La cultura en los políticos de ahora

HÉCTOR CIAPUSCIO (*)

Eleuterio Fernández, titular de Defensa en el gobierno de la República Oriental del Uruguay, expresó públicamente días pasados su opinión sobre Domingo Faustino Sarmiento. Dijo, con fea expresión de tribuna futbolera, que era un grandísimo tal por cual “que instó a matar gauchos diciendo que eran un abono para las pampas”. Esta declaración de un alto funcionario del país vecino sobre el prócer de la educación argentina me hizo pensar en el tema de la ignorancia de muchos de los que gobiernan, un fenómeno mundial que nos toca de cerca y al que el politólogo italiano Giovanni Sartori bautizó, integrándolos en la masa que los vota, con el calificativo “asnocracia”, poder y gobierno de los burros. En Buenos Aires y hace unos días, el escritor español Arturo Pérez Reverte se refirió en la Feria del Libro a los dirigentes de nuestras sociedades, indignándose con la penuria de tener que escuchar en todos lados, incluso en su propio país, “a esos políticos que son unos analfabetos, que no han leído un libro en su vida, que no tienen la menor referencia histórica y cultural, que carecen de argumentos serios y sólo repiten cuatro conceptos tontos para oídos de otros igualmente tontos que los escuchan”. Habló también de la necesidad social de un liderazgo esclarecido, de elites y su influencia en la educación, la escuela y los niños. “A los que siempre tendrán que tirar de la sociedad para que avance –el progreso del mundo se gobierna a través de elites cultas y preparadas que tiran del resto– les corresponde la responsabilidad y el magisterio”. Son expresiones coincidentes con lo que expresaron a veces algunos argentinos preocupados. Tenemos en nuestro archivo reflexiones de hombres públicos que ocasionalmente denunciaron el bajo nivel de cultura que poseen en general nuestros políticos y la falta de visión y capacidades que nuestra sociedad padece desde hace tiempo. Un común denominador de esas reflexiones nos dice que hay un divorcio (que no existe en Brasil, Chile o Francia, por ejemplo) entre la gente realmente preparada y la que ocupa las posiciones de gobierno. Denuncia que asistimos desde hace tiempo a la falta de una clase dirigente que conozca los problemas, que esté a la altura requerida para encontrar soluciones, que viva auténticamente ciertos ideales y sea un ejemplo cultural y ético para sus conciudadanos. Hombres públicos como Carlos Auyero y Rodolfo Terragno, por ejemplo, han señalado que nuestros políticos son en su inmensa mayoría incapaces de pensar más allá de su rutina, que no leen filosofía, no estudian economía ni saben idiomas. Hablaron de “encierro cultural” y la tendencia al pensamiento mágico en los argentinos, idealizadores de un pasado ilusorio (aquello de que el nuestro es uno de los países más ricos del mundo, cuando en realidad la Argentina, en los tiempos del trigo y la carne ocupando el lugar actual del petróleo, no fue más que algo así como una Arabia Saudita agropecuaria). Una sociedad siempre esperando que el país “gane la lotería” o “saque el premio” (que ahora sería una portentosa Vaca Muerta), en lugar de esforzarse en multiplicar recursos apelando al trabajo, la educación, la técnica y la ciencia. Y en torno a esas reflexiones tenemos el pensamiento, que también oímos de Pérez Reverte en la Feria del Libro, sobre el concepto de elite tan resistido por los populistas. Debemos admitir que hay muchos que se escandalizan ante la sola palabra o niegan, por un sentimiento igualitario y democrático, que las elites sean necesarias o tengan realidad. Sin embargo existen y han existido siempre que una comunidad llevó adelante un proyecto de desarrollo. Estas son las elites “funcionales”, grupos dirigentes que son vistos por la sociedad con un balance adecuado de efectividad y costo. O, como los define Hélio Jaguaribe, grupos cuyo desempeño de dirección, es decir los servicios prestados a la sociedad en su conjunto, superan con mucho su costo social. Finalmente, sobre el reproche a los políticos de que no leen libros, uno podría preguntar al conjunto para aclararlo (muy probablemente con resultado negativo) si alguno de ellos ha leído un libro en tinta húmeda que estudia el universo completo de lo que deberían ser sus intereses específicos. Nos referimos a “Filosofía política. Solidaridad, cooperación y democracia integral” (2012), traducción castellana en 600 páginas de “Political Philosophy. Facts, Fiction and Vision” de Mario Bunge. Su mensaje es, sintéticamente, que la filosofía política no es un lujo sino una necesidad, ya que se la necesita para entender la actualidad y, sobre todo, para pensar un futuro mejor. La recomendación del autor es (genio y figura…) también categórica: “La sociedad moderna es demasiado complicada y frágil para que siga en manos de personas ignorantes de las ciencias sociales y secuaces intelectuales de filosofías políticas apolilladas”. (*) Doctor en Filosofía


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