Eufemia, la reina de Sauzal Bonito

Es una de las pobladoras más antiguas del paraje neuquino que desde 2015 registra sismos. Pero a ella, lo que más le preocupa es la falta de agua.

Eufemia Zapata tiene 97 años. Está sentada en una silla, los pies apoyados en un almohadón, las manos sobre un bordado que está haciendo. Hay pocas cosas alrededor: un hogar a leña apagado, una lámpara de pie, una mesa con sus sillas, una ventana que da a su chacra.


La chacra de Eufemia, que era muy grande en sus días, está en Sauzal Bonito, el paraje neuquino que desde 2015, cuando comenzó el fracking en Vaca Muerta, tiembla. Acá vive, y aunque maldiga la falta de agua, y se queje un poco de los sismos, acá le gusta estar. “Ya estoy aclimatada. Cuando voy a Cutral Co para ir al médico, me quiero volver enseguida”, dice, menudita en su silla.


Eufemia llegó a Sauzal Bonito en el 64, cuando en este paraje en el que ahora viven 350 personas no había nada. “¿Qué había acá?: campo libre. Uno podía tomar todo lo que quería si tenías ganas de trabajar”, dice, memoriosa y risueña, sentada en su silla, mientras una de sus hijas, que viajó desde Senillosa para cuidarla, trabaja en la cocina. “Es de las primeras pobladoras”, dice Mariela, la hija, desde la cocina.


Eufemia y su marido, que murió en el 73, se quedaron con 10 hectáreas, sembraron, regaron con el agua del río Neuquén que ahora corre más escuálido, a 500 metros. Hoy la chacra es más pequeña. Ella fue repartiendo la tierra entre sus hijos varones.

Tuvo once hijos. “Somos una familia numerosa. Tuve once hijos. Una nena se me murió de una peste, y como estábamos en el campo no la pude llevar a tiempo. Nietos tengo más de 50, y bisnietos no sé, perdí la cuenta. Pero esos que se busquen tierra en otro lado porque ya no tengo más”, se ríe de su ocurrencia.
Al lado, la hija le reprocha que sólo repartió tierras entre los hijos varones. Eufemia le sonríe.
La mujer quedó viuda a los 49. Y dice que se las arregló como pudo. “A las chicas las pude meter en el convento para que estudien, de pupilas. Los chicos empezaron a trabajar”.

Eufemia junto a su hija, Mariela.


Afuera de la casa hay un árbol enorme, frondoso, y debajo del árbol una silla donde Eufemia se sienta cuando sale a ver su huerta. Cuando se instala a su sombra toma la lata que hay lado de la silla y la agita. Los granos de maíz que hay adentro tamborilean, como un sonajero, y las gallinas se acercan a ella, que les arroja comida. Es una rutina diaria.


Un poco más allá tiene su huerta: crecen zapallos, zapallitos, tomates. Pero ya no es lo que era. Y eso sí la pone de malhumor. La falta de agua la afecta. Más que los sismos que son la principal preocupación del pueblo, a Eufemia la enoja la falta de agua.


Hace dos años, la eligieron la Reina del paraje y le dieron un bastón dorado, justamente porque es una de las primeras que vino a poblar Sauzal Bonito. “El bastón dorado no me sirve para nada. Se lo partiría en la cabeza al intendente por el agua que no llega. ¿De qué me sirve?. Que se vaya al carajo. Le voy partir el bastón por la cabeza”, se enoja, medio en broma, Eufemia.


El agua falta en Sauzal Bonito, y la poca que sale de la canilla no se puede tomar. La comisión de Fomento reparte bidones de agua para los habitantes. Pero Eufemia no se acostumbra. No le gusta que lo que sale de la manguera, para regar la huerta, sea un hilito que no alcanza para nada.
Los sismos de Sauzal Bonito no la alteran, aunque la casa tiene grietas del suelo al techo, que dejaron algunos de los temblores más fuertes. “Mi papá me enseñó a no tener miedo”, dice segura. “Ella siempre vivió su vida así”, acota la hija.


En la casa hay decenas de estampitas a la virgen pegadas a la base de un tronco y a la puerta de acceso. No hay televisor, nunca tuvo. Tampoco hay rastros del bastón dorado.
Afuera, el reino de Eufemia tiembla y languidece.


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