Alberto, narrador de calamidades


¿Qué otra plaga de Egipto podría abatirse sobre el país? Pues un mal gobierno. Uno que no se dedique a solucionar los problemas sino a relatar calamidades.


«Ya no sé qué más nos va a pasar a los argentinos». El Presidente desgranó esa frase con resignación. Aludía a la ola de calor que azota a la región. Nadie conoce el futuro. Pero la expresión de Alberto Fernández no era una queja por esa incertidumbre propia de la condición humana, sino una protesta por una nueva fatalidad que pone a prueba su administración.

Las temperaturas desmesuradas son en verdad extraordinarias, pero no por completo imprevisibles. Provocaron una crisis del sistema eléctrico que se ensañó con los principales centros urbanos y hubo protestas contra las empresas encargadas de la distribución del servicio. En especial contra Edenor y Edesur.

La reacción del Gobierno fue acorde a sus reflejos. Decretó otro asueto para sus empleados; intentó disimular que en el mercado de las prestadoras impera su política innegociable -el capitalismo de amigos-, y aprovechó para colar un nuevo convenio de inversiones chinas.

La ola de calor y la crisis energética pusieron sobre la mesa el enorme costo fiscal de los subsidios eléctricos y su ineficiencia, en un momento inadecuado para el Gobierno: mientras se discute la deuda con el FMI. Es decir: justo cuando la realidad le reclama al oficialismo que deje de especular con el retraso tarifario.

El clima impiadoso también expuso otra realidad: la sequía. El campo perderá unos 13 millones de toneladas de maíz y soja. Para el fisco, eso equivale a unos 2.600 millones de dólares menos en ingresos por exportaciones. Menos reservas, mayor brecha cambiaria, más presión devaluatoria.

Las tarifas planchadas y el dólar prohibido. Las dos anclas que el Gobierno intentó mantener fijas para reconducir todo el esquema de precios relativos son arrastradas por una misma marea imprevista. Una fatalidad, para usar la terminología de Alberto Fernández, que nada tiene que ver con exigencias del Fondo.


Ya se sabe cuál será la primera pregunta de Blinken a Cafiero: la gira de Alberto Fernández a Rusia y China, las dos potencias que juegan por detrás de una gavilla de tiranuelos.


Pero la respuesta a aquella pregunta inicial que se formuló el Presidente puede ensayarse involucrándolo. ¿Qué otra plaga de Egipto podría abatirse sobre el país? Pues un mal gobierno. Uno que no se dedique a solucionar los problemas sino a relatar calamidades, improvisar excusas, renunciar a las responsabilidades propias adjudicándoselas a sus adversarios, imaginar conspiraciones globales contra la singularidad del milagro argentino.

En ese sendero de equívocos se suma la negación de las evidencias. Alberto Fernández y Cristina Kirchner prometieron para 2021 una inflación de 29 puntos y cosecharon más de 50. Para el Presidente, ese registro es prueba de un camino descendente de los precios en llamas. Habrá que ver cómo su gobierno sostiene ese argumento cuando sus socios sindicales se lo reclamen en paritarias.

Hay con todo, una responsabilidad que atañe más a la conducción política de Cristina Kirchner que a la torpeza comprobada del presidente vicario.

Ese extravío que acelera la crisis es propulsar una agenda contraria a las soluciones por simples prejuicios ideológicos. La vicepresidenta recibió en su descanso patagónico al gobernador Jorge Capitanich. Es improbable que ambos desconocieran las andanzas del hermano que representa a la Argentina como embajador en Nicaragua y puso al Gobierno en un aprieto al convalidar con su presencia no sólo una cumbre de dictadores, sino la asistencia de un funcionario iraní acusado del atentado a AMIA.

A horas de la reunión del canciller Santiago Cafiero con el secretario de Estado norteamericano Anthony Blinken, ese entuerto implicó una declaración tajante de Brian Nichols, el funcionario de Blinken para el hemisferio occidental: “No se puede mirar para otro lado”. Ya se sabe cuál será la primera pregunta de Blinken a Cafiero. También la segunda y la tercera: la gira de Alberto Fernández hacia Rusia y China, las dos potencias que juegan por detrás de aquella gavilla de tiranuelos. La pregunta de Cafiero (si EE.UU. respaldaría un acuerdo liviano con el FMI) entrará con suerte en el cuarto lugar.


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