Malvinas, quizá nunca más….

Argentina debe asumir que quizá Gran Bretaña jamás devuelva las islas o lo haga en un proceso que se medirá en generaciones. En la guerra, Londres también dejó sangre allí y no la negociará sin más. Y se suma el interés energético.

Por Redacción

AP

Carlos Torrengo

carlostorrengo@hotmail.com

“El día en que Japón atacó Pearl Harbor fue el de mayor gloria militar para Japón, pero también el día que comenzó a perder la guerra con los Estados Unidos”.

La reflexión tiene más de 60 años. Corresponde a Arthur Schlesinger, talentoso historiador norteamericano que fue asesor de John Kennedy, relación que plasmaría en un libro apasionante: “Los mil días de Kennedy”.

La conclusión de Schlesinger es práctica para diagnosticar –especulación mediante– lo que le sucede a nuestro país en relación con Malvinas.

Bien podría concluirse que “el día en que la Argentina desembarcó en las islas fue el día que las perdió para siempre”, como señalaron en su momento algunos analistas.

No se trata de resignación. Sí de una lectura racional del statu quo, del damero de poder que se generó tras la derrota argentina en la guerra del Atlántico Sur. Un cuadro de situación legítimamente favorable a Gran Bretaña por una razón simple: ganó la guerra.

Ejercicio fáctico de poder

En su reclamo, la Argentina está siempre cercada por esa realidad de ejercicio fáctico de poder. Una realidad inmodificable al menos en los tiempos que nos es dable especular. Varias generaciones, por caso.

Realidad que cuando “se complica por demás” –reflexionó hace ya varios años en excelente artículo el embajador Juan Pablo Lolhe–, Argentina “organiza alguna reunión con amplia difusión en los medios de comunicación nacionales”.

Cónclaves para lograr respaldo a la causa nacional por las islas, pero insustanciales en términos de lesionar el poder de Gran Bretaña en el Atlántico Sur.

¿O no tiene mucho de esto lo que está sucediendo a partir de la decisión del Reino Unido de buscar petróleo en los alrededores de las islas?

Pero tampoco hay nada nuevo en todo esto. Nadie puede sorprenderse por las decisiones de Londres en esta materia. Tampoco por la firme determinación con que ejerce su poder.

En 1988 se realizó en Buenos Aires el más importante de todos los seminarios concretados sobre el diferendo Malvinas. Lo organizó el Centro de Investigaciones Europeo-Latinoamericano y la Universidad de Warwick, y participaron 38 académicos y especialistas en temas internacionales. El argentino Adrián Hope presentó un trabajo cuya vigencia de contenido ilustra hoy, a 22 años, sobre la naturaleza de la postura británica. Veamos:

• Antes de 1982, Gran Bretaña estaba dispuesta a discutir el tema de la soberanía. Hoy esa posición ha variado completamente.

• Antes de 1982, Gran Bretaña aceptaba el concepto de que la descolonización de las Malvinas estaba siendo intentada en consecución de políticas decididas por la Asamblea General de las Naciones Unidas en el marco de la resolución 1514 de 1960, que establece –entre otras cuestiones– que “cualquier tentativa dirigida a destruir total o parcialmente la unidad nacional y la integridad territorial de un país, es incompatible con los fines y principios de las Naciones Unidas”. También contaban, para el período anterior a la guerra de 1982, otras resoluciones de la ONU direccionadas concretamente para el caso Malvinas. Tras la guerra, todo ese marco resolutivo de la ONU ya no era considerado por Gran Bretaña como base para dialogar con la Argentina. De hecho Londres ha reemplazado las iniciativas de la ONU, para el caso Malvinas, por sus propias políticas.

• Antes de 1982 la política británica hacia las islas descansaba sobre la suposición legal de que el statu quo en las Malvinas era precario y que como resultado de las negociaciones con la Argentina “algún cambio” debía producirse eventualmente. Hoy en día – tras la guerra del Atlántico Sur–, todo parece indicar que el nuevo statu quo que arrojó ese enfrentamiento es visto por Gran Bretaña como un hecho permanente de la vida que todos deben aceptar, incluyendo la Argentina.

• Antes de 1982, Gran Bretaña no había tomado medidas unilaterales en los ámbitos militar y económico que pudieran representar un obstáculo para un posible arreglo con la Argentina. Desde 1982, como consecuencia de su nueva actitud, Gran Bretaña ha realizado inversiones sustanciales en obras públicas e instalaciones militares permanentes, ha establecido una zona de protección económica, ha permitido el otorgamiento de licencias de pesca a buques de banderas extranjeras y está promoviendo activamente el desarrollo de la economía local (de las islas). Todo esto significa que Gran Bretaña está patrocinando abiertamente la creación de nuevos intereses.

• Para la Argentina, antes de 1982, el tema Malvinas estaba siendo tratado a través de carriles diplomáticos y de las Naciones Unidas. En consecuencia, salvo en casos excepcionales, la cuestión no fue considerada como justificando la interrupción de relaciones diplomáticas, por lo menos no hasta abril de 1982. Hoy en día, en vista del curso adverso de la guerra y de la nueva posición británica, la cuestión ha escalado en el orden de las prioridades y la obtención de “algún progreso” en la materia se ha transformado en uno de los objetivos fundamentales de la política exterior argentina.

Estas reflexiones integrantes de un documento, que aquí se sintetizó, datan de 1988. Para dar una idea del lapso transcurrido valen dos datos: por ese tiempo, Margaret Thatcher gobernaba Gran Bretaña y Raúl Alfonsín la Argentina.

El progreso tolerado y posible

En clave al realismo objetivo, tajante, inequívoco y de singular vigencia que caracteriza al diagnóstico de Adrián Hope, cabe una pregunta: ¿cuál es el “algún progreso” logrado en la transición por la Argentina en relación con el caso Malvinas y la consecuente relación con el Reino Unido?

Uno solo: haber restablecido –administración Menem mediante– las relaciones diplomáticas con Gran Bretaña. No más.

Pero en ese arco de tiempo, que nace en aquel diciembre a hoy, hubo y persisten decisiones políticas por parte de la Argentina absolutamente contraproducentes para el manejo del conflicto. No fueron ni son decisiones neutras. Reflejan percepciones erróneas por parte de la Argentina de las cuotas de poder que tiene para incidir en diferendo a favor de sus intereses. Percepciones que no computaron ni computan la reducida capacidad de maniobra de gravitación para modificar la política británica para las islas.

Hay dos casos paradigmáticos en esta materia:

Uno: encerrada en una visión absurda de lo sucedido en el Atlántico Sur en el ’82, no bien asumió la administración Alfonsín, operó frontalmente sobre Londres. Primero, no insinuó la más mínima intención de restablecer vínculos diplomáticos. Segundo, buscó debatir la soberanía argentina sobre las islas. Operando desde esa postura, fracasó en 1984 la reunión de Berna entre ambas naciones. Inglaterra se negó a dialogar sobre la cuestión. La administración Alfonsín quedó acorralada. En vez de acercarse al problema oblicuamente o desde los laterales –es decir hacer política–, retroalimentó el diferendo. Lo hizo desde una autoestima lastimada. Respondió con determinaciones insólitas, inmaduras. Por caso: firmó acuerdos de pesca para el Atlántico Sur con la entonces URSS y Ucrania. Acuerdos con alcance a aguas argentinas, pero bajo dominio británico desde la guerra del ’82. El Reino Unido respondió ampliando la zona de protección económica exclusiva. Conclusión: la Argentina perdió tiempo; Londres ratificó su poder.

Dos: otro caso paradigmático de la baja calidad de la política exterior argentina en el tratamiento del diferendo con Gran Bretaña hace a la administración K. Recién días atrás decidió designar nuevo embajador en Londres.

Por razones explicables sólo desde dictados de nacionalismo pueril, mamarracho, hace dos años el gobierno nacional dejó vacante la sede diplomática. Generó así una situación estéril, ajena a toda racionalidad. Intentó con eso endurecer el vínculo con Gran Bretaña, que ignoró con desdén la bravuconada.

En fin, vale aquí el recuerdo de una sentencia del Informe Rattenbach, o sea la investigación sobre la conducción política y estratégico-militar de las Fuerzas Armadas Argentinas en la Guerra de Malvinas.

Trabajo sólido, riguroso, en una de sus conclusiones sobre las negociaciones abiertas a partir del 2 de abril del ’82, el informe señala: “La facilidad de la ocupación sin resistencia y el júbilo popular ante la reivindicación que erróneamente se interpretó como un vuelco masivo de la población en apoyo del gobierno, afectaron el discernimiento objetivo, que quedaron atrapados por el tono bélico de sus declaraciones y recursos”.

Aunque sin tonalidades bélicas, desde aquella guerra la política argentina sobre Malvinas está recurrentemente caracterizada por carencia de “discernimiento objetivo” sobre cómo tratar con Gran Bretaña.Que, quizás, se quede para siempre en ese archipiélago.

El reclamo de soberanía argentina en Malvinas suma apoyos internacionales, pero pocos efectos prácticos


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