No me avergüences más, por favor

mirando al sur

Pienso que muchos hijos, si pudieran pedir un deseo a sus padres, un deseo honesto y sencillo, pedirían: no cuentes más cosas sobre mí en las redes, no subas fotos en las que estoy, sin preguntarme; no me avergüences más, por favor.

Los padres somos guardianes pero no dueños de la imagen de nuestros jóvenes. Sin embargo, parecería que para muchos los hijos son casi un apéndice del propio cuerpo al que hay que fotografiar compulsivamente para luego subir cada foto a todas las redes, multiplicarlas, ofrecerlas en exposición, y esperar y contar los “megusta” como si aquello afianzara el valor de los hijos en la sociedad (y no sigo por este camino porque terminaré escribiendo un guión para Black Mirror, la genial serie inglesa).

Va una historia, entonces:

C. madre de dos y con alta presencia en las redes, lo aprendió por las malas. “Mis hijos venían salvándose porque cuando nacieron la mayoría de los celulares no tenían cámara y las redes recién comenzaban a aparecer y muchos les teníamos resquemor. Así que su infancia fue solo nuestra y de la familia. Las fotos de ellos corriendo desnudos no salieron de nuestro hogar, y tampoco es que haya muchas de ese estilo. Fui, soy, consciente de los peligros, de los pedófilos, de que las fotografías se pasan, se prestan y uno nunca puede saber dónde terminan, así que las fotos de ellos, de pequeños, están a salvo. Pero cuando crecieron, digamos desde que el mayor cumplió los 12 o 13 y yo le perdí el miedo a las redes y pasé a tener mejores celulares con mejores cámaras, me dio un ataque de exposición. Veía que todas mis conocidas subían fotos de sus hijos y no quería ser menos. Quería mostrar a los míos, sí, compartirlos, hacer público mi orgullo y recibir los elogios que ellos merecían. Así que se convirtió en costumbre sacar fotos (no una sino de a decenas cada vez, total las que no salen bien se borran) y subirlas. Fotos de los chicos yendo a la escuela, en sus actividades, jugando fútbol, en patín, durmiendo, comiendo con nosotros, paseando los fines de semana. Fotos con permiso de ellos y muchas sin permiso.

Como mis hijos no les prestan atención a mis redes, al principio no se dieron cuenta, pero de a poco comenzaron a recibir comentarios en vivo y en directo. Una amiga mía le hizo una broma al varón por su pose en una foto. Y un familiar le criticó el largo de una minifalda a la mujer. Ahí se me armó. Demasiada gente sabía demasiado de ellos. Y si bien me costó aceptar los reproches por parte de mis propios hijos, lo entendí. Su imagen era de ellos, yo no podía sacarles fotos a escondidas (y menos publicarlas), ni revelar al mundo cada una de sus actividades. Por supuesto fui declarada culpable y castigada: desde entonces me hicieron un vacío en todas las redes y me pidieron, exigieron, bah, que borrara todo lo que había subido sobre ellos, cosa que hice, pero algunas fotografías habían sido compartidas y esas imagénes ya volaron… Además me expulsaron de entre sus contactos y basta que me vean con el celular en mano para se pongan en guardia. Desde hace meses que no tengo una foto nueva de ellos. A veces pienso que hay toda una etapa de sus vidas de la que no quedará una sola imagen y eso me entristece mucho, y entonces les pido por favor que me dejen sacar fotos y les aseguro que no las voy a subir a ningún lado. Pero aún no recuperé su confianza…”.

La de C. no es historia aislada ni es excepción. La mayoría de las madres comparten con el resto de sus contactos (personas que muchas veces exceden el círculo de confianza) no solo las fotografías de sus hijos sino también sus frases, anécdotas, boletines y tareas escolares, dibujos y hasta noviazgos. Lo que antes sabían las abuelas y las mejores amigas, ahora lo saben los vecinos, los conocidos de ningún lado, los amigos de los amigos, y así se va armando una enorme bola de nieve que destruye intimidad y siembra conflictos.

Esta —mala— costumbre ya tiene un par de nombres y varios estudios psicológicos encima. Se conoce como oversharing, síndrome de compartir todo; y también como sharenting, vocablo que surge de combinar share, compartir, con parenting, crianza de los hijos. Y son varios los países que están trabajando en normas y leyes para combatirla: desde multas hasta la necesidad de contar con la autorización del hijo.

¿Alcanzarán estas medidas para que los padres lo piensen dos veces, antes de subir fotos de sus hijos? Es díficil y, por lo contrario, es posible que aparezcan cada vez más casos de hijos apartando a los padres de sus vidas para así poder controlar su intimidad, llegando a situaciones límites como la de la joven de 18 años que, en Australia, demandó a sus padres porque se negaban a borrar las más de 500 fotos de ella que habían compartido en las redes.

Hay que recordarlo y repetirlo: hacemos pasar vergüenza a nuestros hijos adolescentes cuando los exponemos sin su autorización. Aún cuando lo que mostramos de ellos son boletines llenos de dieces. Y lo sé bien porque, como C., también lo aprendí por las malas. Si bien nunca fui de subir fotografías personales (alguna de la familia completa, alguna para cumpleaños), sí acostumbraba a contar anécdotas graciosas sin poner sus nombres (como si los demás no supieran) y fueron ellos los que se plantaron, pusieron los límites y optaron, claro, por lo que podían manejar pero que fue lo más doloroso: dejar de contarme sus cosas, pedirme que no apareciera cuando estaban con amigos, huir en cuanto me veían con el celular. Como C., yo entendí. Borré las fotos, dejé de incluirlos en mis historias y, sobre todo, logré ponerme en su lugar. Porque… imagine usted que un día aparece en las redes, las mismas en las que están sus jefes, sus amigos, sus colegas, sus contactos necesarios aunque no siempre queridos, una foto suya en ropa interior, y luego otra durmiendo con la boca abierta, o esas horribles en las que está comiendo. Imagine que alguien sube un audio de usted cantando en la ducha, y no cantando exactamente bien, o un video de cuando baila solo, libre, creyendo que no hay nadie más en el mundo.

Imagine eso, estimado lector, y luego piense que si bien ve a sus hijos mucho más lindos que usted, más graciosos y sabe que todo lo de ellos es hermoso… no son usted, no le pertenecen, y sus cuerpos, sus vidas y sus historias, merecen compartirlas con quienes quieran y del modo en que lo deseen. Que para eso los criamos fuertes, decididos e independientes: para que se enfrenten incluso a nosotros cuando nos equivocamos, que suele pasar.

“Demasiada gente sabía demasiado de ellos. Y si bien me costó aceptar los reproches de mis propios hijos, lo entendí. Su imagen era de ellos, yo no podía sacarles fotos a escondidas”.

“Fui declarada culpable y castigada: desde entonces me hicieron un vacío en todas las redes y me pidieron, exigieron, bah, que borrara todo lo que había subido sobre ellos, cosa que hice”.

Datos

“Demasiada gente sabía demasiado de ellos. Y si bien me costó aceptar los reproches de mis propios hijos, lo entendí. Su imagen era de ellos, yo no podía sacarles fotos a escondidas”.
“Fui declarada culpable y castigada: desde entonces me hicieron un vacío en todas las redes y me pidieron, exigieron, bah, que borrara todo lo que había subido sobre ellos, cosa que hice”.

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