Monseñor De Andrea en el cerro Campanario

Por Francisco N. Juárez

Con mucha más suerte que sus predecesores misionales de los siglos XVII y XVIII y con 52 años a cuestas, el más popular obispo de una Argentina atrapada por la crisis mundial del año «30, trepó al Cerro Campanario y celebró misa a la vista de un panorama inigualable.

Se sabe que el gran lago había atraído no sólo a exploradores sino -y más que en abundancia- a misioneros de la talla de Nicolás Mascardi -martirizado- y Juan José Guillemo -envenenado-, por nombrar a los más encumbrados, ya que el primero fundó la Misión de Nuestra Señora de Nahuel Huapi donde Carlos Ortiz Basualdo encontró los testimonios de esa avanzada evangelizadora, cercanos al casco de su estancia Huemul, en la orilla norte del lago. La ubicación y los restos de la misión fueron certificados como de la etapa del padre Laguna (como le llamaban al jesuita belga Felipe Van der Meren, también envenenado) según las indagaciones que hizo en lugar (1933) nada menos que Milcíades Alejo Vignati.

La etapa contemporánea de evangelización regional también se sirve de misioneros (salesianos) pero recién en 1906 se forman comisiones Pro Templo de Bariloche y se erige la capilla que es bendecida en 1908 por el notorio salesiano Domingo Milanesio.

Misionero trepador

Las autoridades eclesiásticas de alto nivel llegarían muchas décadas después, por eso la noticia de que monseñor Miguel De Andrea (1877-1960), obispo de Temnos llegaría al Nahuel Huapi ese verano de 1930, emocionó a los barilochenses, en especial a los pocos pero muy religiosos libaneses, ya que el obispo era protector de esa comunidad en la Argentina. Se le tributarían ruidosos agasajos y Primo Capraro -complotado con el párroco local- lograría que el obispo consumara la ceremonia en el cerro Campanario de su propiedad, al que treparía el prelado en misión.

Según la versión de uno de los protagonistas de la recepción, el 12 de enero un empleado del correo -asentado entonces en la vereda norte de la calle Moreno entre Rolando y Palacios- caminó las casi dos cuadras que distaba la modesta sede postal y telegráfica de la parroquial, también humilde y de madera. La capilla era la primitiva, con vista al lago, pero que sobrevivió años después rearmada, de espalda a las aguas y acceso desde la calle Eiflein. El telegrama estaba destinado al cura vicario Honorio Fausto Calveria a quien las autoridades de la Curia le anunciaron: «Va el señor obispo Miguel De Andrea y comitiva numerosa», y así lo recordó el propio párroco barilochense en una evocación que escribió en 1939 -en Luis Beltrán-, asegurando que la comitiva arribó el 13 de enero.

En realidad era la confirmación de un viaje prometido y, en consecuencia, había que disponer súbitamente algunos arreglos. Bloquear habitaciones en el Hotel Suizo -muy cerca pero sobre la calle Mitre- y con la empresa Baur Hnos. lograr espacio en el camión para los equipajes de la distinguida comitiva. También asegurarse varios automóviles del servicio de pasajeros desde la punta de rieles (lo hacían el propio Baur, Juan Frattini, Reynaldo B. Knapp y Roberto Lamuniere). El notorio obispo y escritor -también famoso por representar la actitud social de la Iglesia con los trabajadores y sobre todo con las mujeres empleadas-, viajaba acompañado por algunas familias (Nougés, Carballo, Parente, Palacio y Vidal Molina).

Precisiones del viaje

Aunque la versión del cura Calveria, tan cercana en el tiempo a la llegada de De Andrea, la da como en 13 de enero (fue lunes y los dos trenes semanales llegaban jueves y domingo), parece más confiable la que contó Otto Meiling a quien esto escribe. Es que hizo el mismo viaje -aunque en segunda clase- y registró en su diario la partida de Buenos Aires el 10 con llegada el 12 (domingo). Meiling recordaba haber cargado 1500 kilos de equipajes -también los de De Andrea y su comitiva- en el camión de Baur, a cambio de que éste lo llevara hasta San Carlos.

El plan comenzó cuando la comitiva reservó camarotes en las oficinas del Ferrocarril Sud de la calle Cangallo 568 y continuó cuando embarcaron al tren en Constitución a las 18:35 para cenar en el suntuoso comedor, y finalmente llegar a las 07:15 a Bahía Blanca, donde hubo tiempo de recorrer el centro de la ciudad y volver al camarote. A Patagones se arribaba apenas después de almorzar (14:25). Antes de llegar los pasajeros eran consultados por Julián Lavayen, agente del expreso La Confianza, o sus ayudantes, quienes combinaban carga y pasajes en automóviles y lancha para cruzar el río Negro hasta Viedma (entonces con 8 mil habitantes).

Lancha a Viedma

La comitiva avistó el monolito en recuerdo de la batalla del Cerro de la Caballada, derrota infligida en 1827 a los invasores brasileños, y cruzaron a Viedma sobre la línea del puente ferroviario en construcción, junto a las moles ya asentadas en el lecho del río que sostendrían las vías. El viaje siguió a las 17:20 en el FC del Estado con camarotes más cómodos (salvo para Meiling que en segunda tragó «tanta tierra que nunca olvidaré ese viaje») y por el conocido recorrido de la línea Sur hasta la punta de rieles a las 16:30 del día siguiente.

El párroco Calveria recordó tiempo después -estuvo seis años al frente de la parroquia lacustre- que fue un mes de enero excepcional, soleado, templado, sin vientos ni lluvias y «los hoteles estaban repletos». Hacia la noche de su llegada, la comitiva visitó la parroquia con el beneficio de una espléndida luna llena. «Desde la capilla se dominan más de diez leguas sobre el Nahuel Huapi en dirección a la isla Victoria» aseguró el párroco a la visita y hasta escribió un poema que remató con este verso: «Ave, noche inmaculada!».

En su resumen sobre la gira de De Andrea, el vicario Calveria apuntó el programa preparado por Capraro y no sólo describió las características, altura y ubicación del cerro Campanario -cercano a la Península de San Pedro y en donde se rezaría la misa propuesta por el impetuoso italiano- sino que arriesgó su vaticinio de llegar a ser «lugar preferido del turismo» pero a condición de cierta comodidad: «Con un funicular todo estará resuelto». El vaticinio quedó cumplido con la aerosilla instalada por una sociedad encabezada por Erik Mathias Ovrum, segundo esposo desde el 14 de mayo de 1953 de Dora Rosa «Dolly» Frey, hija de el ingeniero Emilio Enrique, y entonces viuda de Justo Jones.

La cruz facturada

Capraro propuso levantar un altar coronado por una cruz de hierro en la cumbre del Campanario para que se rezara la misa, algo que entusiasmó al obispo, su comitiva y los lugareños libaneses que formaron una corte constante junto al prelado. La misa de campaña se celebró en la cumbre propuesta el diáfano domingo 2 de febrero. La placa para la ocasión consignó que Hipólito Yrigoyen era el presidente, Domingo Perfetti el gobernador interino, y Fausto Calveria, el cura párroco, además de señalar la propiedad de Capraro sobre esa montaña. Todos los libaneses de la región estuvieron en la ceremonia pero no figuraron en la placa. Sí parecieron aludidos por el párroco cuando evocó que las cuentas del altar y cruz le fueron pasadas a la comitiva visitante, aunque todo lo solucionó Ana Palacio de Nougués, que sugirió al obispo hablar en la misa mayor del domingo siguiente: ella pidió el óbolo de los concurrentes y con ello se pagaron las cuentas.

Capraro y Calveria eran verdaderos amigos para entonces y el italiano lo buscaba para solemnizar la iniciación de sus obras o bendecir su estreno. Según el párroco, como lo evocó años después, Capraro y su esposa -Rosa- lo llevaron en su automóvil al Llao-Llao (no existía el hotel) y siguieron hasta Bahía López, donde debía inaugurarse una flamante escollera para defensa de la bahía en posesión del anfitrión. A la ceremonia siguió el consabido asado y cuando el cura le elogió el lugar, Capraro le dijo: «Treinta años lo estuve persiguiendo como a una novia de ensueño» y cuando el general Justo (por Agustín Pedro que intervino precisamente en el golpe del 6 de setiembre de 1930 que derrocó a Hipólito Yrigoyen) se enteró que todas sus propiedades lo eran por compra y no adjudicadas, le dijo que le pidiera algo «y le pedí Bahía López», confesó.


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