Nueva rueda, nuevo camino

Por Omar Reggiani

El Estado Nacional, a través de una profunda reforma administrativa, modifica su estructura institucional y dicha reforma la extiende hacia las provincias que, en ocasiones, tratan de deshacerse de los constreñimientos del ajuste, recortando la coparticipación hacia los municipios o transfiriendo de hecho nuevas tareas en el ámbito local. También la ampliación de los niveles de pobreza y desempleo y la mayor distancia entre los ciudadanos y el gobierno nacional ha contribuido a aumentar el nivel de demanda de los vecinos sobre el gobierno local.

El Estado municipal tiene una bomba de tiempo en sus manos, sabe que está activada y en muchos casos sólo espera que explote, aunque es verdad que cuenta con pocas herramientas para desactivar la necesidad de los ciudadanos que reclaman por sus derechos.

Es justo hablar de «cambios en la política social de los gobiernos», pero más preciso será hablar de cambios en la manera de gestionar, regulando y garantizando equilibrios sociales de los que el municipio, hasta hace muy poco tiempo, era un actor secundario y hoy es protagonista o al menos uno de ellos.

La variable económica -desarrollo económico- es una de las herramientas básicas para la atención de los grupos marginados socialmente, aunque ésta no es suficiente para lograr una política social equitativa y que vaya de la mano de un desarrollo humano del conjunto de los ciudadanos, ya que posibilita una distribución del recurso económico, logrando mayores oportunidades de trabajo y, por ende, de satisfacción de las necesidades básicas, hoy no cubiertas.

La principal flaqueza del Estado (en cualquiera de sus estamentos) como regulador y garante de equilibrios entre poderosos y débiles, es su debilidad institucional, pero es claro que está fortalecida -valga la contradicción- por una fragmentación social terminal y que se expresa en el no diálogo o simplemente en la polémica.

Decía Borges «…las polémicas son inútiles, estar de antemano de un lado o de otro es un error, sobre todo si se la ve como un juego en el cual alguien gana y alguien pierde…» y éste es el punto básico, el desarrollo a escala humana implica que todos ganan y por ende lo importante es sostener un diálogo que conlleva a una conclusión que no tendrá lados de una mesa, sino una mesa redonda donde poco importa de qué boca sale la verdad útil para todos.

El saber y el conocimiento llegan a ser recursos sinérgicos en la medida en que al darse de unos a otros fructifican en la producción de nuevos sentidos, de nuevas significaciones, de nuevas verdades. El conocimiento se hace tal en un proceso de dialogo del sí mismo con el otro y de confrontación crítica del pensamiento y verdades propias con las de los demás.

En este sentido la necesidad de entendimiento puede satisfacerse con la investigación, el estudio, el análisis, la meditación, la interpretación y otros que dan origen a bienes económicos (libros, instrumental, tecnología, etc.) y cuya función es la de potenciar el hacer del entendimiento.

Este será el motor de un proceso de desarrollo con valores humanos, capaz de sostener y articular el crecimiento económico, la solidaridad y la participación social.

Existe el entendimiento si hay diálogo y allí cumple su carácter sinérgico. Esta sinergia es positiva si contribuye a disminuir la confusión y la angustia a lo desconocido, elemento fundamental de un futuro proceso de articulación social a enfrentar.

Es en este momento cuando debemos hacer un paréntesis a lo expresado hasta aquí y confrontar este proceso sinérgico con la práctica cotidiana, evaluando si produce resultados cualitativamente superiores a la suma de acciones individuales. En muchas de estas prácticas el efecto sinérgico no es captado por los propios actores, o algo pasa para que éstos no visualicen su propia potenciación frente a la articulación estratégica y a la coordinación, según palabras de Eduardo Passalacqua, «se la considera o bien neutra/inocua o, más frecuentemente, como una especie de bien absoluto sin ganadores y perdedores».

Está claro que la articulación y/o coordinación no es una resultante del efecto sinérgico de la comunidad. Esta puede ser coordinada y aun articulada con relación a proyectos comunes sin que ese efecto actúe sobre las partes, dado que los cuadros políticos o no pero responsables de llevar a adelante la articulación no entiendan, por falta de capacitación -en el mejor de los ejemplos-, la importancia de acuerdos colectivos.

Entender que el capital sinérgico es un indicador para un nuevo diagnóstico genera las bases de las articulaciones y coordinaciones comunitarias con fuerte raíz social. Sin este indicador aprendido podrá gestarse un efecto antagónico dentro del espacio de articulación y derivar en alianzas estratégicas utilizadas por los actores para, progresivamente, reducir los espacios y limitar los niveles de participación a terceros o bien éstos ser cooptados para reducir su poder dentro del espacio y también su legitimidad social dentro de la comunidad.

Por ello es fundamental construir una metodología realmente participativa que contemple pujas de interés muy fuertes y que a su vez forme consensos firmes y desde una fortaleza institucional del espacio sinérgico, muy importante y con objetivos estratégicos marcadamente definidos.

Será fundamental que tanto la coordinación como los actores se mezclen en una simbiosis que potencie dichos objetivos comunes, pero la tarea de la coordinación del espacio tendrá en claro que la articulación y participación es un medio y no un fin en sí mismo, por lo que se deberá cuidar variables como: el tiempo de duración de la planificación, qué grado de articulación lograr y entre quiénes y cuándo.

Es primordial preservar la herramienta, dejando en claro las limitaciones, ventajas, fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas de la misma, dado que sin este análisis continuo el instrumento puede transformarse en un corsé para dejar de ser una técnica de gestión.

Otra cuestión a tener en cuenta es -dice Di Pietro Paolo- «la práctica de un nuevo paradigma de la política social que tiene como finalidad última la promoción de las personas y el desarrollo de las comunidades, a través de alcanzar crecientes niveles de eficiencia, calidad y transparencia de los programas sociales. Implica fortalecer las instituciones y organizaciones gubernamentales y no gubernamentales locales y, paralelamente, impulsar programas que colaboren en el crecimiento económico de las comunidades».

El objetivo no es «construirle» el bienestar a los habitantes, sino abrirles el espacio y darles la posibilidad para que ellos lo construyan, aun con el riesgo de que se equivoquen. Ellos tienen el derecho y el deber tanto de dar satisfacción, por sus propios medios, a sus necesidades básicas en salud y nutrición, vivienda, vestido, cultura y recreación, como de desarrollar sus potencialidades personales, dejando de ser «beneficiarios» para asumir su rol de ciudadanos.

Ya hemos hablado del diálogo y es, entonces, la concertación la forma de establecer vínculos de interdependencia y de concretar la dimensión espacial del desarrollo. Es el reconocimiento de que el desarrollo no es posible abordarlo sino con un enfoque de globalidad, en el que se hacen imprescindibles las fuerzas y aportes de distintos grupos, de diversos niveles territoriales y de diferentes sectores para la realización de propósitos económicos y sociales.

La coordinación es difícil, pero de ella depende el éxito del nuevo concepto de desarrollo. Sabemos que, en la práctica, concertar significa hacer compatibles los intereses del sector público y los del privado abandonando la tradición de desconfianza entre ellos. Concertar significa, además, lograr la debida participación de los distintos niveles territoriales -cada uno según su competencia- en las decisiones y realizaciones que marcan el desarrollo regional, así como unir iniciativas semejantes con otros municipios y convertirlas en propósito común.

La responsabilidad del desarrollo municipal y regional le compete, principalmente, a los habitantes del municipio, coordinados por el gobierno municipal.

De esta óptica descentralizada del desarrollo surge un cambio de dirección en la elaboración de los planes de crecimiento para los distintos niveles territoriales. Si antes los planes locales y regionales se reducían a aplicar los planes nacionales en su ámbito territorial, éstos deben ahora formularse para apoyar las iniciativas y programas contenidos en varias regiones y localidades.

Este será el desafío de la dirigencia social y política, ya que sin diálogo ni entendimiento, pedir cambios de políticas sociales es emparchar la misma rueda, la que ya probó su antigüedad. La solución de fondo pasa por implementar un nuevo paradigma de la política social basado en el respeto al ciudadano y sus derechos. En definitiva, que todos los actores coloquen una rueda nueva para emprender un camino no recorrido todavía por la comunidad en su conjunto. Una responsabilidad de todos y una obligación para el Estado.


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