Desconfianza y devaluación, dos caras de una moneda


Al retocar parcialmente el dólar de exportación y mantener pisado el de importación, Massa dejó como certeza que ese bache se cubrirá con emisión monetaria. Sólo coagula la corrida.


El Banco Central releva todos los meses las expectativas económicas del mercado vía una encuesta a consultoras, centros de investigación internacionales y entidades financieras. Respondieron 38 participantes y la conclusión fue que al final de este año la inflación se acercará al 100%.

En números finos, proyecta para 2022 un aumento generalizado de los precios entre el 95 y el 99,4 por ciento y dejaría un alto arrastre inercial para 2023. En esos valores se cifra la gestión del ministro Sergio Massa y el futuro político del Gobierno nacional.

Massa asumió en el medio de una extensa corrida cambiaria. Con el Central casi sin reservas, sin crédito externo relevante, y el endeudamiento en pesos al límite, Massa priorizó coagular la corrida. Renovó la deuda interna y se trazó un camino para sincerar aquella depreciación del peso que impuso el mercado con una devaluación del dólar oficial.

Eligió una estrategia de desdoblamiento al infinito del tipo de cambio. A la soja le ofreció un dólar de 200, oferta limitada. Consiguió una liquidación de exportaciones y al mismo tiempo un reclamo de los otros sectores a los que les mezquinó la devaluación.

Así como al renovar la deuda en pesos el ministro dejó admitida en la tasa una expectativa de devaluación; al retocar parcialmente el dólar de exportación y mantener pisado el dólar de importación dejó como certeza que ese bache se cubrirá con emisión. Es decir: Massa sólo coagula la corrida. Aún no comenzó la pelea con la inflación.

Todo indica que el desdoblamiento elegido es como un jardín de senderos que se bifurcan. Pero tiene un límite: el momento en que, por sumatoria, todo converge en una devaluación general. Muchos creen que a ese momento del “fabregazo” pospuesto, Massa lo prepara -en honor a sus creadores- como regalo de enero.


El jefe de los senadores oficiales José Mayans, un comisario inverosímil, lanzó al viento una extorsión: sólo si se voltean los juicios contra Cristina, habrá paz social.


Incluso si se cumple ese pronóstico, tampoco habrá comenzado el control de la inflación. Una devaluación sin ajuste fiscal (el de las tarifas fue menor y más bien fuera de temporada) es sólo la inauguración de un nuevo escalón para los precios.

Un pleno del Frente de Todos rezó ayer en Luján. Las oraciones en voz alta fueron por Cristina. Las plegarias en silencio, por el éxito del experimento Massa. Que el elenco gobernante esté compungido por ambas cosas no carece de lógica. En la raíz del descreimiento que sorprende al oficialismo, tras el atentado contra su principal dirigente, está el efecto deletéreo que provoca en la confianza social una crisis económica cada vez más profunda.

El kirchnerismo parece atravesar una tribulación inesperada: el atentado contra la Vice fue tan real como repudiable. Pero tras tantas mentiras nadie, salvo los propios, parece tener reservas de voluntad para creerle al oficialismo aun lo innegable.

Para colmo, esa desconfianza tan raigal es continuamente alimentada por la sobreactuación del oficialismo. La agresión contra Cristina fue protagonizada por un personaje con ideación mística y tendencia a la megalomanía, según la psiquiatría oficial. Su círculo íntimo no parece ajeno a esos delirios. De todos modos, su desquicio llegó sin obstáculos al límite de un hecho brutal. Pero el gobierno sostiene que todo funcionó correctamente para cuidar a la Vice. “Fallar, no falló nada”, concluyó el ministro de Seguridad Aníbal Fernández.

En el espacio opositor, luego del desconcierto inicial por el ataque a la vicepresidenta, la rápida percepción de esa desconfianza social generalizada le dio oxígeno para recomponerse y actuar de manera más amalgamada frente a la primera ofensiva oficialista.

El bloque opositor contó con la colaboración inestimable del jefe de los senadores nacionales. José Mayans, un comisario inverosímil, lanzó al viento una extorsión: sólo si se voltean los juicios en curso contra Cristina, habrá paz social en el país.

Todo lo que venía diciendo la azorada intelectualidad orgánica sobre los discursos del odio durmió con la cachiporra de ese apremio ilegal.


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