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El peligroso melodrama estadounidense

Trump es un narcisista proclive a privilegiar el rencor que siente, mientras que su rival es una señora que llegó a su eminencia actual merced a una serie de accidentes.

A pocos se les ocurriría elegir a los cirujanos o pilotos de aviones en base a nada más que su capacidad para congraciarse con la gente. ¿Deberían imperar los mismos principios en el ámbito político? Si bien sería lógico esperar que los presidentes de países importantes fueran personas excepcionalmente talentosas, el consenso en que, con contadas excepciones, distan de serlo.

Puede que este fenómeno sea intrínseco a la democracia; hace dos milenios y medio, pensadores griegos, como Platón, Aristóteles y Tucídides, advirtieron que en sociedades democráticas el poder propendía a caer en manos de demagogos.

También ha incidido la influencia de expertos en publicidad que entienden que, para ganar una elección, una imagen fabricada que sirve para atraer a una proporción suficiente del electorado vale más que una trayectoria repleta de éxitos o el compromiso con un programa de gobierno coherente.

Aunque muchos países, encabezados por la Argentina, han sido perjudicados por la decadencia política, el que Estados Unidos esté entre las víctimas del mal, plantea un peligro no sólo a sus propios habitantes sino también a los del resto del mundo democrático.

Con tal que no suceda algo imprevisto, en enero el presidente Joe Biden, un hombre cuyas deficiencias cognitivas son dolorosamente patentes, se verá remplazado por Donald Trump – que acaba de sobrevivir a un segundo intento de asesinarlo -, o Kamala Harris.

Así pues, el, o la, “líder del mundo libre” no estaría a la altura del rol que le tocaría desempeñar.

Dos candidatos que no están a la altura


Trump es un narcisista proclive a privilegiar el rencor que siente, mientras que su rival es una señora que llegó a su eminencia actual merced a una serie de accidentes. Biden la seleccionó para ser su compañera de fórmula porque quería verse acompañado por una “mujer de color” que sería incapaz de hacerle sombra. Acertaba: como vicepresidenta, Kamala no aportó nada útil al gobierno.

Al hacerse evidente que, si Biden buscara la reelección Trump lo derrotaría por un margen aplastante, los jerarcas del Partido Demócrata lo obligaron a dar un paso al costado, pero no le impidieron nominar a Kamala como su sucesora.

Para ahorrarse una elección interna que podría degenerar en una batalla feroz entre el ala izquierdista del partido y el centrista, optaron por apoyarla.

Desde entonces, los demócratas, conscientes de que Kamala no está en condiciones de responder de manera inteligible a preguntas módicamente difíciles, tratan de mantenerla lejos de la prensa independiente.

Si bien con la ayuda de los dos periodistas que actuaban como moderadores, Kamala se manejó de manera adecuada en un debate televisivo con Trump, el triunfo simbólico que logró se debió a que la irascibilidad de su contrincante le permitió eludir la necesidad de defender sus propios puntos de vista o explicar las razones por las cuales en los años últimos ha cambiado tanto de opinión.

Envalentonada por la reacción de sus simpatizantes, la candidata demócrata aceptó ser entrevistada por un periodista amable en un programa de televisión; en vez de contestar a sus preguntas, insistió en hablar, con palabras idénticas a las que ha usado en otras ocasiones, de los méritos que se atribuye.

Una superpotencia debilitada


Si sólo fuera cuestión de una intendencia menor, la escasísima idoneidad de Trump y Harris sería meramente anecdótica, pero a pesar de las profundas divisiones que lo está debilitando, Estados Unidos aún es el país más poderoso del planeta.

Es por lo tanto comprensible que los dirigentes europeos, japoneses y otros, sobre todo los de Ucrania, Israel y Taiwán, se sientan perturbados por la disfuncionalidad del sistema político norteamericano.

¿Cuál de los dos aspirantes es el más peligroso para las democracias en su lucha contra los autócratas de Rusia, China e Irán que están resueltos a poner un fin definitivo al tambaleante orden internacional que se instaló luego de la implosión de la Unión Soviética? Mientras que Trump es un aislacionista notoriamente caprichoso de instintos autoritarios, Kamala se caracteriza por su vaguedad.

Nadie sabe muy bien qué haría si se convirtiera en presidenta. Lo más probable sería que el poder permaneciera en manos de los pesos pesados del Partido Demócrata que, sacando provecho de la ausencia mental de Biden, ya están gobernando Estados Unidos, pero podría sentirse tentada a regresar a sus raíces muy progresistas, lo que se vería resistido por la mayoría de sus compatriotas.

De todos modos, el que la pregunta que preocupa a tantos sea ¿cuál de los dos sería peor para el mundo?, no ¿cuál sería mejor?, nos dice todo cuanto necesitamos saber acerca del melodrama que mantiene en vilo a la superpotencia y a los dirigentes de muchos otros países.


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