Mujica, Tabárez y los gestos


Ambos han contribuido a crear un microclima de sensatez y honestidad, irradiado desde dos lugares sensibles para la cultura rioplatense, la política y el fútbol.


Sobrios, respetuosos, campechanos, José Mujica y Oscar Tabárez son dos personas para detenerse a escuchar.

No es necesario estar de acuerdo con ellos, ser cultor de sus políticas o amante de sus propuestas de juego. Con solo pulsar la sinceridad de sus dichos y ojear sus trayectorias basta.

Ya mayores, en muchos otros lares hubieran sido desterrados de la escena. Sin embargo, en el país vecino son personas vigentes, pero además queridas. Algo inimaginable por estas tierras para un exmandatario nacional o para un técnico de la selección que no haya logrado salir campeón del mundo.

Ambos han contribuido a crear un microclima de honestidad, irradiado desde dos lugares sensibles para la cultura rioplatense, la política y el fútbol.

Así el Pepe por estos días ha dejado su banca en el Congreso, al entender que ser senador significa hablar con la gente y andar por todos lados y que el partido no se juega en los despachos.

En su discurso de despedida señaló que aprendió una dura lección que le impuso la vida y es que “el odio termina estupidizando” porque “nos hace perder objetividad ante las cosas”.

A pesar de las buenas estadísticas epidemiológicas que evidencia Uruguay, recriminó: “Los humanos somos animales sociales: tenemos la necesidad de abrazarnos, nos besamos, y ahí es donde sonamos. Por eso se difunde tanto la enfermedad. Pero después está la epidemia de los pelotudos, que no entienden”.

Su vida ha sido un canto a la sencillez, habitando una modesta vivienda junto a su compañera de siempre Lucía Topolansky y utilizando para movilizarse un escarabajo modelo 81.

Luego de hacer un corto sobre el hasta ahora senador, Emir Kusturica afirmó sobre él: “En este furioso capitalismo liberal en que todo llega a ser mercancía, ese hombre no quería ser mercancía, quedó hombre y aceptó vivir la vida”.

Por su parte el maestro Tabárez ocupa el cargo de entrenador de la selección de Uruguay desde el 2006 y clasificó a todos los mundiales. Además de lograr las semifinales en el Mundial de Sudáfrica 2010, llevó a su equipo a octavos de final en Brasil 2014 y a cuartos de final en Rusia 2018.

Uruguay hizo un gran recambio generacional, al promocionar a Torreira, Bentancur, Vecino y Nández. Ahora en el medio campo tiene jugadores de técnica y pase.

El extécnico de Boca, aún con su bastón en el banco, es una garantía de trabajo y de búsqueda de buen fútbol. Aún en las derrotas más duras, siempre dio la cara, aceptó errores y reconoció los méritos del rival.

Al quedar fuera de la última Copa América ante Perú por penales (4-5) después de un 0-0 señaló: “Quizás un aspecto en el que fallamos es que tuvimos siete fuera de juego, que es una cifra alta, y tres de ellos terminaron en gol… No tengo ninguna queja ni ninguna objeción”.

Tanto Mujica como Tabárez han comprendido desde siempre que son personas públicas, siendo su función la de servir y no la de servirse de su cargo.

Aun sin ser campeones mundiales durante sus gestiones, ni jurar con gloria morir, con sus gestos reproducen identidad en su comunidad.

Con sus modelos de austeridad recuerdan el valor de las pequeñas grandes cosas, interpelando a los otros mundos donde la ejemplaridad ha desaparecido.

Gestos que los argentinos necesitamos y ansiamos de los representantes de cualquiera de los poderes del Estado y de los que, lamentablemente, desde hace varias décadas hemos perdido todo registro.

*Abogado, profesor nacional de Educación Física, docente universitario. angrimanmarcelo@gmail.com


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