La cura somos todos

RamÓn Chiocconi *


En un libro que leí hace no mucho, que versaba sobre el trabajo, su autor Enrique Martínez, respondía de una manera que me pareció original a la pregunta ¿por qué hay que trabajar? Probablemente la mayoría respondería: para ganarse la vida. Martínez proponía otra respuesta: “Hay que trabajar porque la calidad de vida de una comunidad es en función de la capacidad que tenga el conjunto y cada uno de sus integrantes para transformar la naturaleza, para producir bienes que hagan más placentera la existencia.”

Martínez piensa y responde así porque se reconoce como integrante de una sociedad amplia, compleja y diversa, que necesita del esfuerzo de todos, y no como un individuo aislado que depende solo y exclusivamente de su meritocrático esfuerzo, para lograr un determinado nivel de vida.

El libro, aclaro, no está editado en estos tiempos urgentes. Fue parido en otro tiempo difícil, cuando la sociedad argentina bregaba por salir de la dolorosa crisis que estalló en diciembre del 2001.

Estos días me obligaron a releer ese libro y reconocer que esa reflexión, que en otro tiempo me pareció rupturista y luminosa, casi a contrapelo del pensamiento “común”, hoy podría parecer una obviedad. En estos días difíciles que estamos viviendo -y cuya causa y origen nos es ajeno- nos obliga a pensarnos como una partecita de un todo.

Esta situación extraordinaria nos enseña a valorar oficios, ocupaciones y profesiones que existían pero eran casi “invisibles” -o como mínimo poco valoradas en tiempos de calma- y hoy reconocemos esenciales: los recolectores de residuos domiciliarios, trabajadores de la salud (encargados de la limpieza, administrativos, enfermeros, médicos, y otros), los cajeros de los supermercados, de los almacenes, mercaditos y verdulerías de barrio, choferes de colectivos urbanos y de camiones de larga distancia.

Y tantos otros que conviven con nosotros y que cada uno sabrá reconocer y agradecer en su cotidianeidad.

Esta pandemia nos iguala ante la posibilidad de la enfermedad y la tragedia. Digo esto sabiendo que la cuarentena no es igual para todos: es diferente para un asalariado que para un artesano, ni para quien vive en un barrio residencial comparado con quien habita con su familia en una pequeña casilla en un barrio carente de servicios.

Las imágenes y los testimonios de trabajadores de hospitales de Milán, Bergamo o Madrid nos muestran un escenario posible en nuestro futuro próximo si no mantenemos la guardia alta.

Los barilochenses sabemos de duras batallas. Peleamos fuerte todos juntos contra el hantavirus en el 95 y contra la ceniza en el 2011. Esta vez también podemos. No importa quién está enfrente si somos capaces de reconocernos iguales.

Ojalá logremos aprender, de una vez y para siempre, que nadie se salva solo. No hay lugar para la grieta. Esta vez no podemos estar separados. Debemos mantenernos unidos en la distancia. Unidos en la diversidad. El coronavirus llegó para quedarse y es hora de que la grieta desaparezca.

Mientras que los científicos de todo el mundo están trabajando para diseñar la vacuna que nos vuelva inmunes al coronavirus, es momento de recuperar como sociedad la ética de la solidaridad. Hoy, más que nunca, los ciudadanos debemos reconocernos como integrantes de algo más grande que nosotros mismos. Hoy, la vacuna somos todos.

* Legislador rionegrino del Frente de Todos


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