La catedral «descalza»
El padre Carlos Calzado hizo de sus últimos 50 años una vida de vocación, entrega y de servicio desde la Catedral María Auxiliadora. Era un cura ameno y cercano, transgresor y políticamente incorrecto.
Una lágrima y una sonrisa. El hasta pronto del Padre Carlos Calzado honrando el día del amigo de este año, duele y conmueve. El cura que hizo de sus últimos 50 años una vida de vocación, entrega y de servicio desde la Catedral María Auxiliadora, nos ha dejado un espacio vacío entre sus ladrillos rústicos y en los corazones de los amigos que lo vamos a extrañar.
No hay quien no tenga una anécdota suya. Una palabra, una charla, una visita a bendecir a los enfermos día y noche, en cada clínica y hospital de Neuquén. Siempre estaba cuando lo necesitaban. Un legado que no se mide en currículum, sino en huellas imborrables.
En esta especie de “in living memory”, quiero compartir una de las vivencias más inusuales que grabaron mi adolescencia. Una tarde en casa me sorprendió una llamada telefónica preguntando si allí vivía yo.
Había muchos Etcheverry en la guía. Fue casi un acertijo que dio en el blanco en su primer intento según me contó después. Yo era casi un desconocido para él. Apenas me había cruzado un par de veces en el Colegio Don Bosco cuando iba a celebrar la eucaristía o confesar.
En aquel entonces yo iba a misa o a rezar casi todas las tardes cuando aún se podía dejar tirada la bicicleta en las escalinatas de la Catedral.
Con esa voz, ya ronca en aquel entonces por el pucho, me pidió disculpas por entrometerse, que me había visto en repetidas oraciones orando arrodillado en el fondo de la iglesia y que si necesitaba algo o quien me escuche él estaba allí en la Catedral a disposición.
Fue el comienzo de una profunda amistad.
Me marcó el descubrir que había gente capaz de jugarse, de estar atenta a las necesidades del otro, de servir al prójimo, de animarse a tomar la iniciativa y sin preocuparse del qué dirán.
Una muestra de generosidad y osadía a la vez. Encarnando el evangelio con hechos, como el buen pastor sale a cuidar cada una de sus ovejas.
No era un cura solemne ni distante. Todo lo contrario, ameno y cercano.
Transgresor, políticamente incorrecto y cascarrabias para algunos. Muchos dicen que por eso no llegaba a obispo. No era eso. No buscaba homenajes ni cargos. Lo más cercano al gobierno, gracias a mi insistencia, bendijo las primeras oficinas de GyP (Gas y Petróleo del Neuquén S.A.) o cuando Rolo, el actual gobernador, recibió la primera comunión de sus manos.
Hoy siento que pude aprender de él lo clave de la organización, con los preparativos de la primera peregrinación a Centenario y con cada encuentro de catequesis de confirmación, y la planificación.
Preparaba con entusiasmo, iniciativa y con antelación sus cuatro homilías diarias.
Todas diferentes. Sin repetir, una para cada misa del día.
Aprendí en su perseverancia: desde que nos conocimos hace casi medio siglo, sin fallar, nunca se salteó esas afectuosas salutaciones de feliz cumpleaños.
En cualquier lugar del mundo que estuviera, se las rebuscaba para hacerme llegar ese abrazo al alma.
Gracias Carlitos por tu vida de entrega. Por mostrarnos que la Iglesia puede ser hogar, generosa, valiente, humilde, humana. Ojalá nos reencontremos.
* Ingeniero.
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