Una casona histórica de Neuquén ahora es un templo evangélico

Se trata de La Castellana, ubicada en el barrio Valentina Sur de la ciudad de Neuquén, construida en 1929. Ahora funciona la iglesia “Embajada de Dios”.

Hay una antigua casona señorial que fue construida a principios de siglo XX, ubicada en el barrio Valentina Sur de la ciudad de Neuquén. La Castellana perteneció a Arsenio Bernardo Martín, cuyo nombre está inscripto en el último escalón de la puerta de ingreso. Fue declarado el 15 de junio de 2017 por el Concejo Deliberante patrimonio histórico por el valor cultural, arquitectónico, urbanístico, paisajístico y simbólico que representa para la capital. Noventa y tres años después ya no se celebran tertulias, sino que ahora aloja a un templo.

El cartel de la iglesia “Embajada de Dios” está sobre la calle Esquel, a pasitos de la tranquera. Anuncia los días de encuentro y el horario. Es una zona altamente transitada, sobre todo en esta época, vísperas del verano, ya que por allí se accede a un brazo del río Limay, y se encuentra uno de los balnearios de la capital.

Los herederos de Martín (ver aparte) vendieron el predio en la década del ‘80. Esas tierras fueron loteadas y se construyó un barrio privado que se llama La Castellana y su logotipo emula la forma de la casona.

Lo que decidieron conservar es justamente el edificio, que si bien se ve desde calle Esquel, hay que pasar la tranquera e ingresar por un camino.

Las ordenanzas de resguardo establecen que toda construcción declarada patrimonio histórico, tanto del dominio privado como del público, debe mantener su fachada exterior, y así se evita que sea derrumbada.

Arsenio Bernardo Martín, su dueño, llegó desde Salamanca. Foto Matías Subat.

No es necesario que se informe a la comisión de rescate de patrimonio del uso que le darán al edificio, de hecho ayer cuando fueron consultados por RÍO NEGRO sus integrantes no estaban al tanto. Solo intervienen en caso de que se afecte la arquitectura.


Lo que hay adentro


Las aberturas de la casona ahora están cubiertas por lonas negras. Adentro de la amplia galería por la que alguna vez caminó el exgobernador del Territorio de Neuquén, Enrique Pilotto, hay hileras de sillas muy similares a las que se encuentran en el aula de una escuela, un equipo de audio, una pantalla y una lona que dice “Jesús restaura familias”.

Ayer la tranquera estaba abierta de par en par, no había ninguna persona cuidando el sitio. Solo una manguera que alguien dejó abierta y el sol del mediodía que pica la piel y los escombros que hay en las inmediaciones. Las crecidas del Limay ya no cubren la zona.

Es la primera vez que se conoce que el sitio “testigo viviente del Neuquén Territoriano”, como señala la ordenanza 13.662 que la consagró patrimonio histórico, tiene otra utilidad. Hasta ahora había recibido críticas por la falta de mantenimiento y cuidado para uno de los pocos edificios o “hitos visuales” que está a punto de cumplir un siglo.


Celebridades, tertulias y puentes colgantes


La Castellana fue anfitriona de reuniones de celebridades de la política local. Por sus amplios salones y jardines desfilaron el exgobernador del Territorio del Neuquén, Enrique Pilotto, y Casimiro Gómez, uno de los propietarios que cedió sus tierras para la radicación y desarrollo de la capital neuquina. En la ordenanza que la declara patrimonio dice que por allí pasaron “días de descanso y tertulia, sobre todo en épocas veraniegas”.

En la norma se señala que “debido a las crecientes del río, que no permitían el paso dentro del predio, se hicieron construir puentes colgantes, y también cercano a esta casona, Vialidad Nacional erigió un puente para facilitar el acceso a Balsa Las Perlas, que finalmente quedó inhabilitado”.


Empezó en 1929


El edificio principal comenzó a ser construido por el Vasco Altuna en 1929 y se terminó al año siguiente.

Arsenio Bernardo Martín llegó a la Argentina desde Salamanca, España, junto a su familia, cuando era apenas un niño. Después se mudó a la Confluencia y se casó con Josefa Sariego, con quien tuvo nueve hijos. Fue el primer procurador que tuvo la ciudad. Estudió abogacía, pero pese a no finalizar sus estudios, a partir de 1916 y hasta su muerte en 1966, intervino en juicios.

Sus herederos vendieron el predio a un privado en la década del ‘80.


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