La generación desencantada

El desencanto producido por la falta de oportunidades laborales y el descreimiento en la política es el rasgo distintivo de la generación nacida en la década del 80, según una investigación de la socióloga Liliana Mayer que se acaba de publicar bajo el título "Hijos de la democracia". LEÉ LA NOTA Y DANOS TU PARECER. No creer en nada, falta de pasión...¿SE PUEDE VIVIR ASÏ?

 

El trabajo de campo realizado por la investigadora a partir de entrevistas a porteños de entre 18 y 25 años, refleja los hábitos y pensamientos de un grupo de jóvenes cuyas estructuras familiares fueron atravesadas decisivamente por la crisis de 2001, que elevó los niveles de pobreza y desigualdad social hasta parámetros entonces inéditos en la Argentina.

«Uno de los disparadores para analizar el fenómeno fue el resultado de las elecciones legislativas de 2001, donde se registró el llamado `voto bronca` expresado en un alto porcentaje de votos en blanco, que fue de 16 puntos en la población adulta y del doble en la población joven», destacó Mayer a Télam. 

 «Ese fue uno de los disparadores para detectar algo generacional en la forma en que los jóvenes se aproximaban a la política -explicó-. El fenómeno tuvo su correlato en distintas encuestas de opinión que empezaron a asociar esta tendencia generacional con una precarización de las condiciones laborales».

«Hijos de la democracia», recién editado por el sello Paidós, hace foco en la generación nacida bajo el régimen democrático que se instauró tras la dictadura de 1976 y ofrece una mirada crítica sobre los jóvenes que elude la tentación fácil de presentarlos como culpables o bien como víctimas de su contexto.

En su trabajo, Mayer resalta que este grupo fue educado en una primera instancia bajo el fervor que despertaba la flamante democracia inaugurada por el gobierno de Raúl Alfonsín, aunque de a poco el optimismo inicial fue mutando en desencanto y el escepticismo terminó contagiando a las nuevas generaciones. 

 «En la Argentina en 1983 hubo un momento de mucha efervescencia política: el país venía golpeado por lo que había sido la dictadura pero también por una crisis económica y por haber perdido la guerra de Malvinas -indicó-. En ese sentido, Alfonsín supo articular la necesidad y la euforia bajo la convicción de que podía solucionar todos los problemas». 

 «Pero la primavera democrática duró poco y los problemas se reinstalaron. Los jóvenes de hoy, hijos de las clases medias, escucharon primero en su familia y luego en los medios de comunicación cómo la democracia no era capaz de abolir las desigualdades como se había pretendido en un primer momento», analizó Mayer. 

 Si bien la generación analizada no tuvo contigüidad histórica con la dictadura, la autora advierte en «Hijos de la democracia» que sí fue alcanzada por algunas de sus secuelas, como el deterioro de los lazos solidarios y las dificultades para articular proyectos colectivos. 

 «Todo este auge de la no participación o del no te metás quedó plasmado en las prácticas políticas de los jóvenes. Por otro lado, la dictadura generó ciertas actitudes que después se fueron ampliando con las políticas neoliberales de los 90 y que fueron segregando cada vez más a la sociedad», señaló. 

 Más allá de las coyunturas históricas, Mayer considera una modalidad recurrente que los jóvenes aparezcan estigmatizados por cargar con los vacíos simbólicos que la misma sociedad produce, una idea que tiene su correlato en el mito de que «todo tiempo pasado fue mejor». 

 «En todas las sociedades hay una mirada gerontológica que enfatiza esta idea de que los jóvenes son siempre problemáticos. De hecho incluyo en el libro una frase de Sócrates que refleja como ya desde esos tiempos la juventud era conflictiva -aseguró-. Esta tendencia se fue acentuando en las últimas tres décadas porque las sociedades han ido atravesando por distintos cambios y crisis y no encuentran hacia dónde ir». 

 «En esa línea, las generaciones más jóvenes son las que más expresan estos cambios: las que explicitan que en la política no encuentran una respuesta, que la educación no les da las herramientas para el futuro», agregó. 

 Para Mayer -doctorada en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires y actualmente becaria del Conicet- «es muy fácil desde el lado del adulto culpabilizar a los jóvenes, porque de alguna los exime de pensar cuál es su propio lugar en la sociedad. En definitiva, pensar el lugar del joven en la sociedad obliga también a pensar el lugar del adulto». 

 «Hijos de la democracia» retoma también como objeto de estudio una célebre definición del sociólogo francés Pierre Bourdieu que presenta a la juventud como una generación desencantada por el desajuste generado entre las aspiraciones que el sistema de enseñanza produce y las oportunidades que realmente ofrece. 

 ¿Cómo debería reformularse el sistema educativo para lograr un equilibrio entre estimular el instinto de autosuperación y al mismo tiempo no crear expectativas falsas sobre las disponibilidades reales del mercado de trabajo? «Para los jóvenes, es muy difícil situarse en ese nuevo escenario surgido tras la caída del llamado Estado de bienestar», advirtió Mayer. 

 «Sabemos que hoy un título no vale tanto como hace veinte años y por lo tanto no otorga los mismos beneficios materiales y simbólicos que en ese entonces. Antes con terminar el secundario alcanzaba para acceder a buenos trabajos y ahora hay una necesidad cada vez mayor de sumar títulos paralelos», indicó. 

 «Ante eso es muy difícil también seguir sosteniendo esa cultura del sacrificio que implica la rutina del estudio. Por eso el sistema educativo tiene como gran desafío hoy hacer que el colegio vuelva a tener sentido», concluyó Mayer. (Télam) 

 


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