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Mo Farah y el lenguaje de la educación física

El atleta de origen africano y una historia que conmueve al mundo.

* Abogado. Prof. Nac. Educación Física. Docente Universitario. angrimanmarcelo@gmail.com

Somalilandia es un territorio donde la pobreza, la violencia y el hambre azotan.

Con 3.500.000 habitantes, 137600 km2 de superficie y una densidad de 25 habitantes por kilómetro cuadrado, es parte del denominado “cuerno de África”, lindando con Etiopía y el Golfo de Adén.

Desde el 18 de marzo de 1991, cuando se alzaron los clanes del norte, se proclamó República separándose de Somalia. Si bien cuenta con una constitución, moneda propia -el chelín somalilandes- y un gobierno, no es un país reconocido internacionalmente.

Su idioma es el somalí y el árabe y la mayor parte de sus habitantes son musulmanes.

En la temporada 1 Episodio 3 dedicada al Océano Índico, el periodista de la BBC Simón Reeve describe con singular crudeza la realidad de este lugar olvidado del mundo.

Los somalilandeses, como sus vecinos de Etiopía y Eritrea, forman parte de la legión de personas desesperadas que huyen de los conflictos y el hambre en busca de la seguridad y una vida mejor. Muchos lanzándose a la mar, arriesgando sus vidas en embarcaciones endebles.

Allí nació el campeón olímpico mundial y europeo de 5.000 y 10.000 metros Mo Farah, uno de los pocos deportistas reconocido como “Sir”, en 2017, por la Reina Isabel II de Inglaterra.

En realidad, su nombre es Hussein Abdi Kahin y su historia fue revelada en ‘The Real Mo Farah’, programa emitido por la BBC londinense.

“La verdadera historia es que nací en Somalilandia, al norte de Somalia, como Hussein Abdi Kahin. Pese a lo dicho en el pasado, mis padres nunca vivieron en el Reino Unido. Cuando tenía 4 años, mi padre murió en la guerra civil y mi familia quedó dividida. Me separaron de mi madre y me trajeron ilegalmente al Reino Unido con el nombre de otro niño llamado Mohamed Farah”, se sincera el medio fondista en el documental.

A partir de allí el atleta fue obligado a realizar tareas domésticas como sirviente, cuidar y cambiar pañales de niños de otra familia.

“Me decían: si alguna vez quieres volver a ver a tu familia, no digas nada. A menudo me encerraba en el baño y lloraba”, recordó.

En la capital somalí de Mogadiscio, quienes han escuchado el relato de Farah expresan tristeza, pero reconocen que los conflictos, el cambio climático y el derrumbe económico desplazan a multitudes de personas en el mundo, y son cada vez más, los migrantes que caen en manos de bandas de contrabandistas de personas que los llevan a Estados Unidos, el Reino Unido o la Unión Europea.

Los que no cuentan con fondos o son engañados, son presa fácil de delincuentes que los reducen a la prostitución, tráfico de drogas o a la servidumbre doméstica.

A Mo Farah no se le permitió ir a la escuela hasta que tenía 12 años. Fue entonces cuando afloró su talento como corredor, que lo ayudó a dejar atrás esa vida de servidumbre.

Fue precisamente el colegio, las pistas y un profesor de Educación física -el otro héroe anónimo de esta historia- el que lo ayudó a salir de esa pesadilla.

“El único lenguaje que parecía entender era el de la educación física y el deporte”, dijo Alan Watkinson su otrora salvador; extremo reconocido por el propio Mo, quien dijo: “El deporte era un salvavidas para mí. Lo único que podría hacer para escapar era salir y correr”.

El entrenador lo ayudó a contactar a servidores sociales y a encontrar una familia somalí que lo acogiera, lo que facilitó la adquisición de la ciudadanía británica en el año 2000.

Farah es un privilegiado. Su don ha permitido visibilizar y condenar un flagelo absolutamente degradante para la condición humana, como es el de la esclavitud infantil.

Por otra parte, enaltece una forma de expresión tan legítima como el habla o determinados conocimientos, como es el discurso del cuerpo.

Farah a través de sus pies pudo hablar y denunciar ante el mundo el sometimiento asfixiante de tantos niños, sumidos en el silencio de la indefensión.

Por último, también remarca la importancia de aquellos educadores de alma que ven, detrás de un simple alumno, a un ser humano que padece.


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