Milei y las medidas: caminos que se bifurcan


Lo que está ocurriendo en la Argentina motiva mucho interés en los centros financieros del resto del mundo. En Nueva York, Londres, Frankfurt, Tokio y Pekín, personajes que manejan montos colosales de dinero están preguntándose si, por fin, el país está por aceptar la derrota de su prolongada rebelión contra la lógica capitalista para comenzar a sacar provecho de sus muchas ventajas materiales y culturales. A pesar de todo lo sucedido a partir de los años treinta del siglo pasado, la idea de que la Argentina sea un “país rico” y que la pobreza multitudinaria sea una aberración, no ha desaparecido por completo ni aquí ni en otras latitudes.

A los financistas que día tras día estudian informes en búsqueda de nuevas oportunidades para ganar dinero, los sorprendió gratamente el triunfo electoral de un “loco” extravagante que en su campaña prometía a la gente un grado insólito de austeridad, de ahí la famosa motosierra, pero no están del todo convencidos de que sea capaz de sobrevivir a los ataques de los comprometidos con el orden tradicional que ha llevado a la Argentina a su triste situación actual.

Hay mucho en juego. Si se difunde la certeza de que la Argentina está de vuelta, abundarán los inversores que querrán participar de la bonanza que vislumbrarán en un país alejado de los conflictos que están provocando tantos problemas en el mundo musulmán, Europa y Asia oriental.

Milei mismo no oculta su esperanza de que el multibillonario de origen sudafricano, Elon Musk, sea el primero en ofrecerle su apoyo en la aventura que ha emprendido. También podría verse beneficiado si en noviembre Donald Trump derrote a Joe Biden u otro demócrata en las elecciones presidenciales norteamericanas.

En cambio, si fracasa el gobierno de Milei, como bien podría suceder, el país quedaría en manos de políticos reacios a tomar las medidas fuertes necesarias para frenar la inflación y asegurar que las empresas privadas puedan funcionar a pleno.

Aun cuando no regresaran al poder quienes simpatizan con “el relato” kirchnerista que procurarían subordinar absolutamente todo a sus propios intereses y, en cuanto sea posible, a aquellos de su clientela depauperada, el futuro del país será desolador. Sin una moneda confiable, sin reservas, sin más créditos que los entregados a regañadientes por el FMI y, tal vez, algunas organizaciones caritativas, tendría que resignarse a un nivel de vida miserable.

A menudo, la retórica desplegada por Milei suena extremista, pero, para alivio de muchos y extrañeza de algunos, lo que el gobierno que encabeza está tratando de hacer dista de serlo.

A juzgar por las medidas anunciadas, sólo quiere que la economía nacional se asemeje más a las del mundo desarrollado en que una tasa de inflación de cinco por ciento anual motiva angustia y, fuera de algunos cenáculos progresistas, se da por descontado que el bienestar del conjunto depende de la pujanza del sector privado.

Aunque ciertas propuestas de campaña de Milei fueron tan excéntricas que desconcertaron incluso a sus partidarios más entusiastas, no lo son las incluidas en el decreto multifacético con el que espera liberar la economía de la espesa telaraña de regulaciones que la está asfixiando.

Llama la atención el que, con la excepción de los kirchneristas, trotskistas y defensores de los presuntos derechos adquiridos por sindicalistas y jefes piqueteros, la mayoría de los dirigentes políticos haya coincidido en que es necesario eliminar el déficit fiscal, reducir drásticamente la emisión monetaria, hacer una hoguera de regulaciones burocráticas desactualizadas que aprovechan personajes corruptos y echar a miles de los ñoquis que están enquistados en tantas hipertrofiadas reparticiones estatales.

Así y todo, muchos que dicen aprobar “el espíritu” de los cambios impulsados por el gobierno de Milei, insisten en que son contrarios a que lo haga a través de un decretazo, el mecanismo que han empleado otros gobiernos, como el de Raúl Alfonsín con su “Plan Austral” en que reemplazó el peso por la moneda así denominada, para introducir cambios igualmente profundos.

Parecería que, a diferencia de la mayor parte del electorado, quienes piensan de esta manera no creen que el país esté en emergencia y que por lo tanto no sea necesario apurarse.

Se equivocan, claro está, ya que el riesgo de que dentro de poco el país sufra un cataclismo hiperinflacionario sigue siendo bien real. Si bien es legítimo cuestionar algunas de las reformas planteadas por los libertarios, impedirles llevar a cabo el ajuste que han iniciado significaría permitir que se encargaran de la tarea los mercados financieros que, desde luego, no suelen dejarse conmover por sentimientos humanitarios.


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