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Preocupan las expresiones de odio contra los mapuches

Las redes sociales ayudaron a potenciar la estigmatización. Sobre la base de falsas premisas crecen las agresiones.


Si bien siempre se mantuvo algo solapada, la estigmatización y los discursos de odio hacia los pueblos originarios tomaron mayor virulencia en los últimos años. La criminalización y la avanzada del poder político sobre las comunidades también se traduce en la sociedad civil, a través de posteos en las redes sociales, comentarios agresivos en los medios de comunicación y hasta en acciones disfrazadas de nacionalismo.

El historiador Walter Delrio, doctor en Antropología, consideró este proceso como el resultado de un genocidio exitoso en Argentina. Mencionó una política de estado que buscó eliminar de la sociedad nacional a los pueblos originarios «que terminan convirtiéndose en minorías por el avance del mismo Estado sobre sus territorios».

«En el caso argentino, las relaciones entre los pueblos originarios y la sociedad española y criolla tenían más de tres siglos hasta la llamada Conquista del Desierto. En esos siglos se firmaron tratados entre las autoridades españolas y, luego las criollas, en los que se reconocía la soberanía de los pueblos originarios sobre el territorio que ocupaban», explicó el investigador de la Universidad Nacional de Río Negro. Esos siglos, añadió, fueron invisibilizados y hacia 1870 se produjo un quiebre con el proyecto de construcción nacional basado en los procesos de eliminación de las minorías.

Fue en ese entonces, continuó Delrio, cuando se construyó el estereotipo de «indio malonero», homogeneizando a la población de Pampa y Patagonia como «invasores de territorios y dedicados al robo de estancias criollas. De ahí, la idea de extranjería: que vienen de Chile. Algo inexacto».

Según el investigador, esa idea de peligrosidad y la sospecha de un vínculo político con el estado chileno se instaló en Argentina, permitiendo construir «un enemigo perfecto. Se construye la metáfora de la Conquista del Desierto, territorios que se suponen deshabitados y ocupados por alguna población reducida que, encima, es extranjera, salvaje, ladrona y tiene vínculos con el estado vecino que amenaza el territorio».

Ese proceso de eliminación del «otro interno» fue encarado desde el estado, pero también desde la sociedad civil que, a través de instituciones, entidades de beneficencia y grupos empresariales, «se quedó con las tierras y con la fuerza de trabajo indígena».

Ese discurso político se convirtió en el discurso hegemónico y académico y fue asimilado por los ciudadanos. «El discurso científico sostiene la idea de que ya no existen pueblos indígenas en el territorio. Las ciencias antropológicas hablan del fin de estos pueblos y se construyen museos etnográficos que refuerzan esta idea», puntualizó.

También la historiografía, reconoció Delrio, contempló la Campaña del Desierto como la desaparición de los pueblos indígenas. «La sociedad argentina, desde el discurso político, científico y educativo, toma esa idea hegemónica de que Argentina se construye como una nación sin indios. Las currículas escolares y los discursos de sentido común hablan de una Argentina descendiente de los barcos. Inmigración y fusión con los criollos, dejando excluidos a los pueblos indígenas que habrían desaparecido en la campaña», resumió.

Después de la Campaña del Desierto, durante todo el siglo XX, la clasificación como indígenas de grupos y personas quedó en manos del estado y la academia para expropiar tierras o negar derechos. Recién con la democracia en 1983 se generó un cambio.

«Al día de hoy, la población que se identifica como mapuche es asociada como extranjera, sin derechos sobre la tierra. Permanece vigente la idea de invasores extranjeros», dijo.

Argentina firmó tratados internacionales, como el Convenio 169 de la OIT, que establece que el único requerimiento para reconocerse como parte de un pueblo es su propia adscripción. ¿Quién es mapuche entonces? Cualquier persona que se autorreconozca como tal.

«Lo curioso es que eso hoy genera un cuestionamiento cuando, por más de 100 años, esa adscripción era un riesgo y podía condenar a la persona a la expropiación y pérdida de su derecho. Hoy el planteo es: ¿cuánto saben de la lengua?, ¿cuánto de la cultura?», objetó Delrio.

«Hablamos de un proceso genocida exitoso. Un objetivo cumplido: una idea de nación descendiente de inmigrantes. Al día de hoy es imposible de torcer o cuestionar esa imagen construida. No es casual que se vuelvan a citar autores como Estanislao Zeballo, Moreno y otros de la época que trabajaron como intelectuales en la construcción de ese discurso político», subrayó el investigador.

Delrio planteó que hoy se ponen en juego los mismos discursos aunque en una contienda política distinta. «Hoy hay un discurso político que sostiene las desigualdades como naturales y, por ende, vuelve a hablar de pueblos indígenas homogeneizándolos a partir de estereotipos impuestos por la sociedad blanca».


El racismo y la premisa que los mapuches vienen desde Chile


«El racismo en Argentina es parte de la sociedad y tiene que ver con no reconocer la identidad indígena, sobre todo por parte de sectores de clase media y media alta». Orlando Carriqueo, coordinador del Parlamento Mapuche Tehuelche de Río Negro, consideró que los discursos de odio devienen del desconocimiento del genocidio en Argentina.

«El racismo va a caer en la medida en que se reconozca el genocidio. La violencia verbal también tiene una relación directa con los discursos del odio que impulsó el gobierno del PRO. Se refuerza el discurso de que los mapuches vienen de Chile y mataron a los tehuelches, sin dimensionar que los estudios marcan nuestra presencia mucho antes», aseguró.

Carriqueo indicó que la construcción del estado moderno se llevó a cabo «desde una perspectiva blanca que miraba a Europa. El proceso político invisibilizó la cuestión identitaria». Recordó que aún después de la Campaña del Desierto, se produjo la Matanza de Napalpí en 1924 -fueron asesinados entre 500 y 1.000 personas de los pueblos Qom y Mocoví-, la Patagonia Rebelde y que donde hoy se pretende poner en marcha el proyecto de Hidrógeno Verde, «hay una población mapuche que tiempo atrás, escapó de un campo de concentración de Valcheta».

Carriqueo consideró que la discusión por las tierras «fue siempre el gran problema de las comunidades». «Hoy hay un fuerte proceso identitario en Patagonia, una discusión territorial, que el Estado no ha resuelto», consideró.

Advirtió que los discursos cotidianos que rozan la violencia «tiene que ver con lo que se ha construido en la historia de Argentina. Incluso desde la escuela. Esa desinformación caló profundo en el resto», señaló.

Puso como ejemplo el censo y la pregunta sobre identidad indígena «que fue obviada por algunos censistas». «Paradójicamente, al werken del Parlamento de Río Negro no le preguntaron si pertenece a algún pueblo. Cuando le consulté a la censistas, me dijo que no querían preguntar ‘porque hay gente que se siente incómoda’. No le echo la culpa a ella, sino al estado», dijo.


Sartre y la cuestión judía


“El judío es un hombre a quienes los demás hombres consideran judío: es ésta la verdad simple de donde hay que partir”, escribió Jean-Paul Sartre en la década del 40. Esta definición desde la mirada de la discriminación es aplicable hoy en nuestro país a lo que ocurre con los pueblos indígenas en general y los mapuches en particular.

“El judío es del todo malo, del todo judío, sus virtudes, si las contiene, desde el momento en que son virtudes del judío, se convierten en vicios; las obras que salen de sus manos llevan necesariamente su marca: si construye un puente, el puente es malo, como que es judío desde el primer arco hasta el último”, abundó Sartre en su “Reflexiones sobre la cuestión judía”.
Así como muchos judíos escondieron su identidad para sobrevivir, los mapuches se urbanizaron y taparon sus raíces con varias capas de olvido.

“Los judíos no se definen por su religión, hay judíos ateos, tampoco por su nacionalidad ya que muchos de ellos son ciudadanos de muchos países del mundo, tampoco los une una misma lengua, muchos de ellos no hablan hebreo, tampoco se les puede identificar con alguna supuesta “raza”, los hay blancos, negros, rojos y amarillos; no los define su actividad económica, hay empresarios, profesionistas, obreros, campesinos, desempleados, artistas, pensadores, científicos, amas de casa, y estudiantes. Lo que los define, según Sartre, es la situación que les es conferida por los otros, son lo que son en cuanto que deben rebelarse contra el prejuicio de la mirada antisemita”, apunta Mauricio Pilatowsky.

Basta reemplazar “judío” por “mapuche” para entender cómo funcionan en este caso los discursos de odio.


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