La revolución ha triunfado y es horrible


Mientras China avanza, EEUU está embargado en su propia Revolución Cultural que copa todo: el Estado, las escuelas, las fundaciones, los tribunales, las empresas…


En los últimos 24 meses dos grandes hechos han acaparado la atención de todo el planeta: la pandemia y la guerra en Ucrania. Sin embargo, fuera de los grandes titulares se vienen desarrollando dos grandes acontecimientos que están dibujando el futuro de la humanidad: la revolución “del despertar en EE. UU.” (la mentalidad políticamente correcta) y el avance de China a la hegemonía universal.

China “parece” haber optado por manifestar su hegemonía recién cuando esta sea irrebatible. Como eso no sucede ahora -falta posiblemente una década para que alcance tal poder- China sigue marchando con una sonrisa y buscando no entrar en enfrentamientos violentos.

Su apoyo a Rusia sigue la línea moderada: abstenerse en las votaciones en la ONU (como han hecho, además, India y Brasil, entre muchos otros), pero sin mostrar un apoyo decidido a Putin. China no se muestra agresiva militarmente. Le dice al mundo que si en el futuro tiene la hegemonía será “un padre bueno y protector”.

En los últimos 30 años el crecimiento económico, científico y tecnológico de China ha sido tan espectacular que no existe ningún otro ejemplo semejante en la historia. Un dato para cuantificar lo que estamos diciendo: en dos años (2011-2012) China usó para sus obras públicas más cemento que EE. UU. (el país que más había construido en toda la historia antes de China) en el siglo XX. China busca imponerse por prepotencia de crecimiento. Cree que cuando alcance un punto inalcanzable para EE. UU. el mundo la reconocerá como hegemónica sin necesidad de violencia. Mientras tanto EE. UU. sigue dominando el planeta. La elite que lo dirige está enfrascada en una revolución cultural semejante a la que en los 60 desatara Mao en China. En EE. UU. se están suplantando las creencias cristianas -en especial, las protestantes- por la ideología de lo políticamente correcto -que allí denominan wokismo o “religión del despertar”-. Como EE. UU. es la fábrica cultural de occidente el mismo proceso se está viviendo en todos los países democráticos, desde España a la Argentina.

Como bien dice Nassim Taleb: “No es la mayoría la que establece las nuevas reglas sociales, sino la minoría más intolerante”. En EEUU -y en España y en la Argentina- es la minoría más intolerante la que está imponiendo las nuevas normas de convivencia. Toda la elite actual (de todos los partidos) es políticamente correcta o woke. En gran medida eso se debe a que es una elite resentida.

Las sociedades han formado más profesionales universitarios (acá, en España y en EEUU) que los que pueden tener un buen trabajo. ¿Qué puede hacer esa elite desempleada? Inventarse empleos nuevos: en el Inadi, el Ministerio de la Mujer o como jefe de Diversidad de Carolina del Norte -un empleo creado hace dos años- que paga un sueldo anual de 340.000 dólares.

Peter Turchin ya había mostrado que “las sociedades decadentes producen más élites sobreeducadas que puestos de trabajo para esa élite, lo que lleva a que haya un gran número de intelectuales subempleados que suspiran por la posición que creer “merecer”. Por eso abundan los militantes de lo políticamente correcto en todas partes: son la elite del resentimiento”.

En EE. UU. la revolución woke o políticamente correcta ya se ha impuesto: entre los menores de 30 años el 51% cree que el poder en los Estados Unidos está “inextricablemente ligado a la supremacía blanca”, el 52% apoya, entonces, que haya reparaciones raciales y el 64% dice que “los disturbios y los saqueos están justificados hasta cierto punto” por la necesidad de hacer frente a ese racismo sistémico “por cualquier medio”.

Por su parte el 51% cree que es retrógrado pensar que existe el sexo biológico o pensar que hay mujeres y varones. Hay un 30% entre los menores de 25 años que se autoidentifica como LGBTQ+. El 41% apoya que se censuren de los “discursos de odio” y el 66% apoya que se reprima a los oradores que consideran ofensivos; incluso un 23% apoya el uso de la violencia para silenciar a dichos oradores.

Mientras China avanza (dejando atrás toda la parafernalia infernal de lo que fue la enloquecida Revolución Cultural de Mao), EE. UU. está embargado en su propia Revolución Cultural que está copando todo: el Estado, las escuelas, las fundaciones, los tribunales, las empresas… Nada escapa a la identidad de género, al feminismo y al orgullo negro. Todo el que critica esa situación es cancelado: se queda sin trabajo y sin amigos (todos huyen de esa gente, son los leprosos de la actualidad).

¿A dónde nos lleva esta Revolución Cultural?

Franz Kafka ya lo había previsto: “Toda revolución finalmente se evapora y solo deja tras de sí el barro de una nueva burocracia”. Y cada nueva burocracia es más perversa que la que vino a reemplazar.


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