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Frente a la Inteligencia Artificial


Lo que asusta a muchos es el avance rapidísimo de sistemas que no sólo son capaces de “aprender” cantidades gigantescas de información sino también de procesarla.


Desde hace miles de años, muchos se han sentido fascinados por la idea de que el mundo que conocemos esté acercándose a su fin. Aunque algunos profetas de desastres por venir se afirmaban apesadumbrados por lo que a su entender estaba por suceder, otros lo esperaban con satisfacción evidente; en su opinión. quienes se negaban a tomarlos en serio merecieron ser castigados.

Hasta hace un siglo, los obsesionados por la presunta proximidad de los días finales creían que sería obra del Dios vengativo del Antiguo Testamento, pero desde entonces, tales personajes han sido más propensos a atribuirlo al progreso tecnológico, ya que en la imaginación occidental la ciencia ha tomado el lugar antes ocupado por una deidad todopoderosa. Así pues, el máximo responsable de armar las primeras bombas nucleares, el norteamericano Robert Oppenheimer, les dio una bienvenida ambigua citando un verso de la Baghavad Gita hindú: “Ahora me ha convertido en la muerte, en el destructor de mundos”. Décadas más tarde, vendría el pánico ocasionado por los cambios climáticos que, dicen los más agitados por lo que está ocurriendo, harán del planeta un infierno a menos que los gobiernos prohíban muchas actividades industriales y agrícolas.

Como si todo eso no fuera suficiente, en meses recientes los catastrofistas se han puesto a advertirnos de lo terriblemente peligrosa que es la Inteligencia Artificial. De estar en lo cierto centenares de científicos destacados, IA plantea un riesgo mortal al género humano. Coinciden con el célebre astrofísico Stephen Hawking que, antes de morir, dijo que si se desarrollara “plenamente”, significaría el fin de la raza humana.

Lo que los asusta es el avance rapidísimo de sistemas que no sólo son capaces de “aprender” cantidades gigantescas de información sino también de procesarla. Algunos ya “saben” todo lo que está disponible en la Internet; para desconcierto de los profesores en colegios y universidades, cualquier estudiante puede descargar aplicaciones que le permitirán confeccionar, en un par de segundos, ensayos eruditos presuntamente originales que son más que satisfactorios.

Los preocupados por lo que está ocurriendo temen que supercomputadoras que se programan a sí mismas, superando casi instantáneamente problemas que mantendrían ocupados por años a los especialistas más avezados, seguirán progresando a un ritmo tan frenético que a nadie le será dado controlarlas.

Una pesadilla recurrente es que un buen día dichos artefactos decidan liberarse de la tutela humana para subordinar absolutamente todo, comenzando con nuestra especie, a sus propios intereses. Aun cuando no consigan cruzar la hipotética barrera que separa a máquinas insensibles de los seres vivientes, personajes malévolos podrían ordenarles sembrar el caos en sociedades que, para funcionar, ya dependen de sistemas cibernéticos. Con cierta frecuencia, voceros gubernamentales de los países democráticos acusan a los rusos, chinos, norcoreanos e iraníes, de atacarlos de tal manera.

¿Exageran los convencidos de que es tan peligrosa la IA que convendría suspender los intentos de impulsarla por un año o dos para dar a la “comunidad internacional” tiempo en que regularla, como ya trata de hacer con la energía nuclear y los cambios climáticos? Si bien es un tema que claramente incidirá en la vida de todos, muy pocos están en condiciones de responder al interrogante así supuesto y, desde luego, las opiniones están divididas.

Para los que podríamos calificar de optimistas, es fantasioso creer que estemos frente a la aparición de una nueva forma de vida que sería capaz de evolucionar tan velozmente que no tardaría en desplazarnos como los señores de la creación. Desde su punto de vista, la IA no es más que una herramienta que ya se ha mostrado sumamente útil al posibilitar, entre otras cosas, nuevas curas para una amplia gama de enfermedades.

Otros, acaso porque son pesimistas natos, discrepan. Sospechan que el progreso científico y tecnológico está por culminar de manera realmente catastrófica y que la IA, en manos de sujetos malignos o, quizás, guiada sólo por sus propias prioridades, provoque estragos apenas concebibles. Hay expertos en esta materia arcana que, sin ir tan lejos, prevén que incida profundamente en la cultura de las diversas sociedades, lo que facilitaría los esfuerzos de los resueltos a modificar el pensamiento de pueblos enteros, además de tener consecuencias nada felices para muchísimas personas que, hasta ahora, han sabido prosperar en “la economía del conocimiento” que está difundiéndose por el mundo. Esperemos que las previsiones de tales profetas resulten ser tan desacertadas como las formuladas por sus equivalentes de generaciones anteriores.


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