Los indignados de Wall Street

No sólo en España y otros países europeos sino también en Estados Unidos se ha puesto de moda afirmarse “indignado” ya por la conducta de los banqueros presuntamente responsables de provocar la crisis económica, ya por la incapacidad del gobierno para solucionar los problemas. Además de jóvenes que están protestando luego de ver frustradas sus expectativas, en Estados Unidos están llamando la atención a su propia “indignación” políticos, funcionarios como el jefe de la Reserva Federal Ben Bernanke, sindicalistas y hasta especuladores tan notorios como el multimillonario de origen húngaro George Soros. Aunque tales personajes concuerdan en que la debacle se debe a Wall Street, es decir al sector financiero, no parecen saber lo que a su juicio los banqueros deberían hacer para reconciliarse con quienes no los quieren. Si bien a pocos les gusta que los financistas se las hayan arreglado para ganar muchísimo dinero, la mayoría no puede sino entender que aun cuando optaran por conformarse con ingresos módicos el impacto sobre la economía norteamericana sería escaso. Lo más notable de los protestas contra la “patria financiera” que día tras día están agitando Nueva York y otras ciudades norteamericanas no es la adhesión oportunista de figuras públicas sino la carencia de propuestas concretas, salvo las formuladas por la minoría pequeña de izquierdistas profesionales que quisieran destruirla. Exhortar a los banqueros a prestar más dinero a las empresas chicas y a personas en apuros sólo convencería a quienes ya han olvidado que fue precisamente debido a su voluntad de estimular el endeudamiento que el sistema financiero mundial llegó al borde de la parálisis en los meses finales del 2008. Parecería que para muchos que participan de las protestas en Wall Street y otros lugares emblemáticos, lo importante es asegurar a los demás que sus sentimientos son buenos. Lo mismo que aquellos políticos, intelectuales y estrellas que hace más de cuarenta años juraron compartir plenamente la voluntad de llevar a cabo una especie de transformación existencial de los estudiantes rebeldes de París, creen que decirnos que ellos también son idealistas sería mucho mejor que brindar la impresión de estar conformes con el statu quo. Muchos han comparado las manifestaciones de protesta en Nueva York, en que se repiten consignas izquierdistas o populistas, con las protagonizadas por el Tea Party. Mientras que en aquellas lo que se reclama es, detalle más, detalle menos, la estatización de los bancos y la redistribución igualitaria de todo el dinero disponible, en éstas los militantes son contrarios a lo que toman por el imperialismo insaciable del sector público y la voracidad al parecer sin límites de un gobierno que ha hecho aumentar hasta niveles astronómicos la deuda nacional. Se trataría, pues, de un síntoma de la polarización de la opinión pública norteamericana. Hasta ahora, los militantes del Tea Party han llevado las de ganar, puesto que fue en buena medida merced a sus esfuerzos que el año pasado el Partido Republicano conquistó la Cámara Baja del Congreso y redujo la mayoría demócrata en el Senado. Algunos demócratas, entre ellos los que dicen “comprender” a sus compatriotas indignados, esperan que las manifestaciones en contra de los banqueros los ayuden a recuperar el terreno perdido, pero es poco probable que lo consigan. Antes bien, las protestas podrían debilitar todavía más al presidente Barack Obama, que se ve acusado de preocuparse más por el estado de ánimo de los inversores de Wall Street que por los intereses inmediatos de los desempleados. Obama sabe que la eventual recuperación de la economía norteamericana será imposible si los financistas, empresarios y otros que son los únicos que están en condiciones de crear fuentes de trabajo se sienten blancos de una campaña de hostigamiento de inspiración izquierdista y que, de todos modos, la mayoría de sus compatriotas está comprometida con el sistema capitalista, pero también es consciente de que oponerse al ala progresista del Partido Demócrata y a los sindicatos que lo respaldan limitaría su posibilidad de ganar las elecciones del año que viene. Entre la gente del Tea Party por un lado y “los indignados” vernáculos por el otro, la situación en que se encuentra el presidente estadounidense no es nada fácil.


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