Más controles para alejar a la gente de las calles de Bariloche

El contraste entre las dos calles más comerciales de la ciudad, Mitre y Onelli, es elocuente. Sin turismo, las concentraciones se registran en la zona menos turística, donde aún hay una gran cantidad de tránsito a pesar de la circulación del virus.

La cantidad de comercios abiertos en Bariloche, donde el coronavirus es de circulación comunitaria, se redujo desde el jueves y los cambios se hicieron sentir en la cantidad de transeúntes y el flujo vehicular. Aun así algunos vendedores consultados consideraron que todavía hay demasiado movimiento y hay gente que “no entiende razones”.

Los controles policiales multiplicados tuvieron mucho que ver con la reducción en la presencia de gente en las calles y el resto lo aportó el cierre de algunos rubros comerciales que habían sido autorizados hace pocos días y que cayeron en desgracia con la decisión oficial de volver a una cuarentena más rigurosa.

La calle Mitre lució casi desierta, con algún movimiento en el único supermercado y en los bancos que allí tienen sede. La presencia masiva de chocolaterías, que permanecen en estático silencio desde hace más de un mes, es determinante en esa parálisis. El tránsito de vehículos fue muy limitado y un repartidor de Pedidos Ya, que cruzó por Villegas, admitió que “no anda casi nadie y está así desde hace un mes”.

En la calle Onelli, el núcleo comercial no turístico de la zona céntrica, hubo bastante más movimiento y opiniones variadas. Alejandro Magdalena, titular del almacén y “todo suelto” Almendra Sabores dijo que “alguna gente sale los tres días por semana que le corresponden por documento” y él les aconseja “que se cuiden más”. Aunque están también “los que tienen miedo, desconfianza y no se acercan por nada”.

Magdalena tiene dos empleadas y decidió abrir su local sólo de 10 a 14, con lo cual resigna cuatro horas del máximo permitido. “Es para exponernos lo menos posible. En estas condiciones uno no busca ganar sino juntar sólo para los sueldos y si se puede el alquiler”, explicó.

En su cuadra (entre Albarracín y Anasagasti) sobraba el espacio para estacionar. Había no más de media docena de autos. Magdalena dijo que al comienzo de la cuarentena la quietud era todavía mayor, pero la semana pasada se había aflojado bastante y el movimiento se intensificó.
Subrayó que el jueves volvieron a cerrar las empresas de cobranzas y las de créditos personales, que estuvieron permitidas unos pocos días y son actividades “que convocan mucho público”.

En Onelli y Santa Cruz se apostó ayer la Policía provincial, que pidió documentos y consultó sobre destinos a automovilistas y transeúntes. Parece haber una rotación, porque otros días en ese punto estuvieron también la Gendarmería y Prefectura, según comentaron los vecinos.

Pasado el mediodía María Elena caminaba con su hija hacia el centro “para cobrar” y debió identificarse en el retén. Dijo que provenía del barrio Vivero y ya la habían parado tres veces, pero lo tomó con paciencia.
A una cuadra de allí hay una sucursal del banco Patagonia. Mientras hacía la cola en el cajero con un contundente barbijo negro Beatriz Vargas dijo que le parecía “excelente” que aumenten los controles. Y dio sus razones: “hay que moverse poco y cerca de la casa, pero hay gente que no lo entiende. Me parece desafortunado que algunos se enojen y no prioricen la salud. Esto es mundial, no es algo que se le ocurrió al intendente. Todos estamos cansados, pero es peor ver morir a un familiar”.

En esa zona de Onelli hay muchos comercios que funcionan en simbiosis, y las consecuencias se notan en las ventas. Carlos Suárez está al frente del kiosco y almacén Manolito, frente a la parroquia Santa Cruz, y dijo que hace cajas diarias de 2.000 pesos cuando antes de las prohibiciones promediaba 20.000. Lo perjudicó, según dijo, que “ya no anda más la gente que venía a las ferias de esta cuadra a buscar ropa”.

El virus y la ansiedad

Magdalena se consideró privilegiado porque puede abrir y trabajar y porque se beneficia con clientes “que no quieren ir al supermercado porque les parece más riesgoso”. En esa cuadra hay una confitería, zapaterías, casas de crédito y una peluquería, pero además de su negocio sólo permanece abierto un lavadero, cuyo titular, Oscar Rifrán, dijo que en las condiciones actuales “muchos la van a pasar mal porque están cerrados y los alquileres no bajan de los 30 mil pesos”.

Su vaticinio es más que sombrío: “Así como estamos si no nos mata el virus nos mata la ansiedad”.

Un hombre de más de 60 años que se presentó como Rafael, residente en el barrio Seis Manzanas, comentó mientras hacía cola en la puerta de una carnicería que sale sólo lo indispensable y con el cuidado de respetar el número de DNI. Aseguró que en la última semana vio menos gente en la calle pero no lo atribuyó tanto a la veda más estricta sino a que “es fin de mes y también a la cantidad de controles”.

Pasado el mediodía, aun sin clases y sin oficinas, el tránsito pareció tornarse más intenso y cada corte el semáforo de Onelli y 25 de Mayo agrupó no menos de cinco o seis vehículos.

Así como pasa con las opiniones, en materia de cuidados personales también hay de todo. Algunas personas circulan o atienden sus negocios con barbijos vistosos y hasta máscaras transparentes de las que calzan en la frente. Otros se cubren a medias con una simple bufanda y la bajan cuando caminan en soledad y no ven controles.

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