La fiesta del oro y el moro

La fiesta se apaga y enciende a partir de la explosión de músculo y velocidad.

Investigación

En un pestañeo, el lugar es una ceremonia pagana. El cruce del disco vuelve las cosas a la normalidad. Y de nuevo a empezar: bajan de las tribunas, apuestan, charlan, devoran costillas, 45 minutos intermedios antes de una nueva carrera de adrenalina extrema.

Muchos lo recuerdan con pavor: «El caballo sacó varios cuerpos de ventaja, fue impresionante, los músculos se le inflaban. Llegó al disco, le sacaron las fotos de rigor, lo hicieron caminar y cuando lo metieron en el stud, explotó, literalmente. Era un mar de sangre. Fue horrible». El hombre está inquieto cuando habla. Hay muchos ojos, muchos oídos. En el turf, existen cosas que se hacen encubiertas.

Ese caballo que «explotó» ganó más de una carrera. El día en cuestión corrió como la luz en el Valle Medio. Antes, probablemente, recibió una inyección de «venenosa adrenalina». Sus propietarios no esconden las malas artes. «Compran un ejemplar, lo drogan el tiempo que pueden, hacen el dinero necesario y después van a otro. Tan sencillo como eso», dice un cuidador, con posgrado en el tema.

Lo hizo al menos un propietario el domingo pasado en el hipódromo de Neuquén, y no le fue nada mal. El caballo le respondió de «maravillas» y se quedó con un triunfo indiscutido. «Río Negro» fue testigo directo de la inyección que recibió el animal unos minutos antes de la carrera. La aguja lo penetró a la altura del pecho, un poco hacia la izquierda. El animal tuvo un momento de relax, minutos de sosiego. Luego, la velocidad al límite en la pista. Cientos de voces lo vivaron desde una tribuna con buen marco de público, muchos sin saber lo que estaba ocurriendo, otros con la seguridad plena de que ese caballo sería el triunfador.

«Pero ojo, que no siempre el que le mete fármacos al animal es el que gana. Como todos lo hacen, te podés llevar un chasco», explica un viejo propietario, hoy sólo apostador y amante de los pura sangre. Es cierto, este diario también presenció el dopaje de un caballo que tragó el polvo en una de las carreras de media distancia. «Pero si no lo hacés, perdés seguro», advierte. Este valletano es de los que enloquece en las gradas, de los que inflan las venas cuando gritan por un zaino que en un puñado de segundos les puede salvar la semana. O el mes. Como en todo ámbito de apuestas, es más sencillo perder mucho que salvarse con un caballo. «No existen tipos que vivan de los caballos, pero sí gente que puede ganar un buen dinero y transformar su economía por un tiempo».

La tradición gobierna cada rincón del Canal V neuquino. El arribo familiar en vehículos importantes, el fuego y el asado, los vapores etílicos, folclore, chicos que juegan a ser paisanos, paisanos de verdad con peligrosos facones a la cintura, las apuestas de los rematadores, las clandestinas, los fiscales que no existen, la policía que mira sin ver, las mujeres que hacen las ensaladas y las que juegan firme por un caballo… Lo que se ve y lo que se vela en el submundo de los pura sangre. Las horas que transcurren en un lugar que es deporte y apuesta, que es folclore y trampa. Ahí donde se juegan miles de pesos por minuto, un lugar enclavado en uno de los sectores más pobres y marginales de Neuquén.


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