Las horas en que vivimos en peligro

¿Hay alternativa viable a ser un satélite de Estados Unidos? Parecería que no, ya que  ni China, la Unión Europea o un conjunto de emiratos árabes, estaría dispuesto a facilitarle a la Argentina lo que necesitaría para ahorrarse un derrumbe financiero.

Kristalina Georgieva, directora del FMI, junto al presidente Javier Milei y el ministro Luis Caputo.

Todo sucedió con tanta rapidez que la mayoría no se habrá dado cuenta de que, hace apenas un par de semanas, buena parte de la población del país estaba al borde de un abismo económico y que, de no haber sido por la intervención personal del presidente norteamericano Donald Trump, tendría que prepararse para un período acaso prolongado de estrechez extrema. Al perder los mercados confianza en el gobierno de Javier Milei, que se sintió abrumado por el rotundo triunfo peronista en las elecciones bonaerenses, se desató una corrida frenética contra el peso que amenazaba con culminar con el enésimo default argentino y una gran crisis sociopolítica comparable con la de diciembre de 2001 en que más de la mitad de la población del país se deslizó por debajo de la línea de pobreza.

Puesto que muy pocos aprenden algo útil de los desastres que no ocurren, sorprendería que lo que acaba de acontecer incidiera tanto en la política del país como algunos prevén. ¿Estará dispuesto Milei a rehacer el gobierno que encabeza y, lo que sería igualmente importante, adoptar un estilo personal apropiado para el presidente de un país que aspira a abrirse camino en el mundo? ¿Entenderán los demás políticos, y los votantes, que tendría consecuencias catastróficas seguir atentando contra la disciplina fiscal por motivos a su juicio “nobles”? Nadie sabe las respuestas a estos interrogantes clave, pero la reacción inicial tanto de Milei y su entorno como del resto de la sociedad no estimula mucho optimismo.

El que un personaje tan polémico como Trump haya rescatado no sólo a Milei sino también a millones de otros, plantea problemas adicionales. A nadie le gusta depender de la voluntad de un líder extranjero que, para hacer aún más desagradable la situación en que se encuentra el país, ni siquiera intentó ocultar su deseo de influir en la política interna a favor de su amigo y en contra de sus adversarios. Como no pudo ser de otra manera, éstos, los kirchneristas y sus aliados, están procurando resucitar el lema “Braden o Perón” de hace ochenta años que tanto habían aprovechado, con el propósito de invitar al electorado a repudiar la intromisión foránea en asuntos que deberían permanecer netamente nacionales.

Si bien tal actitud puede comprenderse, convendría reconocer que, sin la colaboración ajena, a la Argentina le sería imposible mejorar el nivel de vida de sus habitantes. Por ahora, no está en condiciones de generar los recursos financieros que necesita. Para conseguir las inversiones en gran escala que precisará para hacerse “competitiva”, sus gobernantes tendrán que convencer a los ricos del mundo que respetarán sus derechos, o sea, que no tratarán de apropiarse de su dinero sin dar nada a cambio como han hecho en tantas ocasiones en el pasado por motivos supuestamente patrióticos.

Es sin duda una lástima que, hasta nuevo aviso, el destino del país dependerá de dos ególatras, Milei y Trump, que suelen comportarse de manera antipática y atacan con ferocidad a cualquiera que se anima a oponerse a sus iniciativas, pero por razones institucionales no hay forma de cambiarlos por dirigentes “normales”. Con todo, es una suerte que Milei se las arreglara para congraciarse con quien volvería a ser “el hombre más poderoso del mundo” antes de su reelección el año pasado, asegurando así que el destino del país no quedara en las manos impiadosa de los mercados que, huelga decirlo, de no haber irrumpido Trump y el secretario del Tesoro norteamericano Scott Bessent, lo hubieran vaciado por completo para entonces olvidarse de él.

¿Hay una alternativa viable a ser un satélite de Estados Unidos? Parecería que no, ya que ningún otro país o grupo de países, sea China, la Unión Europea o un conjunto de emiratos árabes, estaría dispuesto a facilitarle a la Argentina lo que necesitaría para ahorrarse un derrumbe financiero. Aunque el monto requerido – se habla de 20 mil millones de dólares -, habrá sido relativamente modesto en una época en que empresas tecnológicas están gastando cientos de miles de millones en proyectos de Inteligencia Artificial, ningún otro integrante de la llamada comunidad internacional hubiera soñado con hacerlo disponible para poner fin a una corrida contra el peso.

Aún no está claro lo que querrán los norteamericanos a cambio de la ayuda que proporcionen. Es de suponer que pedirán que el gobierno se aleje más de China y que, para fortalecer su base de sustentación política, pacte formalmente con aliados ideológicos como Mauricio Macri, además de dejar que el mercado determine el valor de la moneda. De ser así, no sería cuestión de aceptar condiciones onerosas o humillantes sino de actuar como haría cualquier gobierno sensato en circunstancias similares.


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