Las fórmulas de vigilancia y control serán cada vez más extremas: ¿las aceptaremos?

Los avances tecnológicos para combatir el Covid-19 profundizan las restricciones a la libertad y la privacidad e irán en aumento, alertan tres intelectuales e investigadores argentinos.

Los avances tecnológicos que ayudan a combatir el Covid-19, así como ha
sucedido en otras situaciones en las que la seguridad humana se vio
comprometida, acentúan las restricciones a la libertad y la privacidad,
según alertaron tres autores argentinos: el tecnólogo Santiago Bilinkis, el filósofo Esteban Ierardo y el investigador Joan Cwaik.

«A medida que se introducen más tecnologías, el dilema de una mayor eficiencia a costa de una menor privacidad sigue en pie».

Joan Cwaik, investigador argentino


«Cada vez que la seguridad humana se ve comprometida es bastante común que los estados intervengan suprimiendo ciertas libertades temporariamente, a cambio de restaurar la seguridad. Esa seguridad puede tomar cualquier forma: en este caso es la salud pero en otro momento fue prevenir un atentado terrorista. Lo cierto es que después esas restricciones no terminan siendo temporarias y la libertad individual nunca vuelve a ser como antes», advirtió el tecnólogo Santiago Bilinkis.


«Esto se vio claro en el 11 de septiembre de 2001 –ejemplificó-. Hoy en un
aeropuerto tenemos que pasar por un scanner por el cual una persona te ve desnuda. Y ahora con la preocupación de la posibilidad de un atentado
terrorista todo el mundo lo consciente cuando, en otro momento, si nos
hubieran dicho que alguien nos iba a mirar sin ropa, nos hubiese resultado totalmente inaceptable», graficó el autor de los libros «Guía para sobrevivir al presente» y «Pasaje al futuro».

Bilinkis se dedica desde hace años a explorar las transformaciones
disparadas por la innovación tecnológica, incluidas sus encrucijadas
económicas, filosóficas y éticas: «Gracias a la posibilidad de hacer
biomonitoreo, un estado podría detectar si estás enfermo incluso antes de
que vos mismo lo sepas y asegurarse de que cumplas la cuarentena. Si en el futuro queremos prevenir una nueva pandemia no es inimaginable que los Estados pretendan un monitoreo permanente para detectar casos. Y todos estos avances, salvo que nos pongamos muy firmes, es probable que nunca vuelvan atrás».


Son numerosos los intelectuales que en los últimos días fijaron posición
sobre las consecuencias de la actual pandemia y el mundo post Covid-19 que se viene –a tal punto que todos esos artículos fueron reunidos en el libro de descarga gratuita titulado «Sopa de Wuhan», que compila textos de Giorgio Agamben, Slavoj Zizek, Jean Luc Nancy, Franco «Bifo» Berardi, Judith Butler y Byung-Chul Han, entre otros.


Un artículo publicado por el historiador israelí Yuval Noah Harari, en el
diario Financial Times, alerta, con lucidez, que las decisiones que se
tomen en estos días moldearán nuestras vidas durante varios años, y plantea un modelo de vigilancia totalitaria versus el empoderamiento de la ciudadanía.


«Esta pandemia va a suponer un punto de inflexión mundial en las formas de vigilancia masiva y control social –advierte en esa misma línea el tecnólogo Joan Cwaik, autor de ‘7R. Las siete revoluciones tecnológicas que transformarán nuestra vida’-. Creo que nosotros como ciudadanos y testigos de esta gran transformación tenemos que ser cada día más conscientes y críticos a la hora de utilizar tecnología».


Según explica Cwaik: «China está utilizando robots para desinfectar
hospitales y entregar insumos médicos. En Singapur, utilizan análisis
predictivo y Big data para realizar mapeos detallados del brote. En Corea
del Sur, el gobierno están rastreando a los posibles contagiados utilizando
la tecnología satelital de teléfonos celulares. A medida que se introducen
más tecnologías, el dilema de una mayor eficiencia a costa de una menor
privacidad sigue en pie y tenemos que ser muy conscientes al respecto»,
advierte.


Para el filósofo Esteban Ierardo, autor de «Sociedad pantalla» y «Mundo virtual» -dos libros que reflexionan sobre tecnología y cultura a partir de
la serie Black Mirror- la vigilancia sobre los individuos «quizá pueda
mutar hacia el control preventivo de las distopías biológicas, es decir: la
sociedad amenazada por la invasión de lo que brota de un orden biológico, del virus, de su letalidad y contagio».


Y agrega: «La vigilancia nueva que debería surgir de esto demandaría una suerte de gobierno mundial sanitario capaz de activar protocolos de
prevención o contención que no dependan solo del cierre unilateral de
fronteras por los países, sino de una política global preventiva. Un nivel
de globalización de la cooperación y no de la competencia; aunque, claro,
movido más por el miedo que por una nueva conciencia de unidad real».


¿Cómo se resignifica en este contexto la tecnodependencia? Para Ierardo,
«el anterior peligro de la hiperconexión excesiva es ahora la necesidad
práctica, indiscutible, de mayor conectividad para gestionar nuestra vida
diaria, alterada. En este momento la comunicación por la mediación técnica muestra más sus aspectos de progreso y real utilidad, desplazando, aunque no suprimiendo, su anterior uso multiplicador de odios y como construcción narcisista de un yo virtual, que pasan a un segundo plano. Esta sería la oportunidad de privilegiar las dimensiones positivas de la comunicación digital y desplazar otros usos más regresivos pero -se lamenta- estos últimos seguramente reaparecerán después de superada nuestra situación epidemiológica actual».


En esa línea, Bilinkis coincide: «En este escenario sin precedentes, con
gran parte de la población mundial en sus casas, la tecnología es un arma
de doble filo -apunta-. Por un lado nos permite estar en contacto con
nuestros seres queridos, visitar lugares, realizar trabajos y sin ella la
cuarentena sería infinitamente más difícil de sobrellevar, pero al mismo
tiempo prolifera la desinformación de manera viral y esas mismas redes que nos ofrecen una salida para la angustia permiten circular información basura, falsa, repetitiva, irrelevante. Y la sobrecarga informativa en las personas produce más angustia».


«Por eso –prosiguió- esta vía de escape que la tecnología parece ofrecernos para evadir la angustia termina teniendo un efecto paradójico, que es que nos angustiemos todavía más, envueltos en el exceso de información de todo tipo que circula», agregó Bilinkis.


Para Cwaik, hay que tener en cuenta que «las redes sociales son el lugar
donde muy pocos vigilan a muchos. A esto, ahora se le suman los datos
biométricos y mediciones corporales. Las fórmulas de vigilancia y control
no son nuevas y cada vez serán más extremas».

Agencias


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