Pobre Argentina

“Que la Argentina es un país rico es otra fábula, porque no lo es”. Esta perturbadora reflexión, que dejó trascender en una entrevista al diario “La Nación” el economista Mario Blejer, fue un baño de realidad que irrumpió sobre gran parte de la sociedad argentina en la que uno de cada tres habitantes continúa sumergido en la pobreza.

La clase política ha sido la principal impulsora de esta fábula en las últimas décadas. Parte de una lógica de un país en crisis permanente que tiene la necesidad de dar buenas noticias a cumplirse, siempre, en un futuro cercano como para mantener las esperanzas de una sociedad ávida de sueños de progreso.

El presidente Mauricio Macri auguró el año pasado que la Argentina cuenta con enormes riquezas. Tiene la capacidad de producir alimentos para cubrir las necesidades de 400 millones de personas. También mencionó que, en poco tiempo más, Vaca Muerta generaría 500.000 nuevos puestos de trabajo en la región exportando gas y petróleo al mundo. Ni hablar cuando menciona que tenemos la mejor manzana o carne. Todos escenarios grandilocuentes para una clase política que insiste en mostrar una nación “condenada al éxito”.

Pero la realidad, lamentablemente, es otra. Hasta finales del siglo pasado, los recursos naturales permitieron a los gobiernos de turno contar en sus arcas con ingresos extraordinarios y al sector privado desarrollarse, y esto terminó con un derrame que se vio reflejado en un bienestar sobre la ciudadanía. En la actualidad, solo con eso ya no alcanza para sostener a una población con un buen nivel de vida. Dejamos de ser el granero del mundo y nos dimos cuenta, hace ya un tiempo, que tampoco seremos la Dubai de Occidente, como mencionaba en sus extraviados discursos el exgobernador Jorge Sapag.

“La verdadera maldición de los recursos naturales viene cuando los sobreestimamos y pensamos nuestras políticas en base a una renta futura imaginaria”, destaca en uno de sus ensayos el economista Eduardo Levy Yetati. Un concepto clave para entender las causas de las cíclicas crisis económicas de la Argentina. El gastar a cuenta de los futuros ingresos es un tema recurrente dentro de la corta historia política y social del país.

En este último tiempo nos estamos dando cuenta de que los recursos naturales no son sinónimo de riqueza. Los ejemplos son innumerables. Rusia es el país que ostenta el mayor tamaño en kilómetros cuadrados con reservas hidrocarburíferas y alimenticias, sin embargo es mucho más pobre que Suiza, que tiene una ínfima superficie y sin ningún tipo de producción que la destaque.

Los recursos naturales, sin duda, son una bendición para una sociedad que sabe aprovecharlos, pero no aseguran los términos de riqueza o pobreza de una provincia o país.

Volvamos al caso de Vaca Muerta, la joya de la abuela de los últimos gobiernos democráticos. Parado sobre este tesoro en bruto la política hizo cientos de promesas a la población. Pero los fríos números que reflejan las estadísticas oficiales van mucho más allá que la retórica política. Neuquén sigue siendo una provincia pobre y el país, en su conjunto, no ha podido obtener los beneficios de este segundo reservorio mundial como para poder revertir la crisis social que atraviesa.

Está claro que la Argentina cuenta con recursos naturales, pero tiene grandes limitaciones para poder desarrollarlos y generar con ellos riqueza en la proporción necesaria. La inversión privada es clave para poder lograr estos objetivos. Pero es difícil que llegue a un país con un alto grado de inestabilidad económica, que cobra impuestos confiscatorios, regula los mercados laborales y que cambia las reglas de juego todos los años, dejando la ecuación de costo/beneficio altamente incierta para las empresas.

Sin contar con estos mínimos requisitos, la pobreza continuará penetrando en el resto de las capas sociales y la fábula política de una “Argentina rica y condenada al éxito” quedará cada vez más aislada de la realidad.

Editorial


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