Libertad y negocios

TOMÁS BUCH (*)

Se dice que todos los seres vivos aprenden de sus errores. Nosotros, no. Por eso nos autodesignamos homo sapiens sapiens, repitiendo el sapiens, por si alguien de más allá de nuestra preclara inteligencia no lo entendió la primera vez. Una de las características de la sabiduría es la capacidad de aprender de nuestros errores. Claro, “sapiens” deriva de sabiduría, para información de los que no son sapiens sapiens, sino sapiens, a secas. Cualquier rata, cuando pisa una chapa caliente, en el futuro la evita. Nosotros, no. Salvo los poderosos, que siempre ganan. El tema, por supuesto, es la economía y lo que ocurre en España y ocurrió hace poco en Grecia. Y hace dos años en los EE. UU. De repente –y los especialistas hablan sabiamente acerca de las razones y los mecanismos– cuando creemos que estamos en la Unión Europea, tenemos una moneda común y participamos de la opulencia de los más avanzados, se nos cae el cielo encima. La economía se desploma, los derechos sociales se restringen, la desocupación asciende a valores de antes de la salvación, empezamos a maltratar a los extranjeros, nos acordamos con nostalgia de los tiempos de Franco, en que estas cosas no ocurrían –o no se podía hablar de ellas– y ni siquiera envidiamos ya a los opulentos Estados Unidos, porque allí ocurre lo mismo. El derrame… ¡ay! El derrame que nos prometieron. El único que hubo, fue el de petróleo. Y ahora, derraman, pero miseria. Los billones son para salvar a los bancos, no a la gente. Claro, la estructura es tal que, si se caen los bancos, se cae todo el sistema y la miseria será aún mayor. El capitalismo, que, en sus orígenes apuntaba a la creación y la producción de bienes (capitalismo industrial), ahora sólo se interesa por las ganancias especulativas, y de vez en cuando estallan las “burbujas” cual pompas de jabón (capitalismo financiero). Ahora bien, me pregunto: ¿qué sistema es éste, en el que los bancos –simples cajas de dinero que guardan y prestan el dinero de otros– son más importantes que la gente? Un marciano sapiens diría: un sistema, no sólo injusto sino absurdo y basado en premisas falsas, pero repetido majaderamente y sostenido una y otra vez. Esas premisas falsas que ya fueron promulgadas en el siglo XVIII cuando el capitalismo estaba en pleno ascenso y se apoderaba del mundo: “El egoísmo de cada cual hace la felicidad de todos”. Y todos son: el banquero y su sirviente, el dueño de la fábrica y su portero, y, de paso (aunque nadie se acuerda de él, aunque todos ahora hablan de ecología) el mundo, como único planeta conocido que alberga la vida. Poderoso caballero, don Dinero. Más poderoso que las montañas y los glaciares, más poderoso que las selvas y que la vida misma. Por fin hemos llegado al monoteísmo absoluto… No importa que ese dios haya demostrado una y otra vez su falibilidad. Es, además, un dios paradójico: el que le desobedece, prospera. El que sigue sus consejos, “enfría” su economía para que la gente no tenga tanta plata, porque el pleno empleo y el pleno uso de las fábricas producen al demonio, la inflación. Y la gente se empobrece y pierde sus derechos y, a veces, se rebela como hoy en Francia. Si fuese por el sistema, deberíamos pagar hasta por el aire que respiramos, así como ya pagamos por aquella parte del agua que aún no ha sido contaminada. Según el sistema, el agua no es un derecho humano elemental, es una mercancía igual que la educación o la salud. Que beban agua limpia los que puedan pagarla, y que los demás se conformen con agua contaminada con salmonellas y restos de agroquímicos. Que tengan una buena educación los que pueden pagar por ella. Que sanen los ricos. Todo debe estar “desregulado”. He aquí la palabra clave. Que desaparezcan los Estados, así dios Dinero reina sin trabas molestas. El negocio del petróleo y la reciente catástrofe del Golfo de México es un ejemplo de esa desregulación, tan cara al sistema. Las empresas poderosas hacen lo que quieren y están destruyendo el planeta sin pensar más que en el dinero veloz a costa de sus propios descendientes, porque ni siquiera se trata de gente de carne y hueso. Hasta se llegó a pedir que no se insista demasiado en el desastre, no vaya a ser que se produzca la quiebra de la negligente empresa culpable de anteponer sus ganancias rápidas a los intereses de la vida del planeta. Son sólo empresas, entes casi abstractos, los que hacen el futuro de la especie y de la Tierra. El presidente más poderoso de un país violento, donde portar armas es un derecho constitucional –el simpático ganador de un premio Nobel que debería haber rechazado por inmerecido– puede caer por proponer que a los enfermos pobres no se los deje tirados en la calle a que mueran. Y en otro país, es un motivo para un golpe de Estado la mera sugerencia de que se podría pensar en cambiar la constitución. Golpe de Estado disfrazado de crisis institucional porque los tanques en la calle ya no lucen como antes. Después, se mata a los periodistas que no están de acuerdo, pero se salva la libertad de prensa porque los sobrevivientes pueden escribir lo que quieren. La libertad de prensa es sagrada para los que pueden acceder a ella. No está claro si el contenido debe ser verificado antes de que se lo publique. O que el título y el copete reflejen el contenido o que éste refleje la verdad, si tal cosa existe. Es lo mismo que antes: el que puede, publica sus ideas por la prensa sin censura previa, si alguien tiene el coraje de publicarlas. (*) Físico y Químico


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