Cuando el progreso no ayuda  

Al privilegiar lo instantáneo por encima de lo más duradero, Internet está contribuyendo a  reducir el cociente intelectual de la mayoría de las personas

El uso de los celulares genera distracción. Foto: archivo

En muchos países se prohíbe el uso de celulares y tabletas en la escuela porque distraen a quienes deberían estar estudiando.  Fue un revés para los que, hasta hace muy poco, imaginaban que la proliferación explosiva de las comunicaciones electrónicas tendría consecuencias culturales y educativas sumamente positivas. Creían que los jóvenes aprenderían mucho más porque, merced a las computadoras, contarían con la ayuda de los docentes más respetados del mundo.

El optimismo desbordante que algunos sentían apenas tres décadas atrás, cuando la telaraña digital, “la web”, comenzaba a colonizar partes cada vez mayores de la población mundial, podía comprenderse. Puesto que, merced al progreso tecnológico, casi todos tendrían acceso pleno e inmediato a lo atesorado en los mejores museos y bibliotecas del planeta, les parecía razonable suponerse en vísperas de una época que sería llamativamente más creativa que las de la antigüedad griega, el Renacimiento italiano o la Ilustración europea.

Por desgracia, a esta altura escasean motivos para creer que esté por llegar el futuro brillante que vaticinaron. Antes bien, hay señales de que los aparatos calificados de “inteligentes”, además de tener un impacto muy negativo en la educación de los jóvenes, están banalizando aún más manifestaciones culturales que ya se habían visto perjudicadas por la comercialización y la tendencia supuestamente democrática a nivelar todo hacia abajo. De acuerdo a algunos investigadores, al privilegiar lo instantáneo por encima de lo más duradero, el internet está contribuyendo a  reducir el cociente intelectual de la mayoría de las personas al privarlas de la necesidad de esforzarse mentalmente. 

 Los preocupados por la tendencia así supuesta la vinculan con la pérdida de interés en las humanidades en sociedades en que, para que sean más inclusivos, los sistemas educativos se han hecho menos “elitistas”. En Estados Unidos y otros países desarrollados, son cada vez menos los jóvenes dispuestos a dedicarse a letras, filosofía, historia y materias afines, y más los atraídos por materias que están directamente vinculadas con los negocios o, entre quienes se sienten intimidados por las ciencias duras que sí suelen ser difíciles, por “estudios” politizados que se han creado para apaciguar a militantes de grupos étnicos o sexuales determinados.

   En las sociedades más prósperas del Occidente, sobre todo en Estados Unidos, la pérdida de prestigio de las humanidades tradicionales comenzó hace más de medio siglo. Ha acelerado en las décadas últimas; luego de preguntarse para qué sirve aprender algo de lo que hicieron y pensaron quienes crearon el mundo en que vivimos, muchos estudiantes optan por alternativas menos exigentes.   

El ideal del hombre culto que es capaz de ubicarse en su propio contexto histórico y se ha familiarizado con los pensadores más influyentes del pasado se ha visto reemplazado por el del hombre útil que cumple un papel productivo en la economía. Una consecuencia del cambio de prioridades así supuesto ha sido el repliegue de las humanidades. Para describir lo que está en marcha, los más alarmados no vacilan en hablar de la “idiotización” de los jóvenes en nombre del igualitarismo, ya que en opinión de algunos educadores, es sumamente injusto discriminar entre los dotados que se esfuerzan y los demás.

   Algunos atribuyen lo que está sucediendo a presiones económicas, ya que se ha hecho habitual dar prioridad a las eventuales “salidas laborales” ofrecidas por las carreras disponibles, pero otros creen que se debe a algo aún más inquietante. Parecería que hoy en día las palabras valen menos que en el pasado reciente, acaso porque los medios audiovisuales están erosionando la capacidad para usarlas con precisión y es tentador remplazarlas con imágenes o “emojis”. De intensificarse el proceso así supuesto, entraremos en un mundo en que no haya lugar para las distinciones finas que en otras épocas motivaban debates apasionados y que, a veces, tendrían un impacto decisivo en la evolución de todas las sociedades del mundo.

Los defensores de las viejas humanidades insisten en que son necesarias para el libre pensamiento que, dicen, se ve amenazado por personas que nunca leen libros y tratan con desprecio a quienes los toman en serio; desde el punto de vista de los que piensan así, el mundo de las comunicaciones instantáneas y la inteligencia artificial es tan distinta de aquel de antes, que sería mejor olvidarlo. Pasan por alto lo dicho por el ensayista notable de origen español, George Santayana, cuando advirtió que “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”, lo que, para muchos millones de personas, sería una tragedia inenarrable.  


El uso de los celulares genera distracción. Foto: archivo

En muchos países se prohíbe el uso de celulares y tabletas en la escuela porque distraen a quienes deberían estar estudiando.  Fue un revés para los que, hasta hace muy poco, imaginaban que la proliferación explosiva de las comunicaciones electrónicas tendría consecuencias culturales y educativas sumamente positivas. Creían que los jóvenes aprenderían mucho más porque, merced a las computadoras, contarían con la ayuda de los docentes más respetados del mundo.

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