Exclusivo Suscriptores

El valor de la mediocridad

Massa cuenta con los votos de muchos pobres que, si bien no se han visto beneficiados personalmente por el orden corporativista, se han acostumbrado al sistema existente

Si fuera verdad que “la mejor campaña es una buena gestión”, la Argentina sería otro país, ya que desde hace más de un siglo los votantes hubieran privilegiado sistemáticamente a los presuntamente más eficaces y honestos sin prestar atención a quienes intentarían seducirlos formulando promesas mesiánicas. En efecto, es razonable suponer que, de haberse conformado con una cultura política más aburrida, en la actualidad la Argentina disfrutaría de un nivel de prosperidad envidiable.

Por desgracia, no es lo que ocurrió. Una y otra vez, ganaron aquellos que se rebelaron contra la chatura poco imaginativa que en su opinión caracterizaba el orden establecido; a su juicio, era tan mediocre que no estaba a la altura de un pueblo que aspiraba a mucho más.

Si bien es fácil entender el desprecio por el statu quo de otros tiempos que sentían quienes consiguieron llevar a cabo una serie de reformas ambiciosas que a la larga tendrían consecuencias desafortunadas, la crisis demoledora que está sufriendo el país puede atribuirse al escaso interés que, a partir de las décadas finales del siglo XIX, ha manifestado el electorado en la capacidad administrativa de los distintos gobiernos.

Tanto aquí como en el resto del mundo democrático, los políticos más exitosos raramente se destacan por sus dotes prácticas. Antes bien, suelen ser personas que se las arreglan para congraciarse con la mayoría de su país particular afirmando que la entienden mejor que sus rivales.

Sin embargo, mientras que en casi todas las demás sociedades los tentados a pasar por alto las limitaciones concretas se han sentido obligados a respetarlas, acaso por miedo a lo que sucedería si las violaran, en la Argentina demasiados se han negado a hacerlo. He aquí un motivo, tal vez el principal, por el cual es el país más inflacionario del mundo, el que con mayor frecuencia ha resultado ser incapaz de impedir que el índice anual alcance los tres dígitos.

Parecería que en la Argentina, aún más que en otras latitudes, la política siempre ha sido una cuestión de identidad y que por lo tanto temas vinculados con la gestión carecen de importancia. Caso contrario, hoy en día el alcalde porteño Horacio Rodríguez Larreta tendría asegurado un triunfo contundente en la elecciones venideras, ya que no cabe duda alguna de que, a diferencia de Sergio Massa y Javier Milei, es un administrador experimentado y competente. Sin embargo, en la interna de Juntos por el Cambio fue derrotado por Patricia Bullrich no porque la gente la creyera más capaz en dicho ámbito sino porque pareció ser dueña de un carácter mucho más fuerte.

Con todo, aunque la candidata se ha rodeado de equipos profesionales de capacidad evidente, corre el riesgo de terminar tercera cuando se vote en octubre. Si bien sería difícil exagerar lo calamitosa que ha sido la gestión económica de Massa, el que últimamente se ha puesto a gastar absolutamente toda la plata disponible en un esfuerzo frenético por comprar el apoyo que necesitará para ganar la carrera sin preocuparse en absoluto por lo que sucedería si le tocara triunfar, parecería que todavía conserva una intención de voto que supera la de Bullrich.

Por su parte, Milei nunca ha administrado nada significante y carece por completo de las “estructuras” partidarias que necesitaría para gobernar sin violar las reglas fijadas por la Constitución.

En otras palabras, el electorado, este colectivo amorfo y cambiadizo del que depende el destino del país y sus habitantes, no está buscando un presidente capaz de liderar un gobierno eficaz y honesto sino alguien que comparta sus deseos.

Muchos se sienten representados por Milei; por razones comprensibles, les gusta la idea de que, para liberarse de un presente tétrico, convendría expulsar a una “casta” política que considera parasitaria y achicar, haciendo uso de la motosierra que el profeta del mercado libre dolarizado esgrime con fruición, el absurdamente sobredimensionado sector público.

Massa es la contracara de Milei. No lo dice, pero está desempeñando el papel de defensor de quienes no quieren que el país cambie mucho. Además de los militantes kirchneristas que presuntamente toman en serio la retórica de Cristina, su jefa, Massa prevé contar con los votos de muchos pobres que, si bien no se han visto beneficiados personalmente por el orden corporativista que domina el país desde comienzos del siglo pasado – antes bien, los ha perjudicado al condenarlos a la miseria -, se han acostumbrado al sistema existente y se aferran a la noción de que el caudillo peronista de turno pueda protegerlos contra los ataques de sujetos malvados “de derecha” que, les advierten los oficialistas, están resueltos a privarlos de lo poco que tienen.


Adherido a los criterios de
Journalism Trust Initiative
Nuestras directrices editoriales
<span>Adherido a los criterios de <br><strong>Journalism Trust Initiative</strong></span>

Comentarios