Así muere la libertad: con un aplauso
Nos encontramos en un cambio de época cargado de confusión e incertidumbre. En este contexto emergen voces que reflejan las tensiones de esta transición entre un pasado creativo y un futuro que promete ser mejor.
Estamos ante un cambio de época. Se lo ve en todo: en la economía, en las relaciones sociales, en el cambio climático, en la política, en las artes, en la literatura, en la tecnología. Además, es tan profundo el cambio que todos estamos confundidos. Nadie hoy tiene la brújula.

Según lo veo…: ya estamos en la era Trump
Sucedió algo similar en la Revolución Francesa, en las guerras de la Independencia de América latina, en la aparición del mundo industrial, en el surgimiento de las finanzas modernas bajo los Medici, en los momentos finales del Imperio Romano o en el triunfo de Atenas frente a los persas en el siglo V aC.
Un signo —apenas un síntoma— de que estamos ante un cambio gigantesco es que en los últimos 40 años no surgieron artistas universales ni en la cantidad ni en la calidad de los que tuvimos en los dos siglos anteriores. Hay hoy grandes escritores, pero no hay nada parecido a Proust, a Borges o a Tolstoi. Hay grandes músicos, pero ninguno de ellos es un Jimi Hendrix, un Piazzolla, un Gershwin o un Alban Berg. Hay grandes artistas visuales, pero nadie le llega a la suela de los zapatos a un Picasso, un Cezanne o un Warhol.

El cambio es imprevisible
Es posible pensar que algo interesante saldrá del software y los robots, y los que vivan en 2125 dirán que son maravillosas las nuevas formas de imaginar el universo que crearon las tecnologías que hoy están en pañales. Es posible también que la gente viva mucho más en un futuro no tan lejano. Pero también es muy posible que viva sola y aislada. Será otro mundo. Otra forma de vivir.
No sabemos qué es lo que los humanos crearemos de nuevo porque justamente lo nuevo es lo que irrumpe, lo que interrumpe la lógica antigua. Pero sí podemos ver que estamos en una época de cambio. Que todo lo que nos sostenía ha terminado o está en proceso de deterioro.
Nadie sabe qué vendrá. Lo único que vemos es la clásica «transición» entre distintos momentos de la historia: y como toda transición esta también es brutal y salvaje, es el reino de la violencia y el griterío, del mal gusto, de lo obsceno. El pensador esloveno Slavoj Zizek ha dicho (retomando una vieja idea de Antonio Gramsci) “el viejo mundo muere y el nuevo tarda en aparecer; en ese claroscuro surgen los monstruos”.
Donald Trump es justamente el hombre perfecto para encarnar todo lo horrible que tiene una transición entre dos momentos culturales plenos y positivos. Milei, Bolsonaro, los neonazis alemanes, el partido español de ultraderecha Vox son distintas manifestaciones que han encontrado las sociedades para expresar esta horrible época de transición entre dos momentos plenos: un pasado creativo y un futuro que promete ser mejor.

Nada más efímero que lo eterno
Estamos viviendo un gran momento. Habrá un gran desenlace. Los que somos viejos no veremos el nuevo mundo. Es muy posible que yo muera sin saber qué bellezas nuevas vendrán. Quizá los que hoy son adultos jóvenes y lleguen vivos a 2048 o 2061 vean el nuevo mundo, aunque es muy posible también que no tengan herramientas conceptuales para disfrutarlo porque será completamente otro.
Hay una escena en la saga Star Wars en la que el Lado Oscuro de la Fuerza (a través del senador Palpatine) toma el poder y termina con la república mientras en el Congreso Intergaláctico festejan al nuevo líder que trae la violencia del autoritarismo y la sumisión. En ese momento, la princesa Padmé Amidala dice: “Así es como muere la libertad, con un estruendoso aplauso”.
Mientras escribo esta columna en mi escritorio, rodeado de miles de libros que me permiten dialogar con mis ojos con tantos grandes hombres muertos, pienso en Macrobio. Fue un gramático y escritor de fines del imperio romano. No tenemos casi datos biográficos de él. Hizo hermosos e inteligentes comentarios a lo mejor que se había escrito en latín en los grandes momentos de Roma, por ejemplo, a algunos de los tratados de Cicerón. Su prosa era perfecta. El francés Stephan Mallarmé -uno de los fundadores de la poesía moderna- lo amaba y lo llamó el gran poeta de la prosa.
Macrobio vivió un momento de transición: Roma ya estaba debilitada. No se vivía entonces en el esplendor que había tenido el Imperio en el pasado, pero aun gran parte de lo mejor seguía en pie. Siento que estamos viviendo un momento parecido. Que ahora nos sucede a nosotros algo similar a lo que le pasaba a Macrobio en aquel final de época. Ya no estaban los gigantes intelectuales y artísticos del pasado, pero aun había gente que podía entenderlos y escribía libros para comentarlos.
Hoy, como en los días finales del Imperio Romano, nadie espera que surja algo esplendoroso. Nuestra única esperanza es ver en Netflix alguna serie nueva que nos entretenga un rato. Esas son nuestras perspectivas de futuro.
Acá, desde mi ventana del barrio porteño de San Telmo veo que un vecino está paseando su perro, levanta la vista, me ve y me saluda. Así son los finales de época.
Aun nos quedan las civilizadas ceremonias del adiós.
Estamos ante un cambio de época. Se lo ve en todo: en la economía, en las relaciones sociales, en el cambio climático, en la política, en las artes, en la literatura, en la tecnología. Además, es tan profundo el cambio que todos estamos confundidos. Nadie hoy tiene la brújula.
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