Una vincha sobre la red

Marcelo Antonio Angriman

*Abogado, Profesfor Nacional de Educación Física, docente universitario. angrimanmarcelo@gmail.com

Ver más noticias de Marcelo Antonio Angriman

Los tenistas actuales de elite son máquinas de precisión. Instrumentos especialmente entrenados para no cometer errores y soportar todo tipo de exigencias.

Del avión al hotel, de allí a los entrenamientos o partidos hasta donde se llegue, para seguir en otro torneo en distintas superficies, horarios y lugares del mundo. Así es cómo el negocio funciona. La maratónica final de Nadal- Medvedev días atrás, en el Abierto de Australia, fue una elocuente demostración de la creciente deshumanización de este deporte. Al cual, sin embargo, siempre se le exige más.

Como parte de un morbo inexplicable, mientras más dure un partido, mientras mayor calor haga, más contracturado esté el músculo y hagan faltan paramédicos que ingresen con camillas y vendajes, mejor.

Eso sí, que ninguno de los tenistas emita la más mínima insinuación de sus emociones. No se debe estar cansado, ni lesionado, tampoco feliz, nada de eso. El ganar partidos es lo único que vale.

Hemos naturalizado que los jugadores en lugar de cerebro, corazón, articulaciones, músculos y tendones, sean dispositivos al servicio del entretenimiento.

Por eso ver a Juan Martín del Potro despedirse del Buenos Aires Lawn Tennis Club entre lágrimas luego de perder en primera ronda con Federico Delbonis, ha sido un baño de realidad para todos los que con sorpresa miramos el partido.

Es que quienes encendimos la TV para ver el juego, lo hicimos con la intención de ver a Delpo ganar y sobreponerse nuevamente a las adversidades, en la velada pretensión de que el service luego de 965 días haya puesto todas las piezas en orden y que los engranajes vuelvan a funcionar.

Pero ya el tandilense había anticipado que las cosas no andaban bien, al afirmar que su participación en el Abierto de Argentina 2022 era el principio del retiro y no otro milagroso regreso.

Cuestión que pronto se corroboró en el terreno de juego, al observar que, a pesar de conservar la potencia de sus golpes, tenía enormes problemas de desplazamientos que lo llevaron a una pronta falta de aire y a permanecer estático ante los drops que, como una daga lacerante, ensayaba su rival.

Como pocas veces, se vivió una dicotomía tan grande en un jugador entre querer estar en un lugar y al mismo tiempo desaparecer de allí.

La noche poco a poco fue cambiando de matiz y el público advirtió indulgente que el hechizo llegó a su fin.

Que las piernas eran de carne y hueso y no de acero inoxidable, que de los ojos brotaban lágrimas y que una desbordante nostalgia -particularmente al tener que sacar en el 3-5 del segundo set- comenzaba a apoderarse del tandilense.

Ante la evidencia de lo inevitable, el público se dedicó a acompañar, en la intuición de que era eso solamente lo que necesitaba su ídolo.

Juan Martín Del Potro quiso despedirse en la cancha junto a su gente, un pueblo que lo adoptó luego de la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, donde en primera ronda eliminó a Novak Djokovic y en semifinales a Rafael Nadal. Pero, por sobre todo, por la ansiada Copa Davis 2016, conquistada finalmente tras inolvidables partidos frente a Croacia en Zagreb.

A pesar de haber ganado el abierto de EE.UU. en 2009 frente a nada menos que Roger Federer, sus desavenencias con David Nalbandian y negativas posteriores para participar de la Davis generaron alguna resistencia en la aceptación popular.

De los 17 años de carrera, 5 no los pudo jugar por distintas lesiones que lo obligaron a operarse 8 veces. Sus esfuerzos por volver han sido enormes, y tal es así que en su regreso a los courts en 2018 llegó a ser número 3 del mundo, poniendo entre las cuerdas en más de una oportunidad a Nadal, Djokovic y Federer, los tres más grandes ganadores de Grand slams de la historia.

Por eso su confesión de que ‘‘no tengo la fuerza que muchos creen; lo di todo y este día no quería que llegue nunca’’, resulte tan significativa y a la vez reveladora de su actualidad, frente a sus lesiones y cercana pérdida de su padre.

Del Potro precisó de su gente para irse en paz. La gente necesitó verlo nuevamente en una cancha para expresarle su cariño y agradecimiento. Ambos permanecieron allí inmutables por largos minutos, como queriendo que ese momento perdure por siempre.

La figura del longilíneo jugador se difumina entre el polvo de ladrillo, previo a un largo y profundo abrazo con su madre, quien por primera vez lo fue a ver un partido.

Antes de retirarse Delpo, quien siempre se destacó por pegar verdaderos misiles con sus drives y reveses, tiene la sutileza de ir a dejar su vincha sobre el centro de la red del viejo estadio.

Un silencioso mensaje de humanidad, en un mundo sordo de máquinas.

* Abogado y Profesor de Educación Física.


Adherido a los criterios de
Journalism Trust Initiative
Nuestras directrices editoriales
<span>Adherido a los criterios de <br><strong>Journalism Trust Initiative</strong></span>

Comentarios