Violencia digital de género: la Justicia neuquina marca límites

Un fallo reciente sobre este tema hace aportes valiosos. El consumir el contenido valida la violencia, el difundirlo multiplica el daño y el silencio es cómplice del agresor.

Justicia de Neuquén ordenó que una plataforma digital elimine contenidos violentos contra una joven

La violencia ya no necesita irrumpir con golpes ni gritos para causar daño. Hoy puede nacer en la intimidad de un vínculo sexoafectivo, multiplicarse en grupos de mensajería y persistir en la red con una crueldad silenciosa pero devastadora.

Un reciente fallo judicial neuquino, emitido por el Juzgado de Familia 4, a cargo actualmente del Dr. Luciano Speroni, enciende una alarma urgente en la región: mujeres de Neuquén y Río Negro vieron expuestos sus videos íntimos en grupos digitales, sin consentimiento, de manera organizada y reiterada.

No se trata de un caso aislado. La investigación judicial da cuenta de la existencia de carpetas con nombres y apellidos de mujeres, alojadas en grupos de mensajería (Telegram) , en que circulaban imágenes y videos íntimos. Detrás de cada archivo seguro hay una historia, un vínculo de confianza previo y una ruptura profunda de la intimidad. La violencia no fue solo digital: fue emocional, psicológica, social y simbólica.

El juez neuquino interviniente fue categórico al reconocer que la difusión no consentida de material íntimo constituye violencia de género digital. Ordenó medidas de protección, la supresión del contenido, la prohibición de difusión, el resguardo de datos informáticos y la intervención de las plataformas. Pero, más allá de la resolución puntual, el fallo dejó un mensaje clave para la comunidad: la violencia digital no puede minimizarse ni analizarse con categorías del pasado. Requiere respuestas actuales, proactivas y eficaces.

Este caso obliga a hablar de algo que muchas veces se evita: los recaudos al momento de vincularse sexoafectivamente. El consentimiento no es un concepto abstracto, ni permanente. Decir “sí” a grabar un video en un contexto íntimo no implica decir “sí” a su difusión. El consentimiento es específico, informado y revocable. “No es no” también rige en el mundo digital. Siempre.

Reconocer alertas tempranas (red flags) puede prevenir daños mayores: pedidos insistentes de imágenes, presión emocional, control del celular, minimización de límites, frases como “si me quisieras…”, o la exigencia de secreto absoluto. Nada de eso es amor. Son señales de riesgo que deben ser escuchadas.

La violencia digital de género se agrava cuando el daño se viraliza. Quien difunde es responsable. Quien reenvía también. Y las plataformas no son ajenas al problema.

El fallo remarcó que existen obligaciones de prevención, remoción y cooperación, la necesidad de un análisis con perspectiva de género y tecnológica. La eliminación del contenido, la supresión de enlaces, el aseguramiento de datos y la identificación de responsables no son favores: son medidas proactivas previstas por la normativa vigente y en este caso ordena tanto a Telegram como a Whatsapp (meta) eliminar contenidos y conservar datos, no son mera intermediarias.

Doble desafío

Las plataformas diseñan algoritmos, recomiendan, viralizan y monetizan. La difusión no consentida de imágenes íntimas es delito y genera un daño profundo, muchas veces irreparable, es urgente proteger a la víctima.

La dimensión tecnológica suma un desafío adicional. La inteligencia artificial permite editar imágenes, crear videos falsos y amplificar la viralización. La IA no crea la violencia, pero la potencia. Por eso, hoy más que nunca, necesitamos desarrollar inteligencia emocional digital: frenar antes de compartir, pensar el impacto, entender que detrás de cada pantalla hay una persona con derechos.

El silencio también daña. No mirar, no reenviar, acallar, no naturalizar, no minimizar es parte de la prevención. Porque el consumir el contenido valida la violencia, el difundirlo multiplica le daño y el silencio es cómplice del agresor. Dar a conocer casos como este, como quien le avisó a la víctima que se encontraba en esa carpeta, no busca el morbo, sino visibilizar una violencia que históricamente fue invisibilizada. No ser parte. Hablar es una forma de cuidado y de justicia. Actuar es proteger.

El contexto de las fiestas vuelve este mensaje aún más urgente. En estas fechas aumenta el tiempo frente a pantallas, el consumo de alcohol, la exposición digital y la falta de supervisión. Niñas, niños y adolescentes quedan más vulnerables a situaciones de acoso, sextorsión, difusión de imágenes y violencia digital. La prevención empieza en casa: presencia adulta real, diálogo sin juicio, acuerdos claros sobre el uso de tecnología y educación en consentimiento digital.

Las fiestas no suspenden la dignidad ni los derechos. Tampoco justifican la violencia. Ni en una mesa familiar, ni en un chat, ni en una red social. La Justicia marcó un límite. Ahora el desafío es colectivo: construir una cultura digital que respete la intimidad, que el consentimiento sea central y la tecnología se use con responsabilidad y empatía. Porque el daño digital es real y prevenirlo es una tarea de todos.

* Directora del Instituto de Derecho e Inteligencia Artificial del Colegio de Abogados y Procuradores de Neuquén.


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