Para la tevé

Consciente como pocos de que en términos políticos una buena imagen podría valerle más que mil obras públicas, el presidente Fernando de la Rúa quiere que sus ministros «comuniquen» sus logros, sean éstos auténticos o sólo aparentes, a la sociedad. Tal enfoque no es totalmente malo: a menos que el gobierno brinde la impresión de que el país está avanzando con rapidez gracias a la sabiduría y eficacia de sus dirigentes, se difundirá un clima derrotista que a la larga podría perjudicar a todos. Sin embargo, entraña muchos riesgos al dar a ciertos funcionarios un buen pretexto para concentrarse en lo vistoso en desmedro del trabajo duro, que no se presta al show mediático pero que constituiría la única base factible de una gestión exitosa.

Otro peligro consiste en que operadores ambiciosos pueden aprovechar la preocupación del presidente por la imagen para disparar contra las figuras que quisieran desplazar, tomando su falta de protagonismo por evidencia de incapacidad. Según parece, es éste el motivo por el cual distintos dirigentes radicales se han puesto a disparar dardos contra dos ministros de otro origen, el de Educación, Juan Llach, y la de Desarrollo Social, Graciela Fernández Meijide. Ambos han contestado que los fondos de los cuales disponen son tan magros que es irracional exigirles milagros mediáticos, pero las explicaciones de este tipo, que podrían interpretarse como críticas veladas al Ministerio de Economía, no les han servido para defenderlos de los ataques de quienes privilegian el talento para brindar una impresión de liderazgo irresistible.

Por supuesto, de quererlo, tanto Llach como Fernández Meijide podrían dedicarse a figurar todos los días en la primera plana de los diarios y los minutos iniciales de los noticieros televisivos formulando denuncias tremendas, prometiendo mejoras casi inmediatas e ingeniándoselas para ser fotografiados besando a niños hambrientos en un colegio destartalado de Jujuy o apareciendo con el agua hasta el cuello en zonas inundadas de Santiago del Estero y otras provincias. Tales gestos de «solidaridad» son muy apreciados por los populistas, pero sucede que no sirven para nada. Antes bien, son contraproducentes, porque un funcionario jerárquico que viva obsesionado con su imagen resultaría tan inútil como el general que insista en ser el primero en exponerse a las balas enemigas porque, al fin y al cabo, su trabajo consiste en manejar el conjunto con eficacia, deber que nadie podría cumplir con eficacia desde un lugar acaso fotogénico pero no por eso menos aislado.

Mal que les pese a los políticos que siempre están en campaña, gobernar no se limita a asumir posturas que a juicio de un director de cine o de un propagandista hábil serían apropiadas para un líder de verdad. Aunque la «comunicación» es importante, lo es más aun que haya algo digno de ser comunicado. En el caso de un ministerio, sobre todo el de Desarrollo Social, que tradicionalmente ha estado en manos de demagogos, la capacidad para organizarlo y asegurar que funcione bien produciría muchísimos beneficios. En cambio, utilizarlo para «hacer política», subordinando todo a lo meramente anecdótico, sería una forma de traicionar a los millones de personas a que podría ayudar. Si bien aún no es posible saber si Fernández Meijide ha conseguido ordenar la repartición caótica y corrupta que le ha tocado administrar, el que no la haya tratado como una suerte de teatro que le permitiría hacer gala de su propia «sensibilidad» puede considerarse una buena señal. Asimismo, el que Llach no haya querido desencadenar una serie de polémicas destinadas a darle un papel protagónico no constituye una prueba de inoperancia sino un indicio de que piensa más en la educación que en su imagen.

Desde luego, si se hace evidente que los ministerios encabezados respectivamente por la frepasista y el ex cavallista no han cambiado, los críticos tendrán motivos legítimos para acusarlos de inoperancia. Entonces sí correspondería tomar en serio sus reparos, porque en tal caso se inspirarían en factores decididamente más significantes que su supuesta falta de protagonismo mediático.


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