New York,New York

por: GERARDO BURTON

GERARDO BURTON

gburton@rionegro.com.ar

En 1971, Yoko Ono y John Lennon iniciaron su vida en Nueva York: para ella era volver a la vanguardia artística que la había cobijado; para él significaba huir de las incordiosas islas británicas y del desprecio que había generado en sus compañeros de los Beatles y en los seguidores del cuarteto de Liverpool el haberse enlazado con «el mono».

La existencia de Lennon en Nueva York estuvo signada por la adicción a las drogas y la persecución política, pero significó también el punto más alto de su militancia política en contra de la guerra en el mundo –especialmente en Vietnam–, una posición que lo había obligado a devolver la Orden del Imperio Británico otorgada por la reina a los fabulosos cuatro.

Lennon introdujo en sus canciones un aditamento a la denuncia social: añadió una concepción de avanzada para la época. «La mujer es el negro del mundo» fue un canto de protesta y el señalamiento de una situación de la cual ni el progresismo más absoluto escapaba.

Lejos del cotillón de los clubes de fanáticos, la separación de los Beatles significó para Lennon su liberación del negocio musical. Con eso, su actividad creadora se desarrolló en dos andariveles: la vanguardia artística y el retorno a sus raíces musicales. Es justo señalar que esa vuelta profundizó su imagen como artista completo y, en lo personal, le sirvió para exorcizar, grito primal mediante, sus viejos fantasmas –la tía Mimí y Julia, su madre; la madre de Julian, Cynthia–.

Ya había publicado los libros «On his own» y «Spaniard in his words» –respectivamente «En su tinta» y «Un español en sus palabras»– y había exhibido sus dibujos, algunos de su paso por la escuela de artes de Liverpool; otros contemporáneos de su relación con Ono. También había realizado «performances» con su guitarra en aulas universitarias y aun conservando esa raíz rockera que mezclaba a Elvis, Little Richard y algo de blues, transformó su nueva banda, la Plastic Ono Band, en un ejemplo de arte conceptual.

La repetición de versos como un mantra, la focalización de sus canciones en la necesidad urgente de la paz y la conciencia del poder de la gente se verificaron en «Give peace a chance» y en «Power to the people».

El dato más evidente es la transformación de la imagen de la mujer en las letras de esta etapa de Lennon. Ya no es el machismo exacerbado de los blues o la visión al estilo Doris Day del rock y del pop. Cierto, antes la mujer era quien abandonaba, al estilo de los blues –»baby, you left me»– o la que debía someterse al poder del macho («baby, I'm the boss; I'm your daddy»). En el mejor de los casos, su imagen era romántica, al estilo de Hollywood, apenas emancipada, ama de casa hacendosa.

Ahora, la mujer es el negro del mundo, la esclava de los esclavos y se aleja progresivamente de la niña tonta que no sabe bailar y de la flaca cuyo único atractivo es su pericia como compañera en el baile. La mujer aparece como sujeto temático y de pensamiento, más que objeto de adoración o de conquista en un proceso paralelo a la creciente politización: paz en el mundo ya; denuncia de los políticos y sus negociados; participación en las movilizaciones en las calles neoyorquinas a favor de los derechos civiles de las minorías. Y para eso, Lennon usó en forma deliberada su prestigio como ex beatle y ex estrella de rock.

Y de pronto, un día de 1972 al estado de Nueva York se le ocurre reprimir un motín en la cárcel de mujeres de Attica State: mueren decenas y así Lennon compone un desgarrador grito que repite que «todos vivimos en Attica State»: la cárcel, la escuela, el garrote son lo más democráticamente difundido.

En la canción responsabiliza al intendente neoyorquino de entonces, David Rockefeller, de la represión. Casi simultáneamente y en medio de la mayor tensión bélica entre irlandeses e ingleses, compone la irónica «Suerte de los irlandeses» que en su trágico destino sólo desean «ser ingleses, en cambio» pues es la única forma de modificar su destino.

Es curioso que ambas canciones sean las menos conocidas de este período de Lennon, e inclusive de toda su trayectoria, pese a que se trata de una etapa creativa y de búsqueda que rompe con la psicodelia, avanza hacia una posición política definida, vuelve a su raíz rocanrolera e incide en forma directa en la vida cotidiana de los consumidores de cultura masiva.

Y en paralelo, de la mano de Ono, culmina su transformación artística, en la cual el compositor de rock and roll es sólo una faceta.

También es curioso que de este período solamente perdure –y eso gracias también a sus dos viudas, Yoko Ono y Paul McCartney; hay una tercera, argentina pero no importa– el tema «Feliz Navidad, la guerra terminó» que con una tonta melodía recuerda a la gente la facultad de detener o de proseguir las acciones bélicas y la injusticia en el mundo y por ende su responsabilidad en ellas. Es que sin las otras, esta canción queda mutilada, sólo como una expresión de deseo de felicidad navideña que esteriliza el verdadero mensaje de «Imagine» y así se acentúa la imagen de soñador y utópico que contradice la denuncia amarga, sarcástica y rabiosa de «Attica State», «The woman is the nigger of the world» y «New York City».

En el lapso de veinte años, entonces, ocurre una parábola en la vida de Lennon: comienza con los Quarrymen identificados con la «angry generation», y culmina con la revulsiva canción rockera en estado crudo para expresar su ira contra el establishment.

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