Reseña: «El libro del verano», un libro de abuelas y nietas, para leer de a dos
Este es un hermoso libro de la escritora, ilustradora, historietista y pintora finlandesa, que en este caso narra la relación entre una abuela y su nieta, y enhebra las fuerzas de la naturaleza con esos dos personajes inolvidables.
Ocurre todo tan lejos, en un diminuta isla de Finlandia, y sin embargo, todo parece próximo, posible, a mano. Tove Jansson, la autora, pinta su aldea en “El libro del verano” y nos pasea por ese espacio remoto que puede recorrerse a pie en pocos minutos.
Tove Jansson es para Finlandia como María Elena Walsh para la Argentina: una artista reconocida y querida.

Lo que definitivamente marcó su carrera a nivel internacional fue la creación de los Mumins. Durante la Segunda Guerra Mundial, deprimida por los acontecimientos, Jansson escribió e ilustró su primer libro de los Mumins. Su intención era crear algo totalmente inocente y alejado de la crueldad humana. Las aventuras de los Mumins, una familia de trolls amistosos con aspecto de hipopótamos, se transformó en un éxito y en una amplia saga de historias, ilustraciones y tiras cómicas. De sus célebres Mumins se hicieron películas, programas de televisión, óperas y hasta existe un parque temático estilo Disney pero en versión nórdica.

La editorial Compañía Naviera limitada, con la preciosa traducción de Christian Kupchick, encaró hace cinco años el desafío de dar a conocer la obra de la escritora con una trilogía. El punto de partida fue “El libro del verano”, escrito en 1972. Después llegaron “La verdad increíble” y “Juego limpio”.
En la islita donde transcurre “El libro del verano”, durante uno o muchos veranos, una abuela y su nieta pasan las vacaciones juntas, conviven, aprenden, intercambian experiencias, se pelean, disfrutan.

Son ellas dos, la abuela y la nena, las protagonistas de este libro. Hay un padre, sí, pero es apenas una presencia, sin voz, alguien que se ajusta a su rutina, pero que al menos en este libro, no tiene ningún rol fundamental. Sabemos, porque se dice en algún momento de las primeras páginas, que la mamá de la nena murió, pero es un dato que forma parte del relato, no una herida en la que se hunda el dedo. Sabemos que eso tiene consecuencias en algunos miedos, y tristezas, pero otra vez, no hay regodeo. Son la abuela y la nieta las que impulsan este relato en el que el amor entre ambas no toma formas almibaradas. No necesita tomar esas formas.
Sophia, la nieta, es curiosa e intempestiva, creativa, a veces temerosa. La abuela es rebelde: fuma a escondidas, irrumpe en la propiedad ajena y se aventura en zonas escarpadas aunque sus piernas y su bastón sean pilares poco sólidos.
Cada uno de los 22 capítulos, ilustrados por la propia Jansson, podría ser una foto de un álbum de vacaciones, una viñeta, un episodio sin moraleja ni lecciones. Pero cada capítulo es, a la vez, una pintura profunda de esa relación que abarca los dos extremos de la vida: la de quien está descubriendo todo, y la de la experiencia. Y así, con capítulos independientes pero entrelazados como si formaran un patchword, el libro se transforma en un tejido hermoso y sutil, hecho de observaciones, de disparates, de miedos, de reflexiones, de silencios.
Por momentos, lo que se aprende es arisco y áspero como el paisaje que habitan; otras veces es gracioso y amable, como un día soleado.
En esas viñetas, no veremos sobreprotección ni diálogos aniñados. Los intercambios entre ambas pueden ser crudos, como el de las primeras páginas en el que la nieta ayuda a la abuela a buscar los dientes postizos que ha perdido entre las plantas.
-Cuándo vas a morir?, le pregunta la pequeña.
-Pronto. Pero no es asunto tuyo, responde, dura pero nunca cruel, la abuela.
Ni grandes hazañas, ni descubrimientos trascendentales, los relatos narran anécdotas cotidianas. El primer relato, “Nadar”, tiene algo de morir de a poco, sin estridencias. En otro relato, “El pato parlanchín”, dicen que los patos mueren de amor. Atravesadas por el ritmo de la naturaleza, hay charlas sobre Dios y sobre el infierno, pero también sobre lombrices. Acostadas en el pasto, hurgando en una casa ajena, o mirando ese mar imponente, Sophia y su abuela pueden discutir por igual sobre cómo se las arregla Dios con los pedidos de la gente o por qué las polillas no aprenden, por experiencia, que las lámparas terminarán quemándolas.
Es cierto que todo ocurre en otras tierras, allá tan lejos. Pero lo que Tove Jansson narra en este libro bien podría ser el diálogo entre una de nuestras abuelas o bisabuelas inmigrantes, en una chacra o un campo, y su nieta. Diálogos en los que se mezcla el rigor de la naturaleza con los sentimientos. O mejor dicho, en los que el rigor de la naturaleza es la columna vertebral de los diálogos, de los sentimientos.
Lo más entrañable del libro es esa relación entre nieta y abuela, una relación que puede lograr que los lectores despertemos algunas sensaciones enmohecidas, que recordemos algunas vivencias de la infancia, y que a cuento de nada revivamos esas preguntas mitad inocentes-mitad filosóficas que se expanden en la niñez y que encuentran un oído y un tiempo atento en esta abuela, que podría ser la nuestra.
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