. Está casada con un trabajador, tiene una hija adolescente frustrada porque se ha enamorado de un joven de clase alta que a poco la abandona… y un sueño: jugar al ajedrez. Es eso, un sueño, hasta el día en que una pareja que ocupa una habitación pasa parte de su tiempo frente a un hermoso tablero que dejan en el cuarto cuando salen. Heléne lo tocará como a un milagro realizado. A partir de ahí, se obsesiona con jugar. Logrará que el hosco Dr. Kroger le enseñe a cambio de limpiar gratis su casa, juega por las noches con un pequeño tablero que tiene metido en una alacena… *** A medida que avanza en el juego, como deporte y como placer, sus relaciones también se mueven. La dueña del hotel la amenaza con el despido porque descuida sus obligaciones, el marido cree que lo engaña, el maestro de ajedrez empieza a abrirse y compartir su vida y el clímax se da cuando se anota en un concurso de ajedrez de la ciudad. Todos sus competidores son hombres. Al principio, sólo la acompaña la hija. Cuando llega a la final, tiene a su alrededor a su familia y sus compañeras de trabajo. Gana, claro. Y suelta frente al mar, abiertos los brazos, un grito inmenso de triunfo y alegría. La directora es Caroline Bottaro, y eso garantiza una mirada femenina integral. Toda la película es un juego, juegan los colores, juegan las luces, juegan las sombras, juegan las miradas, juega la jugadora, aún en el damero de las veredas. Y a diferencia de los relatos típicos, no hay salvador que la “saque” de su vida de trabajadora. Es ella quien marca el ritmo y redirige su vida a partir del encuentro con un tablero, un día cualquiera que ella hará especial. El filme no anticipa si dejará su empleo. En realidad, es como que no importa, no es lo esencial: Heléne se ha ganado el respeto haciendo realidad lo que le gusta hacer. Ese respeto incidirá en el trato de su jefa, de su familia, y definitivamente, el de su mentor, con el cual juega un partido erótico cuyos límites ambos conocen: nunca llega a plantearse el clásico triángulo. ¿No es éste el secreto de lo que llaman “felicidad”? Me lo pregunto, simplemente. Me pregunto si la realización de un sueño no está tanto en la implacable carrera por un supuesto ascenso, o el “no sé lo que quiero, pero lo quiero ya” sino en encontrar su juego, como hizo Heléne. Sorprendentemente, esta película, filmada en 2009, no fue parte del circuito comercial del cine, en nuestro país. Usted la puede ver en el cable o en el aún democrático internet.
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