La construcción de la masculinidad en el aula

Sebastián Fonseca *


Introducir una perspectiva crítica acerca de la construcción del género en los varones, tanto en el debate público como en el político, es un asunto urgente.


Para ser varón no basta con haber nacido con pene, sino que además es necesario ser aceptado como tal por otros varones ya reconocidos como tales, socialmente validados. Si los varones adolescentes acosan a otros como una manera de formarse en género, el aula sería un escenario lógico e indispensable para pensar otras posibilidades de construcción de la masculinidad que se aparten del ideario patriarcal.

Poco antes de que se declarase el aislamiento social preventivo y obligatorio por el Covid-19, y en ocasión de una jornada institucional docente, fui testigo de un hecho que me pareció grave. Un profesor llegó vistiendo una camisa de color rosa y a partir de este detalle otros tres profes varones empezaron a hacerle bromas acerca de sus deseos sexuales. Por si esto fuera poco, la vicedirectora de la institución se sumó a la ronda de bromas por el color de la camisa.

Este tipo de actitudes, que aún están muy naturalizadas y seguramente podrían enmendarse con formación, deberían ser atendidas con urgencia, ya que se trata de adultos significativos que reproducen en el aula ese tipo de comportamiento, validando así el despliegue de una construcción de masculinidad patriarcal, desigual, violenta. A mediados de los años 80 del siglo pasado, Connell teorizó acerca del género como un sistema de poder. Género entendido como un concepto relacional, es decir, que ordena la práctica social.

Como sistema de poder, entonces, supone una jerarquía interna en la que existe una categoría central: la masculinidad hegemónica. Los atributos de esta categoría central varían de acuerdo a cada sociedad. En nuestra sociedad, identificamos a la masculinidad socialmente validada (o deseable) como aquella que cumple con ser heterosexual, blanca, propietaria y otros ítems que ya da pereza enumerar. Esta construcción identitaria se da, como ya se dijo, en el marco de un sistema de jerarquías que tiene sus propias lógicas, sus propias reglas.

La masculinidad hegemónica se construye básicamente a partir de una triple negatividad: no ser homosexual, no ser mujer, no ser niño.

Para resumir, puede decirse que para ser varón no basta con haber nacido con pene (aunque esto en sí mismo implica recibir un tratamiento diferencial favorable de parte del común de la sociedad), sino que además es necesario ser aceptado como tal por otros varones ya reconocidos como tales, socialmente validados.

Matías De Stéfano Barbero, investigador que durante años estudió la construcción de la masculinidad en el aula, señala que el acoso escolar es una forma ritualizada de la violencia que tiene mucha eficacia en varones adolescentes. Y aquí el papel principal lo tiene la homofobia. El miedo a ser acusado de homosexual invisibiliza y naturaliza la violencia, aísla a las víctimas y las burlas y amenazas se establecen como la manera válida de relacionarse entre pares, es decir, entre varones heterosexuales.

Así, la categoría principal, socialmente validada para ser considerado varón, sería la heterosexualidad. La masculinidad hegemónica se construye básicamente a partir de una triple negatividad: no ser homosexual, no ser mujer, no ser niño. Categorías de existencia que serían subordinadas, por lo tanto, pasibles de ser violentadas de todas las formas imaginables por el modelo de masculinidad que ocupa el lugar central en este sistema jerárquico. Ni qué decir de la diversidad, directamente excluida, invisibilizada, en el sistema de valores de la masculinidad patriarcal. Introducir una perspectiva crítica acerca de la construcción del género en los varones, tanto en el debate público como en el político, es un asunto urgente.

Si los varones adolescentes acosan a otros como una manera de formarse en género, recurriendo a la violencia para mostrarse como machitos y así demostrar que valen lo que le han dicho que su genitalidad supone, es necesario entonces infiltrar en las aulas contenidos transversales con perspectiva de género.

Es necesario, además, que de estos contenidos se apropie el profe varón de Química, el de Educación Física y también el de Matemática, y no solo los de Biología, Artística o Sociales. En Argentina, desde el 2006, tenemos la ley de Educación Sexual Integral (ESI), pero (al menos desde mi experiencia personal y a partir de charlas con docentes de otras instituciones) en muchas escuelas pareciera que la ESI es algo de lo que solo debe hablarse, y de vez en cuando, a les estudiantes.

Esto ya parece formar parte del sentido común docente y el resultado es que estos contenidos no se están implementando con la potencia necesaria para desarmar actitudes y discursos con los que muchas personas dedicadas a la docencia validan en el aula la masculinidad patriarcal.

*Sociólogo, docente y escritor. Integrante del Centro de Estudios de Masculinidades de la UNCo. Formador en Género, Masculinidades y Prevención de la Violencia


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