No nos maten antes de nuestra hora

Ricardo Villar*


La clausura, la prohibición, son herramientas efectivas, pero de cortísimo plazo, y peligrosas cuando se las extiende y generan acostumbramiento. Pueden destrozar la salud física y mental de muchos.


Por edad me han recategorizado dentro de los grupos de riesgo. Riesgo propio y para los próximos.

Semejante reubicación para muchos miles de hombres y mujeres de la Argentina se justifica -según repetidas voces oficiales- en la necesidad de cuidarnos/los. Y por si fuera poco, el concepto se reafirma repetidamente por parte de funcionarios/as de distinto rango y nivel y en varios casos sin historia o calidades como para ser consejeros y menos “padres sustitutos”.

“Yo quiero cuidarnos”, “yo los cuido”, etc.

Un buen gobernante debe administrar un Estado, establecer políticas que hagan al bienestar y prosperidad de sus pueblos, que haya buen servicio de justicia y educación, establecer las mejores relaciones con un mundo cada vez más complejo e interrelacionado, entre otras nobles misiones.

Esa es la forma de cuidar a sus conciudadanos, crear las condiciones para que cada uno adquiera las herramientas para defenderse en la vida, armar su propio futuro, formarse con conciencia de autonomía y autosuficiencia, aunque lograrlo dependa de factores inmanejables y a veces imprevisibles. Pero lo importante es la convicción adquirida para intentarlo.

Cuidar a un ciudadano no es darle la comida en la boca; la escritura de su vivienda y un conchavo sin demasiadas exigencias de contraprestaciones o el subsidio interesado para emergencias de duraciones indefinidas.

Eso, tan común en estas épocas, es paternalismo, comportamiento que debilita la adecuada formación de los ciudadanos y de los pueblos que integran. Que castran la creatividad y decisión que anida en cada mujer y hombre.

Agradezco esa buena intención de “cuidarme” o “cuidarnos”.

Pero a esta altura de una “cuarentena” de más de cuarenta días les aseguro que ese cuidado hace estragos en mi orgullo y dignidad. Y lo expreso en primera persona porque lo sufro y no represento a otros, pero seguro estoy de que muchos de la mayoría de quienes estamos en este grupo etario, de más de 60 o 65 años, pasan por las mismas angustias.

Hasta principios de marzo nos consideraban y nos considerábamos como un sector de la sociedad que tenía mucho para dar, aún, por este país y por los distintos pueblos que formamos. Teníamos experiencias e innumerables y variadas crisis sobre nuestras espaldas, vitalidad y ganas de salir adelante y de ayudar al resto. Por experiencias no nos amilanaban estos retos que cíclicamente se presentan en nuestra Argentina, y de los que siempre fuimos escapando, aunque vale reconocerlo sin luego avanzar a superar los problemas estructurales que los generaban. De ahí la repetición.

Esto que comenzó en China e invadió al mundo es diferente e indescifrable. Por eso necesita el aporte de todos. De los experimentados y de los que reemplazan la falta de historia por vitalidad, creatividad y una visión diferente del mundo. De esa conjunción debían surgir las fortalezas para enfrentar el futuro cercano y un poco más distante, y romper la vocación decadente.

Pero decisiones gubernamentales que pocos han discutido hasta hoy nos privan de derechos y deberes, nos recluyen y hasta crean un ambiente para que, si nos ven en la calle, nos repudien (en el mejor de los casos) y nos manden a la casa, porque hemos pasado a ser “factores de riesgo”. Estamos sobrando en la Argentina 2020. Triste cierre de miles de historias personales.

Me revelo a esta condena tan injusta. He cumplido hasta hoy, con un aislamiento desde el 12 de marzo, con salidas solo para abastecerme de alimentos o pagar servicios, pero respetando todas las exigencias de cuidados y tratando de influir en quienes no son tan apegados a las normas.

Pero voy dando por terminado mi encierro, respetando, siempre, las prevenciones que se establezcan. Quiero honrar la vida andando, disfrutando el paisaje y mirando la dinámica de una sociedad demasiado contagiada de temores. Y siempre interesándome por los hechos que impactan sobre nuestros pueblos, no privándome de las críticas y los aportes que me gusta realizar.

No compartí la clausura del país. Las prohibiciones generalizadas. Es función de un gobernante buscar la vuelta a cada situación, para encontrar la mejor salida pero respetando valores básicos de la vida democrática. La clausura, la prohibición, son herramientas efectivas, pero de cortísimo plazo, y peligrosas cuando se las extiende y generan acostumbramiento.

Los encierros nos preservan de peligros externos, pero pueden generar -a su vez y con dinámica propia- otros males que destrozan la salud física y mental de muchos.

Mantener en encierro a los mayores de 60/65 años no es cuidarlos, señores gobernantes. Es crearles las condiciones para que se mueran antes, antes de que la muerte propiamente dicha llegue con sus propias herramientas para llevarnos/los. Piensen y analicen si en los próximos meses no estaremos contando defunciones de centenares o miles de viejos por patologías contraídas en los encierros, aunque seguramente se los contabilizará como víctimas del virus corona.

*Periodista


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