La “fronterización” permanente de la Patagonia

Mattias Borg Rasmussen*


La historia de la Patagonia es una historia de explotación de recursos. Mientras ambientes y cuerpos humanos se encuentran expuestos a residuos tóxicos, se promociona a la región como una tierra salvaje, un Edén esperando la exploración turística.


En la Patagonia histórica y en la actual, la extracción de recursos y riquezas ha sido una actividad fundamental. La transformación de territorios de vida a territorios aptos para la explotación no es una actividad neutra e inocente, sino que implica una serie de estrategias y maniobras políticas, económicas y discursivas. Esta creación permanente de espacios de frontera revela que ‘la frontera’ no es sólo un lugar histórico. Es un proceso actual que sigue perforando el espacio patagónico. En este texto esbozaré algunas sugerencias de cómo esto sucede y qué se podría hacer para abrir e imaginar otros caminos.

‘La Frontera’ es un imaginario social. Lo asociamos con la conquista del Oeste de los Estados Unidos, tanto como con la denominada “Conquista del Desierto”. En ambos casos, la frontera produce y depende de imaginarios de espacios y naturaleza intocados, reservorios de recursos que simplemente están esperando que se exploten y civilicen. Sin embargo, la idea de espacios vacíos es una ilusión. La frontera implica la destrucción de territorios de vida y de ordenes sociales, jurídicos y económicos.

Pero la ‘frontera’ no solamente refiere a la destrucción, sino también a la reconstitución de nuevas territorialidades. En la Patagonia, el Estado juega un doble papel en este proceso, facilitando tanto la destrucción, más claramente evidenciado en Vaca Muerta, como también nuevos órdenes territoriales de espacios de producción petrolífera, ganadero, o especulación inmobiliaria.

En los espacios de frontera de la Patagonia vemos que, a veces, los hechos llegan antes de la ley para luego convertirse en ley.

La historia de la Patagonia es una historia de explotación de recursos. Cada ‘descubrimiento’ de un recurso – sea lana, petróleo, paisaje, o valor inmobiliario – implica imaginarios de ese espacio como vacío, ocioso e improductivo, que puede hacerse productivo a través de capitales, labores e ingenios. Nuevos recursos implican nuevos regímenes de control y vigilancia.

En los espacios de frontera de la Patagonia vemos que, a veces, los hechos llegan antes de la ley para luego convertirse en ley.

Actualmente, a groso modo en la Patagonia se encuentran dos procesos de fronterización aparentemente contradictorios. El discurso de la soberanía energética está conllevando calamidades ambientales. Mientras ambientes y cuerpos humanos se encuentran expuestos a los residuos tóxicos, se promociona a la Patagonia como una tierra salvaje, un Edén esperando la exploración turística.

Irónicamente, ambas economías se basan en – y reproducen – imaginarios de la Patagonia como espacios vacíos y ociosos, zonas que pueden reservarse y sacrificarse en nombre del progreso nacional. Para ambas economías, los beneficios de la fronterización del espacio raramente se quedan en los espacios locales. Al contrario, los costos de vida se elevan y las valuaciones del ambiente van en contra de maneras locales, a menudo indígenas, de percibirlas.

La idea de espacios vacíos es una ilusión. La frontera implica la destrucción de territorios de vida y de ordenes sociales, jurídicos y económicos.

Ojo que esto no es un argumento en contra de la conservación. Pero hay que entender y analizar críticamente los procesos institucionales y discursivos que facilitan la destrucción de territorios de vida y la reorganización de estos espacios para fines capitalistas.

La fronterización no es la erradicación total del orden territorial pre-existente. Es la destrucción de ciertos órdenes, y la continuación de otros. Desde los primeros loteos de la Patagonia, pasando por las colonias agro-pastoriles a la actual concentración de tierras, estamos observando la imposición de reglas de distribución que favorecen a ciertos sectores. Lo que vemos es que estas pautas de control de recursos y territorios se van repitiendo. A menudo, los que se benefician de la fronterización permanente de la Patagonia tienden a ser el mismo grupo de personas.

A lo largo del territorio Patagónico, comunidades indígenas luchan para mantener control sobre territorios y recursos. Enfrentando esta nueva conquista de territorios y recursos se están produciendo competencias sobre el control legítimo de recursos y beneficios. ¿Quién tiene el derecho a extraer beneficios de las riquezas de la Patagonia? Históricamente, cada momento de fronterización se acompaña de una serie de reclamos por autoridad, jurisdicciones y representaciones relacionados con el espacio. Estos encuentros y desencuentros no solamente habilitan la explotación de recursos, sino también el borrado de sistemas de control de recursos existentes.

Es pertinente pensar cómo se pueden crear espacios de participación real que no estén basados en estas lógicas de fronterización, para que los territorios de vida y su gobernanza local sean parte de la definición de estos espacios. Aquí hay que pensar en la producción y circulación de los imaginarios sobre la Patagonia y cómo éstos coexisten con las realidades económicas, políticas y jurídicas.

Hay que reflexionar sobre cómo se representa a los territorios y sus habitantes de una manera que respete al enraizamiento, y que facilite la creación de alianzas estratégicas y prácticas inclusivas. Esto implica la institucionalización seria de -no solamente- la consulta previa, sino el consentimiento explícito, reconociendo que todo pueblo – sea originario o no – merece ser consultado sobre aquello que quiere para su futuro.

* Investigador, docente asociado de la Universidad de Copenhague, Dinamarca. Ha dictado conferencias y cursos en la Universidad de Río Negro (Sede Andina).


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