Los que se quedan en el camino: poco se habla de ellos en la educación rionegrina

En la Patagonia hay unos 468.082 chicos en la indigencia.

por: MAGALI BERGALLO

cipolletti@rionegro.com.ar

CIPOLLETTI (AC).- Todos los días, desde la tarde hasta que cae el sol, Ailén se para en una esquina que tiene semáforos y cada vez que los autos se detienen pid una moneda. Sus padres saben que está ahí, su familia necesita ese dinero. «Tengo que pagar la cuenta de gas y llevarles de comer a mis hermanitos», dice la niña de 12 años, que desde los 7 viene casi siempre a este lugar. ¿Y la escuela? «Muchas veces no puedo ir», contesta. Aún está en quinto grado.

Alrededor de 1.418.431 niños de Argentina, y 468.082 en la Patagonia, sufren diariamente un panorama de indigencia en sus hogares –según datos de UNICEF del primer semestre de 2005–. Muchos de ellos salen a pedir a las calles y descuidan sus estudios para ayudar a sus familias. Se les hace difícil mantener la asistencia a clases, repiten, y algunos queda en el camino. En Río Negro en el 2004, 1.398 chicos abandonaron la escuela.

Esta es la historia de Ailén, y de tantos otros chicos que viven la misma situación en todo e país.

«Mi marido no conseguía trabajo fijo y la plata no alcanzaba. Entonces primero empezaron a pedir mis dos hijos mayores. Yo me sentía re-mal porque no me entraba en la cabeza que los chicos tenían que andar pidiendo cuando estábamos nosotros para trabajar. Pero no teníamos ni para comer», cuenta Inés, la mamá de Ailén.

Para estas familias, la educación no es lo principal, aunque no desconocen su importancia. Pero conseguir un pedazo de pan está primero. «En general son familias monoparentales o en las que los padres no tienen trabajo. Sus madres están desbordadas a cargo de 6 ó 7 chicos. Los más grandes salen a pedir para alimentar a los más chiquitos, la familia necesita sustento de todos lados», describieron Irene Montesino y Vanesa Maidana, asistentes sociales del programa Niñez en Riesgo, del municipio de Cipolletti, que trabajaron durante 3 años con chicos con estas problemáticas.

A muchos de estos pequeños se les dificulta empezar y asistir regularmente a sus clases. «Dejan de estudiar y repiten. No son constantes por todos estos problemas. Hay muchos casos de sobreedad en las aulas. Encontrás chicos de 15 años en quinto grado, compartiendo el aula con chicos de 10. Terminan abandonando y no hay lugar donde mandarlos, porque la escuela nocturna es para chicos mayores de 16 años», asegura Montesino.

Según datos estadísticos del ministerio de Educación provincial, la sobreedad en las escuelas estatales primarias es de un promedio de 29,20 por ciento, alcanzando en algunas zonas valores del 60 por ciento.

«Mi hijo de 15 años, que va a quinto grado, no quiere ir más porque le da vergüenza ir con chicos menores», asegura la mamá de Ailén. El muchacho, junto a su hermana más grande, fueron los primeros de la familia que salieron a las calles a pedir y descuidaron la escuela.

Sentados sobre tarros, sin sillas ni heladera, la familia de Inés se las arregla cada día para tener un plato de comida en su mesa. Y Ailén es una de las encargadas. «Sale con mi marido a buscar aluminio y cobre al basural. También a los semáforos y hace su moneda, trae pan y algunas verduras», describe su madre.

Hace cinco años que viven en el Anai Mapu. «Antes vivíamos en una casita de madera y salíamos a cartonear todas las noches con los chicos. Volvíamos a las 4 de la mañana muertos de frío. No teníamos ni luz, ni gas y muchas veces no comíamos, sólo te y pan», se angustia Inés.

Ailén comienza cada año la escuela, pero muchas veces no puede asistir por la situación en la

que vive. «Desde los seis años que la mando. A veces no va porque no tiene calzado, porque no comió o porque no le puedo lavar la ropa porque no tengo para comprar jabón», relató Inés. Con doce años, la niña aún está en quinto grado.

Pero una bendición llegó a su familia hace cuatro meses. Su padre consiguió trabajo fijo y la niña no sale más a pedir.

«Ahora va a poder ir a la escuela sin problemas, con útiles nuevos y comida. Y por más que estemos mal de nuevo no la vamos a dejar ir a pedir más, ni a ella, ni a los más chicos», asegura su madre. E invita a las visitas a sentarse en sus sillas nuevas y a tomar agua fresca, de la heladera. «Lo próximo es hacer las piezas para que los chicos tengan su lugar», proyecta la mujer.

Notas asociadas: Un derecho Propuestas: cada cual debe asumir su rol  

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