Los hijos migran, los padres quedan

La paternidad y la maternidad no son experiencias fáciles. Son, en cierto sentido, también migraciones: migraciones de un estado a otro, el de no ser padres a serlo. Y para cada hijo es diferente. Aquello que no cambia es la preocupación por el bienestar de sus hijos que los padres tendrán durante toda la vida.

Aquí, en la situación de ser padres (y abuelos) es donde me gustaría hacer hincapié, porque creo que es una etapa vital verdaderamente importante en la vida de un individuo. Ser padres y crecer como padres (y abuelos) implica una mirada hacia delante en beneficio de los hijos hasta que ellos puedan desempeñarse solos en la vida.

El momento en el cual los hijos forman su propia familia o deciden su propio quehacer, marca un hito: los padres están, dan, pero conservan su propia independencia. Pero marca también el paso del tiempo y el hecho de que los hijos se hacen adultos.

La decisión de migrar de los hijos implica un doble cambio para los padres: la de sus hijos que se van y la de ellos mismos. De ser padres cuyos hijos están presentes a ser padres cuyos hijos están ausentes. Difícil situación porque implica, por un lado, la necesidad de enfrentarse con la aceptación (o no) de la decisión de los hijos, su comprensión, su elaboración; y, por otro, con la realidad de que ese hijo no estará presente en la familia. Su presencia física, su abrazo y beso no estarán más hasta el reencuentro.


Lo patológico residiría en quedar constantemente pendiente de la tristeza, sin poder abrir una puerta al círculo que gira alrededor de la partida del hijo.


Desde el punto de vista psicológico, esta decisión y la concreta realización de la migración implican un duelo. No se trata aquí de pensar en la muerte de un ser querido para hablar de duelo: se trata de un momento difícil que implica un cambio muy grande que hace pensar muchas cosas.

Más allá del bienestar que pueda implicar para los hijos encarar una migración, hecho que se da por descontado (aunque puede no serlo en algunos casos), podríamos preguntarnos si desde los padres solamente se entenderá la decisión de migrar de un hijo porque estará mejor económica o laboralmente. La pregunta que surge es: ¿Qué más podemos querer que nuestro hijo vaya a buscar un futuro mejor?

Sin duda una de las respuestas será que estamos muy contentos de que le vaya bien, pero ¿será todo lo que nos preocupa?

Cuando en una familia los que parten son los hijos y los nietos, la experiencia se vuelve doblemente dolorosa. El no seguir de cerca el crecimiento de los chicos, sus progresos, sus sonrisas, implica para los abuelos una experiencia muy dolorosa. Visitarlos, de ser posible, también se torna un “trabajo” que puede resultar pesado en algunos casos, si bien placentero. Si por distintos motivos no es posible viajar, la ausencia se torna por momentos en inaceptable.

En los grupos de padres de hijos migrantes que se han realizado, estos pudieron poner en palabras sentimientos relacionados con estos temas. Los sentimientos que prevalecieron fueron que ellos se quedaban solos (o por lo menos tenían presente un hijo menos) y esto representaba sentirse tristes por no tener su presencia física (sobre todo las mamás), sentían que no podían abrazarlos más (si hay nietos, doblemente), que el hecho de que los hijos crecen y se pueden ir podría haberle tocado a otro.

En algunos de ellos aparecía el sentimiento de culpa o la pregunta: ¿Por qué se fueron? O bien el pensamiento de que tanto esfuerzo en la vida para después no poder disfrutarlo porque están lejos. En otros la necesidad de tomar contacto con ellos de cualquier manera, hecho que los llevó a aprender computación para enviar y recibir correos electrónicos.

En algunos casos surgieron sentimientos de ambivalencia por el viaje del hijo, y hasta de rabia por la partida, sentida ésta como un abandono, sobre todo si el que parte es hijo único. Muchas veces la ida toma el significado de un futuro de soledad para el que queda, sobre todo si está sin su compañero o compañera. Todos estos sentimientos son normales sentimientos humanos que nada de patológico se puede interpretar en ellos.

Desde el punto de vista psicológico sólo se puede decir que lo patológico residiría en quedar constantemente pendiente de la tristeza, sin poder abrir una puerta al círculo que gira alrededor de la partida del hijo. Esta situación es la reconocida como no poder elaborar el duelo, ya que su correcta elaboración permite descubrir la capacidad de recrear actividades que puedan producir placer.

En el caso de padres mayores, la posibilidad de autogestarse espacios propios con pares con quien compartirlos es lo más aconsejable. Descubrir un proyecto vital y realizarlo podrá redundar no sólo en su propio placer sino también brindará tranquilidad y confianza al hijo ausente saber que sus padres (ambos o uno solo) pueden continuar a ser placenteramente activos.

Nos preguntamos: ¿No es ésta una forma de ayudar a los hijos a que su migración sea realizada con mayor tranquilidad en relación a sus padres y que por lo tanto establecerse en otro país pueda realizarse de la mejor forma posible? ¿No es esto también un “dar” por parte de los padres?

Los llamados Grupos de Reflexión sobre estos temas tienen por objetivo aunar experiencias, sostenerse en las situaciones difíciles y descubrir en conjunto que es posible realizar muchas actividades creativas, que sin duda redundarán en una mejor calidad de vida, sea para el que las realice como el que está ausente y los acompaña con su cariño y agradecimiento. Esta mejora no se refiere a cambios radicales en la realidad externa (aunque pueden producirse si la persona lo desea) sino a lograr un estado mental y emocional que le permita sentirse mejor en una situación de vida difícil como puede serlo ésta. Esta mejora involucra no sólo a quien la está atravesando sino también al hijo ausente que los acompaña con su cariño y agradecimiento por hacerle saber que se sienten bien, hecho que seguramente se vuelve imprescindible para todo aquel que deja un país y en él a sus seres queridos.

*Psicóloga, Titular de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA)


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