La narcopolítica

De tomarse en serio las afirmaciones de ciertos militantes oficialistas, los socialistas santafesinos están colaborando con bandas de narcotraficantes con el propósito de fomentar la drogadicción en su propia provincia y en el resto del país. La teoría disparatada así supuesta, según la cual el gobernador Antonio Bonfatti y su antecesor en el cargo, el excandidato presidencial Hermes Binner, no serán políticos respetables y un tanto aburridos sino capos mafiosos que fantasean con transformar la Argentina en un campo de batalla como México, se basó en la detención del jefe de la Policía de Santa Fe, Hugo Tognoli, al que luego de un par de semanas la Justicia Federal decidió liberar por falta de mérito, una decisión que, se informa, cayó mal en la Casa Rosada. Por su parte, Tognoli jura sentirse víctima de una maniobra política sucia, un “preso político” atrapado en medio de la lucha entre los kirchneristas y la administración local, mientras que Bonfatti y Binner dan por descontado que lo que el Poder Ejecutivo nacional está procurando hacer es desestabilizar al gobierno socialista de su provincia a fin de despejar el camino de una eventual intervención. Puede que exageren, ya que a los kirchneristas les resultaría arriesgado apoderarse de una jurisdicción en que sus representantes han experimentado una serie de derrotas electorales dolorosas, pero en vista del desprecio notorio del gobierno nacional por el federalismo, no es del todo inconcebible que integrantes del entorno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se hayan sentido tentados por dicha alternativa. De todos modos, las intrigas de este tipo son peligrosas no sólo porque reflejan la vocación autoritaria de un gobierno que se ha propuesto ocupar, por las buenas o por las malas, todos los espacios de poder disponibles, sino también porque el negocio de la droga no puede considerarse un asunto exótico. En los años últimos, narcotraficantes bien conocidos como el recién detenido colombiano Henry de Jesús López, alias “Mi Sangre”, que según el secretario de Seguridad, el teniente coronel Sergio Berni, es “el narco criminal más importante del mundo”, han podido afincarse en nuestro país sin demasiados problemas, para dedicarse a vender su mercancía, relacionarse con funcionarios y empresarios y blanquear millones de dólares invirtiéndolos en negocios legítimos. Asimismo, la Argentina ha dejado de ser un mero país de tránsito; el consumo de drogas ha aumentado mucho, sobre todo en las zonas más castigadas del conurbano bonaerense, agravando el delito y planteando problemas sociales gravísimos. La situación confusa en que se encuentra el exjefe de la Policía santafesina y los hipotéticos vínculos de los narcotraficantes con miembros del gobierno provincial que fueron denunciados por los kirchneristas, además de los intentos oficiales de politizar el tema, son sintomáticos de lo que suele suceder cuando los cárteles procuran establecerse en un país de instituciones precarias y una cultura política sumamente corrupta. Manejan muchísimo dinero, de suerte que no sorprendería en absoluto que ya hayan conseguido comprar la voluntad de al menos algunos políticos, funcionarios, jefes policiales y jueces. Sin embargo, en el clima de sospecha creado por la politización enfermiza de virtualmente todo, discriminar entre los irremediablemente vendidos y quienes se niegan a colaborar con los delincuentes no es fácil en absoluto. Como siempre ha ocurrido, los corruptos saben defenderse acusando a dirigentes honestos de estar tan dispuestos como ellos a respetar lo que a menudo llaman “los códigos de la política” o, en ocasiones, de comportarse como “buchones”, sembrando así dudas para que la ciudadanía llegue a la conclusión de que, en el fondo, todos son iguales. Puesto que los socialistas santafesinos, como ciertos radicales de otros tiempos, han tratado de descollar por su apego riguroso a “la ética”, es con toda seguridad lógico que militantes de La Cámpora y otras agrupaciones parecidas los hayan elegido como blancos principales de una ofensiva propagandística; al fin y al cabo, entienden muy bien que el deterioro rápido de la imagen del gobierno nacional se debe, en buena medida, a la conciencia generalizada de que es muy corrupto, y que narcotraficantes de otros países han logrado aprovechar esta realidad desafortunada.


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