Entre la tensión y el equilibrio

En el plano institucional, 2025 dejó un saldo cuyo alcance sólo podrá evaluarse con mayor claridad hacia adelante. La política nacional, sobre todo después de las elecciones de medio término, consiguió respaldo para sostener un esquema económico más previsible, aunque su impacto social resultó ser bastante limitado y distribuido de manera desigual. Al mismo tiempo, la economía evidenció importantes signos de recuperación, aunque sin lograr avances decisivos en áreas clave como el empleo y la equidad distributiva.

Desde la política, el escenario posterior a las elecciones amplió la capacidad de acción del oficialismo en el Congreso de la Nación, pero eso no diluyó las resistencias, ya que la oposición y diversos sectores de la sociedad civil siguen cuestionando el sentido y la profundidad de las reformas en curso.

Por su parte, el gobierno nacional se abocó a una tarea más típica de la política tradicional, la de construir una mayoría legislativa con el aporte de otros partidos generando un quiebre en los bloques del peronismo. Lo más destacable de todo este proceso es que, hasta ahora, la situación no le funcionó al oficialismo como en otros tiempos, cuando el Congreso se convertía en una mera “escribanía” de la Casa Rosada, ya que esta vez todo tuvo que ser negociado hasta el último instante.

La situación resulta trascendente porque la arquitectura republicana descansa sobre la clásica división en tres poderes y aunque la independencia entre ellos nunca es absoluta, sino relativa y dinámica, hoy por hoy todo el movimiento que se ha sumado tras el recambio legislativo, obliga a poner el foco en el Congreso. La Justicia puede quedar de lado de momento porque sus procedimientos son de índole más rígido; en cambio, el vínculo entre Ejecutivo y Legislativo es más inmediato y visible. En los sistemas presidencialistas, quien fue electo como número uno siempre necesita de diputados y senadores.

Está claro que cuando el oficialismo cuenta con mayorías abrumadoras, la dinámica tiende a simplificarse y así, el Congreso puede convertirse con facilidad en una suerte de manos levantadas para refrendar de modo automático las iniciativas del Presidente, reduciendo su papel deliberativo. En ese escenario es donde predomina la disciplina partidaria, lo que genera críticas válidas sobre la pérdida de autonomía legislativa.

En cambio, cuando las fuerzas están más repartidas, tal como sucede en este momento, los diputados y los senadores recuperan protagonismo y de ese modo, la Casa Rosada debe negociar, persuadir y construir consensos para avanzar con su agenda. Dicha fragmentación abre espacio para debates más intensos, enmiendas y contrapesos reales y así, la relación se vuelve más compleja, con avances y bloqueos, pero con la ventaja republicana que el Legislativo se afirma como un poder capaz de condicionar y limitar al Ejecutivo.

La independencia entre los poderes, entonces, no es un estado fijo, sino un equilibrio en movimiento, ya que depende de correlaciones de fuerzas, de la cultura política y de la capacidad de cada sector para ejercer su rol, sin quedar absorbido por los otros. Así, la relación entre poderes no funciona como una muralla, sino como un puente colgante siempre sometido a tensiones, oscilaciones y ajustes, aunque capaz de sostener el tránsito democrático si no se rompe su estructura.

En ese marco, el balance institucional de 2025 deja una advertencia clara: la democracia no sólo se mide por la existencia formal de los tres poderes, sino por la vitalidad con que cada uno defiende su espacio frente a las presiones del otro. Así, el Congreso, lejos de ser algo automático, se convirtió para bien en un terreno de disputa donde las mayorías son circunstanciales, no alcanzan por sí solas y en donde la negociación vuelve a ser la regla.

Esa dinámica, aunque incómoda para el actual oficialismo es saludable para el sistema, porque obliga a que las decisiones se construyan en el cruce de intereses y no en la obediencia ciega, tal como ha sucedido durante tanto tiempo en otras circunstancias. El desafío hacia adelante es que la actual tensión no se degrade en parálisis, sino que funcione como un verdadero motor que impulse el diálogo.


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