Lobos (fácilmente) armados

Sobre los recientes atentados en EE. UU. y Europa.

Editorial

Lo recientes atentados en EE. UU. y Europa vuelven a poner la lupa sobre varios aspectos de sus sociedades que revelan la complejidad que adquiere el fenómeno del terrorismo en nuestros días.

El ataque en Orlando fue sin dudas el más impactante. Al menos 50 personas murieron y otras tantas resultaron heridas a manos de Omar Mateen, un joven de 29 años hijo de inmigrantes afganos que pudo comprar legalmente un rifle de asalto y una pistola a pesar de tener antecedentes de violencia familiar y estar dentro de una lista de sospechosos de simpatizar con Estado Islámico, que tras el hecho reivindicó el ataque. Los especialistas no están tan seguros de que el vínculo con el grupo vaya más allá de la simpatía del joven a través de foros islamistas radicales en internet, ya que no registraron contactos con la red ni viajes de Mateen a alguno de los sitios de adiestramiento.

Y es que en EE. UU. pareciera darse con mayor fuerza una característica creciente dentro de los autores de los últimos ataques, como los ocurridos en Francia y Bélgica antes de la masacre en el club nocturno frecuentado por la comunidad gay, especialmente latina, de Miami. Son los “lobos solitarios”, que actúan con total independencia de grupos como Al Qaeda o EI, que funcionan más como una “franquicia” terrorista, que aporta ideas, argumentaciones y estilos de acción más que una estructura de mandos, logística y medios de una organización clásica. Como señaló a la radio alemana Deutsche Welle el experto en seguridad David Schanzer los atacantes “no reciben instrucciones ni están en contacto con los grupos terroristas, pero se dejan influenciar por ellos y luego deciden actuar por su cuenta”. Es un patrón que combina radicalización ideológica, motivaciones personales y fácil acceso a las armas, que han estado presentes en las masacres desde hace diez años: Virginia Tech (2007), Fort Hood (2009), en la maratón de Boston (2013) o en la iglesia de Charleston (2015), por sólo citar algunos casos. Un reciente estudio de la Policía de Nueva York, citado por la BBC, traza un perfil de quienes deciden convertirse en yihadistas, ya sea para actuar en Occidente o como combatientes en los territorios controlados por EI, donde se calculan que son más de 13.000: en su mayoría varones jóvenes de entre 18 y 35 años, nacidos en Occidente e hijos o nietos de inmigrantes musulmanes, que habían hecho esfuerzos especiales por “adaptarse” a sus nuevos países y no eran particularmente religiosos. Muchos de ellos tienen estudios universitarios y buen pasar económico.

Sin embargo, especialmente después de los ataques del 11S, nunca llegaron a sentirse parte de esas sociedades. Decepcionados de Occidente y su modo de vida, factores personales como problemas familiares, de autoestima, conflictos con la ley y el acercamiento a un líder carismático los transforman en presa fácil de reclutadores yihadistas. Como Mateen, insatisfecho con su vida, un perfil violento, ansias de notoriedad y actitudes homofóbicas que lo impulsaron a realizar el ataque.

Eso lleva a pensar en algunos factores que potencian el accionar de este tipo de “conversos”, convencidos de pertenecer a una comunidad heroica dispuesta a imponer su estilo de vida por la violencia. El primer factor es el acceso a las armas. Estados Unidos pareciera finalmente decidido a avanzar en una legislación de mayor control. Impedir que alguien con antecedentes violentos compre un arma en el supermercado pareciera ser de sentido común, pero no en el país del norte. Nada fácil. Se enfrenta a un lobby industrial que factura 15.800 millones de dólares al año. El otro podría aplicarse no sólo a EE. UU. sino a cualquier otro: el prejuicio mata. La homofobia y el racismo sólo alimentan el ciclo violento. Y propuestas al estilo Donald Trump como limitar el ingreso de extranjeros de casi la mitad del planeta sólo lo potencian. El tercero es la tentación de aplicar políticas de seguridad paranoicas, unilaterales y autoritarias como las que aplicó George W. Bush, que lejos de solucionar los problemas de fondo suelen empeorar los derechos de los ciudadanos que dicen proteger y alentar a los extremistas.


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