La derechización de la izquierda

La izquierda ha llegado a la conclusión de que “el proletariado” ha dejado de estar a la altura de sus expectativas, lo que la ha llevado a adoptar posturas elitistas.12

Todo pareció ser más sencillo cuando era habitual tratar la política como una disputa entre izquierdistas y derechistas, entre progresistas atraídos por variantes del socialismo colectivista y conservadores reaccionarios que temían que los cambios rápidos que algunos querían podrían tener consecuencias nefastas.

Si bien muchos siguen ubicando a los partidos políticos y sus dirigentes en el mapa imaginario que se dibujó cuando la Revolución Francesa era una novedad, tanto ha cambiado últimamente que ha dejado de ser útil. Son muchos los progresistas que, sin darse cuenta, han asumido posturas que en otros tiempos se consideraban de derecha, y hay “ultraderechistas” que formulan reclamos que, para la generación que los precedió, eran típicamente izquierdistas.

 Que esto haya ocurrido tiene su lógica; en buena parte del mundo, la izquierda ha llegado a la conclusión de que “el proletariado” ha dejado de estar a la altura de sus expectativas, lo que la ha llevado a adoptar posturas elitistas que sólo sirven para alejarla cada vez más del grueso de sus conciudadanos.

A juzgar por los resultados electorales, en Europa, donde durante décadas había dominado el escenario político, el socialismo democrático está en caída libre, mientras que movimientos calificados de derechistas están adoptando causas que antes eran propias de izquierdistas. Una es la hostilidad hacia la inmigración masiva de personas de nivel educativo muy reducido; hasta hace relativamente poco, la izquierda se le oponía porque perjudicaba a los obreros y beneficiaba a empresarios que querían pagarles menos.

También han cambiado las actitudes frente al racismo. Medio siglo atrás, progresistas como el norteamericano Martin Luther King soñaban con un mundo en que el color de la piel carecería de importancia, pero en la actualidad los izquierdistas de su país, seducidos por “la política de la identidad”, han creado una jerarquía étnica en que los miembros de grupos determinados merecen tener privilegios. A diferencia de los progresistas de otros tiempos, no atribuyen el éxito educativo de algunos, en especial los de origen oriental, a su voluntad de estudiar sino al racismo supuestamente intrínseco a un sistema ideado por europeos que los asiáticos han sabido aprovechar.

 La derechización de la izquierda se vio impulsada por el colapso ignominioso del comunismo en Rusia; a pesar de los crímenes sistemáticamente cometidos por el régimen totalitario, durante más de medio siglo, muchos intelectuales tomaban la Unión Soviética por una tierra de promisión. Traumatizados por lo que había sucedido, los que buscaban una alternativa al statu quo capitalista de los países occidentales comenzaron a criticarlos por razones que no se les había ocurrido a sus antecesores.

 Abandonados por la clase obrera, decidieron solidarizarse con inmigrantes musulmanes que rehusaban integrarse, personas “de color”, mujeres que se afirmaban víctimas del patriarcado, transexuales y otras “minorías” que a su juicio se ven reprimidas por sociedades que, insisten, son estructuralmente racistas y sexistas. No extraña, pues, que en el mundo desarrollado, quienes se enorgullecen de sus opiniones progresistas hayan roto con “el pueblo” que, en Estados Unidos, suele apoyar a Donald Trump, en Francia a Marine Le Pen, en Italia a Georgia Meloni y en el Reino Unido a Nigel Farage.

El cambio así supuesto fue facilitado por el aburguesamiento de agrupaciones izquierdistas que, liberadas de la necesidad de reivindicar al pueblo trabajador, no tardaron en caer en manos de abogados, profesionales bien remunerados, académicos y otros. Convencidos de su propia superioridad intelectual y moral, rinden culto a lo que llaman la autocrítica; tanto ellos como sus simpatizantes de la clase media adinerada ya no intentan ocultar el desprecio que sienten por quienes se niegan a reconocer que los blancos son genéticamente racistas, que el sexo no es binario porque hay una multitud de “géneros” distintos de suerte que, de quererlo, cualquier hombre puede convertirse instantáneamente en una mujer, y que el patriotismo es malísimo porque la historia de su propio país es nada más que una crónica de crímenes de lesa humanidad atroces que todos deberían condenar.

 A partir del triunfo electoral de Trump, la nueva izquierda “woke” está replegándose no sólo en su país de origen, Estados Unidos, sino también en Europa, pero quienes creen en sus doctrinas siguen ocupando un sinnúmero de puestos influyentes en partidos políticos, burocracias, universidades, organizaciones no gubernamentales y medios periodísticos prestigiosos. Continuarán luchando por imponer doctrinas que, en muchos casos, se asemejan a las de la derecha de ayer.


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